viernes, 18 de junio de 2010

Dreams on Fire (Sueños bajo fuego)




Título: Dreams on FIRE (Sueños en fuego)
Autora: Aemin
Parejas: MinHo, MinChun, MinSu, YunJae.
Extención: Serial
Género: Lemon/Slash/Lime
Estado: Terminado
Advertencia: contiene abuso de tipo sexual, uso de drogas, armas, tortura, sadismo, sodomisión (o como se diga), masoquismo... no apto para menores ni para aquellos que aún creen en la inocencia de Changmin XD







I. La hora solemne.
Su hermosa segunda esposa cubrió sus ancianas piernas con una cobija de la mejor lana tejida en el pueblo. Se sentía cansado, los años no pasaban sin dejar su huella, solían decir. Nunca había sentido el palacio tan vacío. ¿Cuántos años habían pasado ya? No estaba seguro de cuántos, pero estaba seguro de que, hacía más de dos o casi tres décadas, ése mismo día en el que él ahora se encontraba mirando la atracción más resiente, los fuegos artificiales, la peor de las tragedias había ocurrido. Sí. Su mente de anciano le podía jugar muchas bromas, cambiando hechos por otros, o mezclándolos. Pero, al parecer, aquello que había ocurrido hacía tanto con su propia familia, había dejado una marca tan profunda que ni los años habían podido disfrazarlos como a sus demás recuerdos, ya no se diga borrarlos.
- ¡Miren los fuegos! ¡Los fuegos!
Podía escuchar a lo lejos a los sirvientes mirando el espectáculo de luz y color que se desplegaba en el cielo en ese momento. La última vez que había escuchado la palabra “fuego”, el ambiente estaba lleno de todo menos de esa inocente alegría que sentía ahora.
- Mi señor – susurró la mujer al verlo doblarse con su rostro entre sus manos, y se acercó a él, - Las estrellas brillan mucho, no está solo hoy, mi señor.
- Déjame solo – jadeó. Estaba por darle un ataque de tos otra vez. Ella comprendió que lo mejor era dejar solo al viejo rey. Era uno de sus momentos de nostalgia para los que nadie podía ayudarle más que los propios recuerdos.
Su esposa se alejó del balcón. Ojalá se hubiera llevado con ella la pesadilla también. La pesadilla en la que todos sus sueños habían sido cubiertos de fuego y dolor. Era como si sus manos, al mirarlas, perdieran todas esas arrugas y cicatrices; como si su rostro, al tocarlo, volviera a rejuvenecer, a perder pelo y ganar vida, y como si esos ojos, los mismos que presenciaron tanto sin que él pudiera hacer nada, volvieran a llenarse de luz. Como si volviera a ser el Yunho de antes, el que lo tenía todo…
**

- Mi señor…umm…
- Shh…. No podemos dejar que nos escuchen, mi Jaejoong.
Los labios del príncipe heredero se posaron sobre los de su sirviente, acallándolo, mientras sus manos acariciaban insistentemente su miembro y su cadera.
No era la primera vez que le pedía ir a su habitación ya entrada la noche, y menos para hacer eso precisamente: amarlo. Sentía como lo masajeaba mientras sus labios iban descendiendo desde sus labios hasta su pecho.
- Aaah…. Mi señor…- cubrió su boca con su propia mano, no debía hacer ruido.
Pronto sus pezones ya estaban endurecidos y colorados. Le estaba costando mucho no alzar la voz con cada gemido que sus caricias le hacía emitir. Por fin los labios volvieron a su boca y lo besó con ansiedad, mientras él terminaba de desnudarlo.
- Desnúdame, Jaejoong.
Así lo hizo, ansiando no solo verlo, sino sentir su piel, su carne ardiente contra la suya.
Completamente desnudos, Yunho empezó a moverse, frotando su cadera con la de su capitán y por consiguiente su hombría con la de él. Era delicioso sentir ese roce. Sus cuerpos empezaron a cubrirse de sudor. Sus labios estaban devorándose entre sí. Ahora las manos del capitán estaban impacientes y empezaron a masajearlo: aunque no se lo hubiera ordenado, sabía que quería que lo tocara, y sus gemidos de placer contra sus labios sólo se lo confirmaron. Lentamente descendió sus labios por su pecho, proporcionándole el mismo placer que él le había dado antes, hasta llegar a su hombría. Sonriendo lo empezó a lamer.
- Ummm…si…todo, Jae…todo…
- Unng…
Sólo se detuvo cuando sintió la sal en sus labios. Con delicadeza lo sacó de su boca y volteó a verlo a los ojos. Lo sabía, despedían la misma lujuria que él sentía en ese momento. Mordiéndose los labios se acercó a su rostro. Yunho tomó su mano y empezó a lamerla. Los ojos de Jaejoong se pusieron en blanco, imaginándose que no era precisamente su mano la que era humedecida. Cuando se dio cuenta, el castaño ya había bajado su mano hasta su entrepierna. Comprendiendo instantáneamente, empezó a estimularlo. Entre gemidos y mientras se inclinaba a besar a su señor sintió como éste acomodaba sus piernas a cada lado de su cintura, para luego sentir una palmada en su trasero.
- ¡Aaah!
- Mi Joongie, ya sabes qué sigue.
Empezó a amarlo despacio, sin ritmo, invadiéndolo poco a poco, sintiendo como su estreches se dilataba poco a poco a su alrededor. Pronto el príncipe heredero empezó a llenar sus oídos de obscenidades que en ningún otro lado ni con nadie más sería capaz de decir. No hacía falta explicar como ponía al capitán Kim escucharlo. Simplemente el ritmo de su cadera comenzó a aumentar, sujetando las piernas morenas firmemente alrededor de su cuerpo. Buscando más, Yunho se levantó un poco, apoyando su codo en el colchón mientras con su otra mano acariciaba la espalda de su Jae, hasta su trasera. El calor del ambiente era tan espeso que ni se enteraron de cómo una sombra los miraba desde la puerta para luego desaparecer, segundos después.
- Mi señor… ¿q-que va a…? ¡Por los dioses!
- Jae… ¡ah! Ssshhh…- sosteniéndose en su brazo sobre la cama el castaño se levantó más, para besarlo. Tenían que guardar silencio, alguien podría escucharlos y, peor, ir a ver por qué causaban tanto alboroto. Apenas podía contenerse, era demasiado para el rubio sentir no sólo que invadía sino que era invadido. No pasó mucho tiempo antes de que se viniera dentro del castaño, ni tampoco para que éste alcanzara su clímax entre sus abdómenes.
**
Al día siguiente, Yunho se levantó con una gran sonrisa. Se sentía completo, satisfecho. Después de ser bañado por dos de las más hermosas sirvientas, perfumado y vestido, bajó a reunirse con su padre y su hermano menor a desayunar. Al entrar al gran comedor sólo encontró ahí a su hermano.
- Buenos días, Changmin.
El menor asintió. El desayuno ya estaba servido, pero no podían empezar a comer si su padre no se les unía. Su madre había muerto al dar a luz a Changmin, y aunque Yunho la extrañaba mucho, era una pérdida que había podido superar. Siempre la sentía cerca. Y en su defecto, tenía a su capitán para darle amor. Este pensamiento siempre le alegraba el día, sin importar lo que pasara.
Pasaron los minutos y su padre no aparecía. Con un movimiento de mano, llamó a un sirviente.
- El rey se encuentra algo enfermo. Su desayuno ya fue llevado a su habitación. No es nada por lo cual alarmarse – le afirmó el sirviente.
- Gracias.
Empezaron a comer. En silencio, como siempre. Pero Changmin no estaba comiendo como siempre. Comía más despacio, unos segundos quizás, pero parecía distraído.
- Yah.
El menor miró hacia arriba, atendiendo al llamado de su hermano mayor.
- No es nada grave. Nuestro padre estará bien.
- Lo sé, hyung.
- No te preocupes, ¿si? – sonrió. Changmin también sonrió. Terminaron de comer y salieron a entrenar frente a la armería. Primero practicaron solos, luego combatieron ellos juntos contra cuatro soldados, entre ellos el capitán. Yunho siempre combatía contra Jaejoong más que contra los otros tres; excepto ese día. Al parecer Changmin estaba lleno de energía y pronto desplazó no sólo a los dos soldados contra los que le tocaba pelear, sino al otro que luchaba contra su hermano y ya iba contra Jaejoong también.

- ¡Changmin ah! ¿No me vas a dejar combatir a mi también? – rió su hyung mientras Jaejoong se defendía de los ataques del joven príncipe. Nunca lo había visto atacar con tanto brío. El capitán estaba impactado. Por fin Yunho entró en la pelea, atacando también a Jaejoong hasta que éste no pudo más y se tiró al piso de espaldas, una posición completamente vulnerable en todos los sentidos, declarando que se rendía.
- Volvimos a ganar – jadeó el mayor de los príncipes.
- Sí. Como siempre – añadió el menor.
Después, como siempre, se retiraron. Mientras Jaejoong se levantaba del suelo, por alguna extraña razón tuvo el estremecimiento de que alguien lo miraba con odio. Al levantar la mirada solo vio a sus señores. Seguramente era una alucinación causada por la adrenalina.
**
Así transcurrió el resto de la semana, con esa alegre monotonía. Sólo era alterada por algunas reuniones de Yunho con los mayores y los sabios, a algunas de las cuales también asistía Changmin. Una semana o dos después, varios médicos empezaron a desfilar por el palacio. Todos decían que su padre se repondría, pero no parecían muy convencidos cuando salían de la gran habitación. El más afectado por esto era Yunho, pero sabía disimularlo muy bien. O eso creía él mismo. Cuando se dio cuenta de que, conforme la enfermedad de su padre avanzaba también aumentaba la distracción de su donsaeng (hermano menor), comenzó a sospechar que estaba siendo aún más difícil para Min de lo que era para él. Después de todo, el ya había visto una muerte y la había superado. Para Changmin era algo nuevo. Intentando hacerle la carga menos dolorosa, Yunho procuraba estar al lado de su hermanito tanto como podía, hacerlo hablar, contarle lo que había hecho en el día. Excepto los detalles nocturnos que compartía con su Joongie, esos eran privados. El menor solo lo escuchaba, sonreía, de vez en cuando asentía. Otras veces ni siquiera lo veía durante el día, quién sabe a dónde iba a solas. Esto último preocupaba mucho a su hyung. El tiempo siguió pasando y se siguió cobrando.

Por fin llegó el día de la hora solemne. El viejo y enfermo rey llamó a Yunho a su lado. El hijo, dócil y fiel, entró en la habitación y se sentó a su lado, tomando y besando las manos de su padre.
- No sé si decirte que me voy o mejor decirte que volveré pronto – susurró el monarca.
- No diga ninguna de las dos, appoji.
- Yunho, no nos engañemos. No sé cuánto tiempo me queda. Míralo por este lado, me reuniré con tu madre.
- ¿Y nosotros? – no pudo contenerse. La idea de perder a su padre era demasiado dolorosa como para aceptarla, aunque ya fuera mayor de edad.
- Estarán bien. Tú estás preparado. Pase lo que pase, sé que conseguirás salir adelante, y sacar también adelante a tu hermano.
- Él es quien más me preocupa. Aún es joven, padre. No sé si esté listo para decir adiós.
- Bueno – sonrió débilmente el rey – dile que no me diga adiós, sino hasta luego.

Al salir, Yunho se topó con su hermano menor.
- Te espera – dijo. El menor asintió. Luego el mayor le dirigió una mirada doliente y se alejó a su habitación.

-¿Quién es?
- Soy yo, padre.
- Ah, Changmin – el rey apenas podía hablar, se sentía demasiado débil, - acércate.
El joven príncipe obedeció, se sentó a su lado y tomó la mano de su padre como su hermano había hecho antes. Intentó que no pareciera demasiado teatral.
- Sabes que me quedan pocos días. Como le dije a Yunho, pronto la responsabilidad del reino pasará al nuevo rey – un ataque de tos lo interrumpió. Changmin le dio ligeras palmadas en la espalda.
- Será un puesto difícil, demasiada responsabilidad – añadió el rey una vez se repuso del ataque, apretando la mano de su hijo, el más pequeño de los dos, - por eso quiero, te ruego, que tú le ayudes. Que vea en ti apoyo incondicional. Que seas su auxiliar en todo. Que seas fuerte por ambos.
- Por supuesto, padre – respondió el joven, sujetando la punta de una almohada con su otra mano – por eso, espero comprendas que no estoy de acuerdo con tu decisión sobre el heredero – apretó la almohada con fuerza.
- ¿A qué te refieres?
- A que – sujetó la almohada con ambas manos – Yunho no es el indicado para ser el rey; y como soy un hijo tan obediente, me encargaré de salvarlo de semejante tormento como lo es ser el gobernante- alzó la almohada sobre el rostro de su padre…
***
Al día siguiente todo el reino se vistió de negro. La semana siguiente, todo el reino fue cubierto por un pesado velo de luto, cuyo extremo más pesado recaía en el palacio, más exactamente en Yunho. Al parecer, durante la noche, su padre había muerto en sueños. Su corazón simplemente se detuvo, no hubo dolor. Su alma se había elevado a los cielos, reuniéndose con la de su ommoni (mamá). Sin embargo, algo no estaba bien. Los sabios habían tenido que reunirse la tarde siguiente a la muerte del monarca. Muy probablemente debían revisar el testamento del señor para luego coronar al nuevo rey, aunque parecía obvio quién era el más indicado. No obstante, la junta de los ancianos llevó más tiempo de lo normal.
Por fin, una semana después, se dio el veredicto. En el balcón real, frente a todo su pueblo, los sabios decretaron quién sería el nuevo gobernante.
- De acuerdo al último deseo de nuestro rey – dijo el más joven de los sabios, profesando como mínimo unos 60 años, - que en el cielo descanse, el nuevo monarca de nuestro reino, quien será coronado hoy, será el joven príncipe Changmin.

La sorpresa azotó como una ola a todo el pueblo, reventando en Yunho. Creía que por ser el mayor él sería el rey. Solo en raras ocasiones, cuando el primogénito no se mostraba capaz de ser rey, por ejemplo, el siguiente hijo varón sustituiría a su hermano en el trono. Entonces, al final de sus días, ¿su padre lo había juzgado incapaz de gobernar? Ante sus ojos incrédulos y contrariados vio como su hermano menor se hincaba frente al anciano para luego recibir sobre su cabeza la corona. La guardia real también estaba sorprendida. Vestido de negro, Jaejoong notó la tristeza invadir el rostro de su príncipe Yunho.
Lo que pasó en los días siguientes bien podría definirse como un tornado incomprensible. Primero, el nuevo rey se instaló en la antigua habitación del rey, luego mandó que exiliaran a todos los cocineros y que contaran niños en su lugar, pues al ser inocentes no atentarían contra su vida envenenando su alimento; los impuestos subieron, las mujeres jóvenes casaderas se llenaron de miedo al saber que el nuevo rey buscaba concubinas, las inversiones en los campos de cultivo crecieron, eso sí, pero el hambre en el pueblo comenzó a aumentar lentamente. En la milicia, varios soldados habían sido encerrados en la cárcel por mostrar contrariedad hacia el nuevo monarca, y los reglamentos se habían vuelto aún más estrictos. Todo esto el capitán podía soportarlo. Lo que fue demasiado fue el clímax de esa semana: Yunho, agobiado y deprimido al parecer tanto por la muerte de su padre como por su negación al trono, se había suicidado una noche. Cuando escuchó la noticia, sintió como su corazón se desplomaba y su mundo se convertía en ceniza. Sintió que se congelaba, aunque el resto del mundo parecía arder en un infierno.






Dreams on fire - Capítulo 2
II. Callejón sin salida.

-Por fin llega, capitán.
Había pasado un mes desde la inexplicable muerte de Yunho. Desde entonces todo para Jaejoong se había convertido en una alucinación borrosa. No le interesaba mucho nada en especial, ni nada especial le interesaba mucho. Ni la reducción en su ración de alimentos – prefería no comer, realmente no había sentido hambre desde hacía mucho- ni que a varios de sus compañeros en el ejército se los hubieran llevado presos, entre ellos al general, volviéndose el jefe de la milicia el propio rey Changmin. Tampoco le importaba el exigente entrenamiento que ahora debía seguir con los demás. Era sólo un cuerpo presente, haciendo lo que debía hacer pero sin sentir nada. El vacío que Yunho le había dejado ocupaba todo su ser, tanto, que incluso creía escuchar ecos de sus lamentos por los pasillos del castillo. Agónicos. Desesperados.

Evidentemente tampoco le importaba que el rey quisiera aún practicar duelo de espadas con él. Aunque podía empezar a contar con la segunda mano el número de heridas profundas que ya le había dejado: si el capitán intentaba defenderse, el rey llamaba a otros soldados para combatir hasta agotarlo y herirlo. Este era uno de esos días.

- Tome su espada y practiquemos, ¿quiere?
Como autómata obedeció. Una herida que tenía en el hombro no terminaba de cerrarse aún, pero no le tomó mucha importancia.
- Bien. ¡En guardia!
El rey se dejó ir contra él como un tigre sediento de sangre. Jaejoong simplemente lo bloqueo, pero por la falta de alimento estaba algo débil. Además, qué importaba. Por inercia poco a poco empezó a contraatacar. Al rey no le gustó. Llamó a otros cuatro soldados pero, en lugar de hacerlos combatir contra él, les ordenó que lo detuvieran.
-¿Señor? – el capitán estaba sorprendido.
Por toda respuesta, éste pateo su estómago, sacándole el aire. Mientras Jae tosía, Changmin siguió propinándole el castigo que de acuerdo a su criterio merecía. Al final el rubio apenas se podía mover, rojo brotaba de su cuello, de su nariz, de su brazo, de su cadera. Le dolía la cabeza, la espalda, las costillas.
-Suficiente por hoy. He entrenado lo suficiente –sonrió Changmin y sin más se fue.
A la hora de la comida, llegó tarde. El médico había tenido que darle un té energizante para que pudiera continuar moviéndose el resto del día y lo obligó a comer. Llegó la noche y apenas pudo dormir, le dolía absolutamente todo, hasta el alma.

Afortunadamente al día siguiente el rey no lo llamó para entrenar. Aprovechó para relajarse un poco, intentar salir adelante. Sin embargo, paseando por los pasillos del palacio, ahí estaban otra vez los lamentos lastimeros. Sintió como se le erizaba el vello de la nuca. Sonaban tanto a Yunho. No podía evitar pensar que, de haber estado con él, quizás lo habría detenido y no se habría suicidado. Sintió húmedas sus mejillas y antes de que otro soldado lo viera, se ocultó en su pedazo de habitación en los cuarteles.
Al día siguiente se sentía algo mejor. Ya no le dolían tanto las heridas. Pero los lamentos seguían ahí, cada vez más fuertes. Pasó otro día, y otro y otro. El rey volvió a pedir entrenar con él, pero no lo agredió como siempre. Sólo salió con moretones, pero ya se había acostumbrado a ellos como buen militar. Al caer la tarde, un sirviente le anunció que el rey Changmin pedía verlo en su habitación. ¿Por qué?

***
- Por fin llega, capitán. Pase por favor.
Jaejoong entró a la habitación, lleno de dudas. En cuanto puso el segundo pie dentro y miró frente a él, la visión hizo que un escalofrío recorriera su espalda y que su respiración se helara en su garganta. Changmin estaba recostado en la cama, con una sonrisa de satisfacción que ya estaba acostumbrado a verle, pero eso no era lo que lo había aterrado. Recostado a su lado, con el torso recargado en el cuerpo del rey, estaba Yunho. ¡Yunho! Su mirada estaba completamente perdida, parecía que estuviera dormido… o drogado. Sus labios estaban apretados, podía adivinar que aquélla posición no le agradaba, pero no podía moverse. Además, una de sus muñecas estaba sujeta con un grillete y una cadena a uno de los postes de la cama. Mientras, su hermano acariciaba suavemente su mejilla y su brazo con el reverso de una de sus manos.

- ¿Qué pasa, capitán? –inquirió el rey.
Jae no podía moverse. Le alegraba saber que su Yunho no estuviera muerto, pero… verlo así...a merced de su hermano, en un estado de ausencia mental tan profundo…
- ¿No te gusta ver a tu amante con otro, Jaejoong? – se burló Min.
Jaejoong apretó sus puños. ¿Cómo lo sabía? Bueno, ahora que él era el rey seguramente se había conseguido miles de contactos quienes pudieran decirle todo lo que ocurría en el castillo que él pudiese ignorar.
- No sé de qué habla, señor.
- Claro que lo sabes. Sé que eres su amante. Los escuché varias veces en las noches, gritando, gimiendo, el rechinido de los barrotes… no puedes mentir sobre eso.
Tenía razón. No había alguna mentira lo suficientemente verosímil que pudiera decirle para ocultar la verdad sobre la relación que habían tenido Yunho y él.
- Tengo una manera muy sencilla de comprobarlo. Y en parte es por eso que lo llamé, capitán. Déjeme explicarle la situación – Changmin se enderezó un poco para mirarlo directamente, sin soltar a su hermano – mi querido hermano Yunho – lo decía con tanto cinismo – ha estado algo..¿Cómo decirlo? Caliente últimamente. Y yo, siendo un rey tan bondadoso y un hermano por demás cariñoso – sí, claro, no le cabía la menor duda a Jaejoong de ello – no puedo dejarlo así. Debido a esto te he llamado.

El capitán empezó a sudar frío cuando la extensa explicación comenzó a asentarse en su mente.
- Quiero que se lo hagas. Que le des placer para que ese estado se le pase y deje de gemir todas las noches.
Vaya, eso explicaba los lamentos que Jaejoong escuchaba. Su Yunho estaba vivo y estaba sufriendo sin poder defenderse.
- ¿Frente a usted? – la pregunta era estúpida, no tenía por qué preocuparse por el decoro o el pudor en ese momento. Era absurdo.
- Por supuesto. No te dejaré solo con él para que lo liberes y huyan como lo que son. Ven acá y hazlo.

Jaejoong seguía helado en su sitio. No podía creer lo que acababa de escuchar.
- Hablo en serio – Changmin sacó un cuchillo de debajo de la almohada y apoyó su filo en el cuello de su hermano. Aún estando drogado, Yunho lo percibió y levantó su rostro hacia Jaejoong. Era un gesto de súplica.
-¿Crees que no lo haré? Ya te dije que no soporto oírlo gemir. O lo haces venirse o lo desollaré, de cualquier manera conseguiré que se calle. ¡Ven acá!
El cuchillo en el cuello de su amado, la mirada amenazante de Changmin y ése gesto de súplica de Yunho… Jaejoong no tenía opción. Estaba en un callejón sin salida. Se acercó hasta la cama pero antes de poder subirse, otra orden lo detuvo.
- Quítate las botas. No quiero que ensucies las sábanas de lodo o lo que sea que hayas estado pisando antes de llegar aquí.
Nuevamente Jaejoong obedeció. Dejó caer las botas en el piso luego de quitárselas y se trepó a la cama, hincándose frente a sus dos señores.
- ¿Qué es exactamente lo que quiere que haga?
- ¿Eres estúpido o qué? – Con un gesto rápido, Changmin cortó el cinturón de Yunho y bajó su pantalón, revelando el centro del problema – mételo en tu boca. ¿Ya lo has hecho, no? Hazlo para él como le gusta.
Jaejoong asintió, sintiendo como los brazos le temblaban de ira, y con cuidado separó un poco las piernas de Yunho. Poco a poco empezó a introducirlo en su boca. Sí, amaba a Yunho y sabía que él lo amaba también, y sí, se lo había hecho antes. Pero que Changmin lo obligara a hacerlo frente a él… era humillante y doloroso para ambos.

Bajo la mirada atenta de Changmin, el capitán empezó a succionar, a lamer. Yunho, en su sopor perpetuo, sólo apretaba más sus labios y cerraba sus ojos, apenas gimiendo de vez en cuando, muy bajo. La visión era demasiado erótica para el rey. Su propio miembro empezaba a despertar bajo el peso del cuerpo de su hermano mientras a éste le proporcionaban placer. Era intolerable.
Los sonidos provenientes de los labios de Yunho se hacían cada vez más fuertes; por más atontado que estuviera mentalmente, su cuerpo aún era capaz de sentirlo todo y de reaccionar a cada estímulo: especialmente, en este caso, a la lengua de su Jaejoong estimulando la punta de su hombría. Éste, a su vez, empezaba a tocarlo, olvidándose por un momento que Changmin estaba presente. Sus manos acariciaban el abdomen de su amado, suavemente, como siempre que hacían el amor. Las piernas de Yunho empezaban a temblar cuando Changmin decidió que era suficiente.
- Basta. ¡Basta! – dándole un fuerte empellón, el rey obligó al capitán no solo a sacar a Yunho de su boca sino que incluso lo hizo rodar fuera de la cama.
- Con eso es suficiente. Ponte las botas y vete ya.
Jaejoong obedeció, no podía hacer otra cosa. Changmin le haría daño a Yunho si no lo obedecía, y eso era más doloroso que si lo lastimaran a él. Aún más.
- Y límpiate la boca, está manchada de blanco.
Frente a la puerta, el capitán pasó el revés de su mano por sus labios, limpiándose. Tiró de la perilla y antes de salir se le ocurrió voltear hacia la cama, lo que hizo que se olvidara de respirar una vez más.

***
Changmin desnudó a su hermano, sin soltar el cuchillo en su mano, y éste no se resistió. La droga que le había administrado dos días después de su coronación había tenido el efecto deseado, y lo mantenía dándole dosis de ésta cada semana. No podía permitir que se saliera de su control. Tampoco podía permitir que alguien viniera a rescatarlo, así que difundió el rumor del suicidio, y el que sirvientas encontraran a Yunho con apariencia de muerto, efecto de la droga, bastó para que la mentira pareciera real.
Terminó de quitarle la ropa cuando por fin escuchó la puerta cerrarse. Jaejoong se había ido, estaban solos otra vez. O al menos ya no los veía nadie, y le daba lo mismo si el capitán estaba recargado en la pared, escuchando. Hasta mejor, escucharlo tener sexo con su adorado Yunho lo heriría profundamente, y el pensar en esto no solo alegraba al rey, sino que le proporcionaba placer. Lo examinó, desnudo, y no pudo negar que su hermano era increíblemente sexy. Además, ver su hombría completamente despierta y al borde del clímax sólo provocaba que la suya se excitara también.

Sin más empezó a desvestirse también, mientras Yunho gemía, necesitado. Ya desnudo, se acomodó sobre su hermano, sentándose en sus piernas. Su hombría tan cercana de la suya… quería probar el contacto entre ambas. Como pensaba, era irresistible. Él también empezó a gemir. ¿Cómo se sentiría dentro de él? Se relamió de solo pensarlo. Pero era grande, no cabría así como así en su interior. Se echó un poco para atrás y separó sus piernas, acariciando su propio vientre y descendiendo, pasando por su miembro excitado y hasta su entrada.
- Aah…- dolía un poco, era algo nuevo, pero se acostumbraría. Poco a poco su entrada se fue dilatando, mientras con su otra mano acariciaba el vientre de Yunho. Cuando lo escuchó gritar se dio cuenta que aún tenía el cuchillo en la otra mano. Lo había cortado un poco. Atraído por el rojo, se inclinó a lamerlo, el sabor salado aumentando su ansiedad por sentir mayor placer. Cuando se creyó lo suficientemente preparado, sacó sus dedos y sujetó con firmeza el miembro de Yunho. Soltó el cuchillo, se acomodó en cuclillas sobre él y poco a poco lo hizo entrar.

De nuevo el dolor. Pero no se detuvo, quería sentirlo, estaba encaprichado con eso. Ya que entró completamente, el rey soltó un suspiro que no había notado que contuvo. Esperó un poco para acostumbrarse; Yunho empezaba a gemir más fuerte y sus piernas comenzaban a removerse, inquietas. Apoyando sus manos en el pecho del mayor, Min empezó a moverse sobre él. La sensación de su parte más íntima ensanchándose, el sonido de su cuerpo chocando contra el del otro, los gemidos del otro, el capitán escuchándolos… todo creaba una atmósfera indescriptiblemente placentera. Le encantaba.

Cuando empezó a escuchar a Yunho gemir junto con Changmin, no pudo más. Le dolía el pecho, sentía como si se lo hubieran apresado entre dos tablones de mármol helado. Estaba atrapado, encerrado en ese infierno. Yunho también, lo sabía, pero al menos él no se daba cuenta de absolutamente todo lo que estaba pasando no sólo a su alrededor, sino con él mismo, con su cuerpo. No podía creerlo de Changmin. Todos siempre habían creído que era un niño tierno, cohibido, incluso introvertido. Pero la realidad era otra totalmente distinta. El monstruo había estado dormido, nada más. Y lo más terrible era que, aunque pareciera que no, las cosas estaban por ponerse mucho peor. Como decía la frase, aún no entraban al vientre de la bestia, donde ni siquiera se podía respirar sin temer por la vida propia. Mejor se alejó, casi corriendo, y no miró atrás sino hasta que se encontró de bruces con su almohada. Ojalá despertara y fuera sólo una pesadilla.

***
Cambió de posición. Ahora podía sentir como el miembro de su hermano tocaba el punto exacto, sujetándose a sus piernas para darse impulso, ambos sentados frente a frente, aunque estaban casi recostados, apoyándose en sus codos. Tanto placer…apretó con fuerza las piernas de Yunho, encajándole las uñas, arrancando otro grito de dolor por parte del mayor. Soltó su carne y lo sujetó por la espalda, jalándolo hacia él para que se recostara encima. Por suerte los gritos de Yunho eran algo agudos, podría decir que había estado con una chica de voz ronca, si es que a alguien se le ocurría o tenía el valor de preguntarle. Moviendo sus caderas hacia arriba no detuvo ni por un instante las oleadas de placer que recorrían todo su cuerpo, mientras sus manos apretaban toda la piel posible de apretarse del trasero y la espalda de su hermano. Apretando también sus piernas alrededor de su cadera, se vino tan increíblemente que incluso desgarró la espalda de Yunho con sus uñas.

-Ya…fue suficiente… - sin más lo apartó de sí, sacándolo de dentro de él. Yunho quedó desparramado sobre el colchón, sus miembros entumidos igual que su hombría, los muslos y la espalda ardiéndole por los arañazos y la herida de su vientre manchando las sábanas de rojo. Jadeando, Changmin lo examinó sin prestarle mucha atención, apenas pasando su mirada por su cuerpo. Al notar la sangre se levantó con hastío.
- A ver, estás ensuciando mi cama – dijo, levantándolo y bajándolo de ésta para dejarlo recostado en el piso. Luego tocó una campanita de plata que tenia al lado de su cama, gracias a la cual llamaba a sus sirvientas personales.
Mientras las chicas limpiaban la habitación, los ojos, perdidos aún en la nada, de Yunho lloraban después de que su hermano lo había ocultado en el baño. Lloraba en silencio, le dolía el cuerpo pero no sabía ni comprendía por qué. También había sentido placer. ¿Había sido Jaejoong? No, él no lo lastimaría así. No comprendía nada, todo le daba vueltas, todo estaba lejos, nada era lo que parecía ser.

Estando una vez más solo en la habitación, Changmin se envolvió en una bata y se recostó para leer. Curiosamente en ese librito aparecía un chico herido de muerte que le recordó a su hermano. “Aish”, murmuró, “quizás debería de conseguir un médico especial que lo cure pero que guarde el secreto. Esto último no será difícil”. Volvió a levantarse con hastío, llamó a otro sirviente y este se encargó de buscar al médico. Luego fue al baño y, sentándose al lado de la tina de mármol, miró a su hermano, semi-inconsciente.
- Valió la pena, ¿no crees? Al menos para mí – sonrió.







Dreams on fire - Capítulo 3
III. Abandonados.

Había en el pueblo un joven. Alto, delgado, de tez blanca sin llegar a la transparencia, cabello corto y rojo como fuego. Vivía con humildad, vendiendo verduras que cultivaba en el patio trasero de su pequeña casa, como muchos de sus vecinos, y también criaba patos. Éstos lo seguían a todos lados, y su amo estaba tan encariñado con ellos, que muchos de sus amigos le hacían burlas diciéndole que inclusive se reía como esas aves. Inclusive lo llamaban el “pastor de patos”, por que los animalitos lo seguían como las ovejas suelen seguir a sus pastores. Pero a él le daba lo mismo, era feliz así. Jamás se habría imaginado que acabaría viviendo en el palacio.
Era una mañana tranquila, claro, dentro de lo que cabía la tranquilidad desde que tenían nuevo rey. Se levantó temprano, se dio una refrescada con una tinaja de agua fresca del lago al que llevaba a sus patitos a nadar, misma que recogía todas las noches antes de volver a casa y que dejaba lista en una tinaja, lista para que, al despertarse, sólo tuviera que vaciársela encima, después de quitarse la ropa, claro. Como vivía solo, podía deambular por la pequeña choza tal como los dioses lo habían traído al mundo sin vergüenza, por que no había nadie, aparte de los patos, que lo observaran. Una vez afuera era otra cosa muy distinta, debía ir vestido. Eso estaba muy bien, aunque dentro de su casa no lo pareciera, tenía un gran sentido del pudor. Más que nada por su voluminoso trasero, una razón más para que sus vecinos continuaran sus burlas: “Eh, ¡tienes hasta trasero de pato!”.

Qué más daba. Así desnudo fue a la cocina, metió un trozo de masa al hornito después de encender las brazas y buscó en la repisa un tarro de mermelada que una chica le había regalado el día anterior. Mientras el pan se cocía se asomaba al nidito que había improvisado con su camisa, paja y algo de lana que un vecino le había intercambiado por un kilo de lechuga, debajo del hornito para que estuvieran calentitos. Varias veces se había sentido tentado a dormir abrazando el nidito, pero había dos grandes inconvenientes: temía amanecer encima de un omelet, o peor, que algún vecino lo descubriera, entonces sería el colmo de su “pateza”. Un zorro hambriento se había desayunado a su mamá, pero él había logrado rescatar los huevos. Sabía lo que era ser huérfano, y no iba a permitir que sus patitos se sintieran abandonados. Sonrió al notar que estaban tibios y que, al ponerlos a contraluz de un quinqué, tenían dentro un pequeño pato en crecimiento.
- Vamos bien, pequeños. Vamos bien.
Les decía mientras volvía a acomodarlos en el improvisado nido para luego sacar el pan, desayunarse y vestirse.
- Ya me voy a trabajar, pequeños. Le mandaré saludos a sus hyungs y nunas de su parte, ¿está bien? ¡Ue Kyang Kyang Kyang!
Claro que antes de salir cerraba todas las ventanas y puertas para que ningún otro zorro entrara a desayunarse a sus pequeños. Si pescaba a alguno haciéndolo lo mataría a golpes con el báculo que siempre llevaba, como buen pastor. Con el saco de verduras frescas colgando de su hombro se encaminó al corral, el cual también estaba perfectamente cerrado con una maya anti-depredadores, inclusive arriba, para que tampoco las águilas se dieran un festín. Ignoraba que pronto conocería a su águila propia.
Después de comprobar que el corral no había sido violado y que todos sus patos estaban dentro, abrió la puertita y por ella empezaron a salir todos. Tras cerrar la puertita del corral se encaminó hacia el mercado, fielmente seguido por su familia de aves.
Ya todos en el mercado estaban acostumbrados a verlo desfilar de esa manera, por lo que todos lo dejaban pasar y respetaban a sus patos, y al que no lo hiciera le tocaba conocer al “señor báculo”. Llegó a su puesto y metió en el otro pequeño corral a sus patos y, después de acomodar las verduras para venderlas, los alimentó con migajas de pan y semillas variadas.

Pasaron algunas horas, durante las cuales vendió dos kilos de zanahorias, cinco de cebolla, seis pimientos y diez tomates, cuando la tranquilidad del mercado fue interrumpida. Por todos los puestos se empezó a correr el rumor: el rey se paseaba por el pueblo y estaba a punto de llegar al mercado. Cuando la noticia llegó al “pastor de patos”, efectivamente, Changmin entraba a caballo al mercado, seguido del capitán Kim y cinco soldados más. El pánico se dejó caer sobre todos, pues conocían el temperamento explosivo del nuevo rey. Se hizo el silencio, las mujeres jóvenes desaparecieron como por arte de magia y algunos puestos inclusive cerraron. Solo se escuchaban algunas tensas respiraciones, el rítmico golpe de las herraduras de los caballos y los graznidos inquietos de los patos. Unos eternos minutos después, el rey autorizó a sus soldados para que revisaran algunos puestos y compraran lo que apetecieran, mientras él continuaba la ronda junto con el capitán, quien dócil y sumiso lo seguía. ¿Qué buscarían exactamente? Pronto llegaron frente al puesto del criador de patos, quien no estaba menor nervioso que los demás, pero confiaba en su buena suerte.
- Jaejoong – dijo el rey, mirando una de las manzanas que vendía el de cabello de fuego. El capitán se adelantó para escucharlo de frente, - pídele una manzana.
- Sí señor – acto seguido el rubio bajó de su caballo, cojeando ligeramente se acercó al puesto y pidió la manzana. El chico ya había escuchado al rey, pero aún así se esperó. Tomó una de las manzanas y la alzó para mostrársela al rey.
- ¿Ésta está bien, señor? – preguntó el capitán.
- No. Ésa no.
El capitán miró las demás manzanas, y el otro chico pudo notar en su mejilla y cuello marcas moradas. Para un soldado era natural, supuso el criador. Repitieron el procedimiento otras tres veces, el nerviosismo aumentando en ambos. A la cuarta manzana mostrada, al vendedor le temblaban las manos al grado de que, sin querer, tiró varias de ellas al piso al intentar colocarla de nuevo en su lugar. Rápidamente salió del puesto y se puso a recogerlas, agachándose. Al hacerlo, accidentalmente dejó que el rey notara su atributo más preciado.
- Ya no quiero manzanas – dijo repentinamente Changmin, - vámonos, Jaejoong.
- Lo siento, Junsu – susurró el capitán al criador antes de regresar al lado de su señor, subirse al caballo y partir de vuelta al castillo. Junsu no podía estar más sorprendido. Bueno, al menos ya se había ido.

***

- He estado pensando – dijo el rey, meditabundo, mientras acariciaba nuevamente la mejilla de Yunho, quien estaba tendido a su lado, drogado como siempre, y Jaejoong los observaba, hincado sobre una mezcla de sémola y sal como Changmin le había ordenado, con las rodillas descubiertas, mientras sus brazos estaban atados a la pared con unos grilletes que el mismo capitán había sido forzado a instalar. Llevaba ya una hora en esa posición, suficiente para que sus brazos se entumieran por estar en la misma posición, pero era más aguda la sensación quemante en sus rodillas.
-Dije que he estado pensando, capitán.
Intentando ignorar la tortura, que no pareciera tan cruel y sin embargo dolía, Jaejoong volteó hacia su señor.
- ¿Sobre qué, señor?
- Sé más específico, capitán.
- ¿Sobre qué ha estado pensando, mi señor?
- Sobre mi reinado. Sobre que quizás no pueda manejarlo por mi cuenta – continuó, acariciando ahora uno de los muslos de Yunho, quien mantenía su mirada fija en ninguna parte, terriblemente acostumbrado al toque de su hermano menor.

- ¿Y qué piensa hacer al respecto? – preguntó Jaejoong, esperando que la respuesta tuviera que ver con la libertad de Yunho. Por toda respuesta Changmin le arrojó un jarrón que tenía a su lado. La vasija estalló contra el pecho del capitán, haciendo que éste se doblara, dentro de lo que los grilletes le permitían.
- No voy a liberar a Yunho, si es lo que estás pensando, estúpido. Me gusta tenerlo así, a mi disposición; y no tolerare rebeliones, así que quítate la idea de que volverás a cogerte a Yunho como antes de la cabeza de una vez por todas. Si yo lo quiero, tú no tienes nada, y si no lo quiero, tampoco tendrás nada, ¿está claro?
El rubio asintió, mientras su pecho le escocía por el golpe.
- Además, ¿de qué otra forma te mantendría a ti con la boca cerrada, o como dicen en el pueblo, flojito y cooperando? – sonrió, tomando el cuchillo que ahora mantenía siempre al lado de su cama y apoyando el filo en la pierna del moreno. Yunho gritó al sentir como le desgarraba la piel, haciendo voltear a Jaejoong.
- ¡Por favor no!
-Así me gusta – sonriendo aún más, retiró el cuchillo de la piel de su hermano, aunque ya había teñido de rojo la hoja, - te estaba diciendo que he estado pensando, y quizás necesite un consejero. Tengo a alguien en mente, a decir verdad, y quiero que mañana vayas por él.
- ¿Quién, mi señor?
- El chico de cabello rojo que intentó vendernos manzanas.
Oh, no. ¿Junsu, el criador de patos? Eso solo le traería problemas al pelirrojo, y no tenía por qué ganarlos.
- Pero señor, él es sólo un pueblerino, un simple vendedor de verduras que vive entre patos, ¿de qué podría servirle?
Changmin se levantó tan rápido que Jaejoong no había terminado de formular la pregunta cuando el fuete, del que ya tampoco se separaba el rey, le cruzó el rostro, reventándole los labios.
- ¿Tú que sabes? Yo soy el rey, yo sé lo que quiero y lo que es conveniente para mí, para ti y para el pueblo. Vuelves a desafiarme y reviento la cara con el fuete. ¿Entendiste?
Jaejoong volvió a asentir, sintiendo como el sabor salado llenaba su boca.
- Bien – Changmin sacó la llave de entre su ropa y soltó los grilletes – levántate y ve a buscar al médico para que cure la herida que por tu imprudencia le causaste a Yunho. ¡Anda, date prisa!
Con las rodillas ardiendo marcadas por la sal y la sémola, el pecho palpitándole de dolor y los labios sangrando, Jaejoong obedeció.

***
Al día siguiente, Junsu estaba acomodando las verduras en su puesto nuevamente, ingenuo del futuro que le deparaba. Estaba más contento que el día anterior, por que una de sus patitas había puesto más huevos, lo que daría hermanitos a sus pequeños. Le creaba una gran ilusión pensar en eso, en cómo se verían, si todos serían blancos después de amarillos o saldría alguno café, entre otras cosas.
De repente escuchó un relincho y al voltear vio al capitán Kim, con otros tres soldados, frente a su puesto.
- Kim Junsu, el rey solicita verlo en el palacio inmediatamente.- le dijo, y Junsu se dio cuenta de que tenía los labios hinchados, más que de costumbre.
- ¿Por qué? ¿Hice algo que le molestara?
Jaejoong bajó del caballo y se acercó a él.
- No. Simplemente pidió que te llevara hasta él – explicó. Los otros tres soldados rodearon a Junsu y lo sujetaron – lo siento Junsu. Lo siento mucho.
Y a rastras se lo llevaron. Sus patos se quedaron solos en el puesto, y sus pequeños, abandonados en su casa, donde pronto saldrían del cascarón y probablemente morirían de hambre.

Changmin lo esperaba en el gran salón, sentado en el trono que una vez ocupara su padre. Los soldados arrastraron al pelirrojo hasta ahí y lo aventaron frente a él. Jaejoong sólo miraba desde atrás.
- Me dicen que crías patos. ¿Cómo te llamas? Exigió el rey.
- Kim…Kim Jun…Junsu- el chico temblaba de miedo.
- Kim Junsu, te he mandado llamar por que quiero que seas mi consejero. Espero estés de acuerdo.
- ¿Yo? – El pelirrojo volteó, incrédulo - ¿Yo, consejero del rey?
- Así es – sonrió el castaño, - pero, aunque te pediré consejos, tendrás que hacer lo que yo te diga, sin protestar ni resistencia, ¿entiendes?
- Sí señor, pero…- ¿cómo iba a aconsejarlo entonces? No pudo terminar la pregunta.
- De lo contrario, mandaré quemar tu casa, con todo lo que contiene, así como el jardín.
Por los dioses, la imagen de sus pequeños convirtiéndose en patos rostizados cruzó la mente de Junsu, haciendo que un escalofrío lo sacudiera.
- Está bien, como ordene, señor.
- Excelente. Jaejoong, déjanos solos, quiero hablar con mi nuevo consejero sobre algo que me preocupa.
El capitán asintió y se retiró.

***

- ¿En qué le puedo aconsejar, señor? – preguntó Junsu, dispuesto a ser útil.
- Pues…tengo un problema. Déjame te explico – empezó Changmin, levantándose del trono y acercándose.
- Ayer vi a un chico en el mercado. Y desde entonces no he podido quitarme su imagen de la mente – Min giraba alrededor de Junsu, rondándolo como un águila a su presa – sobre todo su trasero.
Junsu sintió la mano apretando una de sus zonas más privadas.
- ¡Señor! ¿Qué hace?
Changmin recargó su barbilla en el hombro del pelirrojo.
- Dime, ¿cómo puedo quitármelo de la mente si no es teniéndolo cerca? – volvió a apretarlo. Junsu intentó alejarse pero Changmin lo sujetó por un brazo y lo jaló hacia él, besando sus labios con desesperación. Junsu forcejeó, luchando por liberarse, alejarse de ese rey perverso, pero tampoco podía lastimarlo o le iría peor. Sintiendo que se resistía, Changmin alejó sus labios.
- Te recuerdo que prometiste, juraste no resistirte. O ya sabes qué pasará con tu casa.

Asustado, Junsu dejó de resistir. Satisfecho, Changmin volvió a besarlo, desatando su cinturón y tirando de su camisa para quitársela, acariciando superficialmente su espalda y descendiendo a lo que tanto había estado esperando desde el día anterior: las mejillas inferiores del pelirrojo. Éste gimió, sorprendido, dándole a Min la oportunidad de meter su lengua en su boca. Pronto lo acorraló contra la pared y empezó a encimársele, rozando todo su cuerpo contra el de Junsu. Dejó sus labios y empezó a besar su cuello, detrás de su oreja y hacia sus hombros. Luego lo volteó, apoyándolo contra la pared y empezó a besar su espalda, tirando de los pantalones para bajárselos también.
- Se…señor…ah…- Junsu sintió como humedecía su trasero a lametazos, demasiado vulgar, para luego darle una fuerte nalgada que hizo que apretara con sus dedos el tapiz de la pared.
- Lo tienes redondo, resistente. Me gusta mucho, ¿sabes, Junsu?
- Me doy cuenta, señor – volteó Junsu, sonrojado y humillado.
-Hay tanto que quiero hacer con él…- añadió Changmin, algo meloso mientras lo acariciaba suavemente, - y tú no lo vas a impedir, ¿o sí?
- No puedo señor.
Changmin se levantó y se volvió a pegar a su cuerpo, fijándolo contra la pared.
- Ni tampoco querrás evitarlo, ya lo verás – le susurró entre dientes, cerca de su oreja. Junsu cerró sus ojos con fuerza, el tono con el que se lo dijo sólo le dio más miedo. Changmin empezó a manosear su entrada, dándole ligeros mordiscos en la espalda de vez en cuando mientras con su otra mano empezaba a desatarse su propio cinturón. ¿Por qué el dolor ajeno le provocaba tanto? No lo sabía ni le importaba, mientras pudiera conseguir saciar ese deseo.
Cuando lo creyó suficientemente preparado, lo invadió.
- ¡AAAH!
Changmin le tapó la boca con una mano mientras le susurraba un “Shh”. Sin esperar demasiado a que se acostumbrara comenzó a moverse. Era delicioso, como pensaba, para ser el primero al que se lo hacía no estaba nada mal. Gimiendo contra la mano del rey, Junsu lo dejó invadirlo, despedazar lo que le quedaba de vergüenza mientras se aferraba al tapiz, enterrando sus uñas. Era demasiado doloroso, sentía que lo iba a partir en dos pero a Changmin no parecía importarle. Pronto todo se volvió negro.


Cuando abrió los ojos, el ex - criador de patos se encontró en una lujosa habitación del palacio. Intentó sentarse pero su trasero le dolió como nunca. Ahora lo recordaba, no había sido una pesadilla. Al menos ya estaba vestido, y con ropas ricas. Pero eso no le quitaba el dolor o la humillación. De repente alguien entró.
- Me alegra verte despierto, pensé que no volverías a este lado del limbo – dijo el capitán, sonriendo. Al darse de cuenta de quién era, Junsu se tranquilizó, pero solo un poco.
- ¿Cuándo podré irme de aquí, hyung?
- Temo que nunca.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Ahora eres el consejero del rey.
- ¿Consejero le llamas a en lo que me convirtió? ¡¿Dar consejos se llama ahora lo que me hizo?!
- Para él, si – lamentó Jae, mirando el piso, - lo siento Junsu. El rey solo te quiere para utilizarte como pantalla.
- Y como juguete sexual.
- Bueno, eso también.
- ¿Y después? ¿Va a empezar a golpearme?
- No. De saco para golpes le sirvo yo.
Entonces Junsu recordó los moretones y los labios hinchados que había visto en el capitán. Ahora lucía un corte en la mejilla, como si lo hubieran arañado.
- Lo siento.
-Descuida. A este paso me acostumbraré. Y eso es lo que me da más miedo.
- ¿Y por qué no te le resistes?
- No puedo. Me quitaría algo demasiado valioso para mí.
- ¿A ti también te tiene amenazado?
- Por supuesto. De otra forma no le obedecería.

Junsu se recargó en los almohadones que había tras él, el dolor en su entrada empezando a punzarle otra vez.
- Te traje un ungüento para el dolor- dijo el capitán al notar su gesto de malestar.
- Gracias hyung.
Pasó un rato en silencio. Los grillos y los búhos ambientaban la noche.
- Jaejoong hyung, nuestro nuevo rey es un monstruo.
- Tú lo has dicho, Junsu. Y estamos abandonados a nuestra suerte contra él.
"Si", pensó Junsu, "abandonados como mis patitos contra un águila sanguinaria".








Dreams on Fire - Capítulo 4
IV. Truenos

Despertó entre dos cuerpos más. Supuso que ya había amanecido por que sentía la luz más clara, aunque no estaba seguro. Desde hacía bastante tiempo, no estaba seguro cuanto, su cuerpo había estado inmóvil, o al menos no obedecía a las órdenes que su cerebro le mandaba, aunque este mismo tampoco le funcionaba bien. Sólo podía percibir sensaciones, y en ese momento percibía la luz más clara a través de sus párpados, así como las manos de Changmin apoyadas sobre su pecho, como si quisieran abrazarlo. Changmin. Algo le había hecho, pero no estaba tampoco seguro de qué, pero lo más funcional de su cerebro suponía que era gracias a su hermano menor que se encontraba en este estado. Alguien tocó la puerta, lo escuchó claramente, y luego alguien entró por que también escuchó los pasos, y después una voz que extrañaba demasiado escuchar.
- ¿Señor?
Su Jaejoong. Estaba ahí. Sabía que era él, su parte semi-consciente no lo podía engañar con algo tan importante. Las manos de Changmin se movieron ligeramente sobre su piel, y escuchó sonidos inaudibles viniendo de él, luego volvió a sonar la voz de Jae.
- Mi señor…eh…ya es hora…lo esperan…
Las manos de Changmin se alejaron completamente de él y se sintió un peso menos a su lado, en la cama. Luego sintió como el otro peso se movía al mismo tiempo que golpes secos y gemidos de dolor de Jaejoong llenaban la habitación. Y él no podía moverse, no podía ni siquiera gritarle que se detuviera.
- ¡Señor! – gritó otra voz, nueva, algo desconocida para él todavía, -¡Deténgase por favor!
Pero los sonidos secos siguieron, y Changmin habló.
- ¿Quién te dijo que podías venir a meterte a mi habitación sin que te llamaran? ¡No eres más que un animal!
- Se…señor…solo..quería avisarle…agh…que…ya…lle…garon… - la voz de Jaejoong era cada vez más opaca. No. Eso quería gritar Yunho, ¡no! ¡Basta!
-Señor, por favor, lo va a matar, ¡deténgase, solo vino a avisarle! – continuó la voz del otro peso de la cama, se escuchaba asustado, no era para menos. Los golpes secos siguieron todavía un rato, como si fueran truenos en ese infierno de tormenta, pero los gemidos ya no se escuchaban.
- ¡AAH!

***

Changmin y Junsu voltearon hacia Yunho. Había gritado. Incluso se había movido un poco. Probablemente había escuchado los chillidos de Jaejoong, pensó Changmin, ¿y qué?. Su amorcito estaba en el piso, inconsciente, con el rostro bañado en sangre y unos cuantos huesos rotos. No soportaba que se tomara derechos, no le había ordenado que lo despertara, y menos a esa hora. Buena pregunta, ¿qué hora era? Daba lo mismo por el momento. Lo importante era que Yunho había reaccionado, aunque fuera un poco, ante el martirio impuesto a Jaejoong. Eso no era bueno. Seguramente el nivel de la droga se había reducido. Tenía que darle otra dosis. Después de darle otra patada a Jaejoong, quien ya no se movía, fue hasta una mesa frente a la cama y abrió un cajón con una llave que extrajo de una cadena bajo su ropa. Del fondo sacó una botella pequeña y vertió un poco de su contenido en una copa de agua que tenía siempre a la mano. Luego regresó a la cama y se sentó entre Junsu y Yunho, el pelirrojo mirando al piso con pavor. Sujetó a su hermano por el brazo y lo jaló hacia él. Para su sorpresa, se resistió.
- Junsu, ayúdame.
El nuevo consejero no había podido dejar de mirar el cuerpo golpeado del capitán en el piso cuando Changmin le dio un empujón para llamar su atención.
- He dicho que me ayudes.
Sin saber qué hacer más que obedecer, pues no debía provocar más la ira de Changmin, se acercó. El rey le entregó la copa.
- Hazlo que beba – le ordenó.
El pelirrojo vio como Min forcejeaba con Yunho hasta lograr sujetarlo por ambos brazos con un brazo y de la cabeza con el otro. Con las manos temblándole, Junsu acercó la copa a los labios de Yunho. Éste se negaba a abrir la boca, por lo que Changmin presionó sus mejillas hasta que separó los dientes por el dolor. Entonces Junsu acercó la copa y vertió el líquido. A los pocos segundos Yunho cayó en un sopor cercano a la inconsciencia. Lo terrible que se sentía Junsu por haberle hecho eso al príncipe Yunho no se podía describir con palabras.

-Bien, eso bastará por ahora.
- Pero señor, ¿y el capitán? – dijo, señalando al rubio con la cabeza, aún asustado.
- Ah, si. ¿A qué dijo que venía?
- Dijo que quería avisarle que ya estaban aquí, señor.
- ¿Ya? Estúpido, ¿por qué no lo dijo antes? – Volvió a enfurecer Changmin, levantándose de la cama y corriendo a buscar su ropa, - llama a mis damas, que me vistan, y dile a un soldado que se lleve a ése – añadió, viendo a Jaejoong con desprecio.

Junsu se levantó de la cama y obedeció. Aún le dolía su trasero después de la ronda nocturna en brazos del rey. Al menos lo había dejado ir a ver a sus patitos durante el día, y éstos estaban bien; hambrientos, pero bien. Se los dejó a una vecina que siempre le había coqueteado, pidiéndole que cuidase de ellos como si fueran él mismo, y regresó al palacio. Esa noche al rey se le antojó un trío, y Yunho no pudo negarse en el estado en el que estaba, razón por la cual lo sorprendió aún más su reacción en la mañana, ni él tampoco o la ira del rey le caería encima como tormenta, bien lo sabía.

Se vistió, se perfumó y salió a avisar a un soldado que por favor fuera por el capitán a la habitación, por que se había enfermado y necesitaba ayuda, y a las sirvientas que el rey las esperaba para que lo asearan y vistieran. Luego se escabulló hasta el pequeño santuario del palacio, único lugar en el que se sentía menos enfermo de todo eso. Ahí había una pequeña ventana, y por ella se dio cuenta de que incluso en el cielo se desataban algunos truenos. ¿Estaría el cielo enojado con el nuevo rey, o ya también estaba de su parte, resignado?
Un par de horas después se reunió con Changmin y lo acompañó al gran salón para que el soberano eligiera, de entre la docena de chicas reclutadas en el pueblo, a sus concubinas. Inclusive le pidió a Junsu su opinión, pero daba lo mismo, como siempre: el rey elegía lo que se le daba la gana, y si le parecía a Junsu o no, no le podía importar menos. En todo el día no supo nada del capitán, su único aliado hasta el momento contra el rey, ni tampoco al día siguiente, ni al siguiente. A las dos semanas de estar solo, víctima de los abusos de Changmin, creyó que se volvería loco, y sin permiso bajó hasta los cuarteles, aprovechando que el rey estaba distraído siendo mimado por sus concubinas.
Se sorprendió mucho al notar que estaban construyendo al lado de éstos un pequeño edificio, todo en piedra negra o gris oscura, y que quien dirigía la operación, desde una silla, era el propio Kim Jaejoong.
- ¡Hyung!
El rubio volteó ligeramente hacia el, su rostro aún descompuesto terriblemente por cicatrices y golpes, marcas que a duras el tiempo podría desvanecerle. Al notarlo un escalofrío recorrió la espalda del pelirrojo.
- ¿Has estado aquí todo el tiempo? – le preguntó.
- No, apenas desde hace dos días que se comenzó la construcción. Antes de eso no podía salir de mi catre. Inclusive ahora debería de estar recostado, pero el rey quiere que supervise la construcción y aquí me tienes.
- ¿Y qué es?
- No tengo idea. Pero Changmin ha estado hojeando libros muy extraños últimamente, y supongo que de ahí le surgió la idea de esto. Incluso ha estado mandando cartas a distintas zonas del mundo conocido para que le envíen el mobiliario.
- Oh.
- Supongo que sabremos de qué trata cuando esté terminada.
Guardaron silencio unos minutos, observando como los obreros subían y bajaban piedras y lozas, acomodaban torres de madera, etc. Los sonidos que producían al apilar piedra sobre piedra asemejaban también, por alguna extraña razón, a los truenos.
- Yunho está bien, por cierto – dijo en voz baja Junsu, repentinamente. Jaejoong sonrió de lado.
- Me alegro.
- El rey sigue administrándole una medicina extraña que lo mantiene sedado, pero fuera de eso está bastante mejor que tú y que yo.
El rostro del capitán se oscureció. Junsu ya se imaginaba el por qué: había notado, siempre que Changmin había encadenado a Jaejoong en la habitación mientras éste los acosaba a él y a Yunho, las miradas que el rubio le dirigía al castaño, e incluso el castaño había reaccionado hacia él, ya fuera mirándolo o gritando como la vez anterior. Algo había entre ellos dos, Junsu suponía, algo realmente fuerte, y por ello la tortura del capitán consistía no solo en molerlo a golpes, sino en que Changmin manoseara y se revolcara con Yunho frente a los ojos del capitán. Dolor físico más dolor de corazón… ¿cómo podía soportarlo?
- Lo siento.
- No importa. Cómo si tuviéramos otra opción. Mientras no le haga más daño a Yunho… prefiero que lo drogue a que se dé cuenta de lo que está pasando, la verdad.

Se quedaron en silencio el resto el día, mirando la construcción. Dos semanas después estaba terminada, y desde ese momento, cada semana, el rey llevaba a una de sus concubinas a aquél edificio. Jamás la veían volver de ahí.







Dreams on Fire - Capítulo 5.
V. De hielo.

Acababa de llegar a la ciudad. Eso acostumbraba hacer, salir de una ciudad para entrar a otra, jamás se quedaba en una más de unos cuantos meses. A veces sólo se quedaba unas horas, o unos minutos si la bienvenida era demasiado hostil. Ni siquiera recordaba dónde había nacido, porque había nacido en algún sitio, había tenido un padre y una madre, como muchos normalmente tienen. Pero desde que recordaba había estado solo, viviendo primero entre gitanos, luego entre circenses y finalmente entre poetas y juglares. Todos nómadas, y de todos aprendió un poco, pero más que nada le fascinó el universo de las letras. Y gracias a los gitanos y los artistas había aprendido el arte de la seducción por medio de la palabra. Acomodando las palabras adecuadas en las frases adecuadas en el orden correcto, podías tener a cualquier chica a tus pies. Y eso acostumbraba hacer cada vez que llegaba a un nuevo pueblo y se quedaba más de un día en él.
Claro que de calentar las sábanas de mujeres casaderas, sacerdotisas, viudas jóvenes o mujeres infelices en su matrimonio, no podía sobrevivir. Ese era su modus operandi, mientras que su modus vivendi era el de escribir poemas y vendérselos a enamorados desesperados o incluso recitarlos por ellos a la pareja. También se ponía a recitar poemas en las plazas, acompañado de su lira, y aceptaba alegremente las monedas que los paseantes le arrojaban, así como los pañuelos y suspiros de las chicas que había cautivado.
Si todo salía bien, se quedaba en el pueblo un par de meses, disfrutando la hospitalidad y paga de los hombres y el cariño y calor de las mujeres. De lo contrario, ya sea que el marido lo hubiese descubierto, que el poema no obtuviera el resultado deseado o simplemente lo atacaran los celos de una de sus enamoradas, salía corriendo en su fiel caballo hasta encontrar otro pueblo en el cual quedarse. Lástima por las hermosas damas enamoradas que dejaba atrás, pero ¿qué podía hacer? Yoochun el poeta no había nacido para ser encadenado, ni a un trabajo, ni a una ciudad, ni tampoco a una mujer. Fue así como cometió el peor error de su vida. Llegó a un pueblo nuevo, como siempre. Desde las afueras, arriba, entre las copas de los árboles, podía ver el majestuoso palacio. Sin embargo al pueblo lo encontró demasiado silencioso, reservado. Pero no le pareció anormal. Grave error.

*****

-¿Qué crees que sea?
Ésa había sido la interrogante. Junsu desayunaba mientras Jaejoong le hacía algo de compañía. No tenía permitido comer ese día, por orden del rey, ni podía: tenía los labios demasiado hinchados y le había partido un par de dientes, heridas que aún le dolían.
Poco después el rey los alcanzó en el gran comedor.
-Junsu, iré a cazar. ¿Lo consideras adecuado?
- Por supuesto, señor – respondió el pelirrojo. Como si pudiera contestarle lo contrario. Ya le había dejado su trasero y su espalda cuadriculados a latigazos por hacerlo.
-Muy bien. Entonces iré. Jaejoong, me acompañarás con otros cuatro soldados, ¿entiendes?
El capitán asintió, inclusive hablar le dolía. Acto seguido salieron.
Pasó un rato, Junsu estaba aburrido de rondar por el palacio. Todas las concubinas se habían ido, así que estaba solo, a excepción de los soldados. También estaba Yunho, pero más que el príncipe le hiciera compañía, él le hacía compañía al príncipe. Se encogió de hombros y fue a su habitación con un rollo de pergamino que había sacado de la biblioteca.
-Te leeré un cuento, Yunho – sonrió, sentándose al lado del castaño, - es sobre unos patos y un ocelote.
Leyó el cuento despacio, sin prisa, esperando que cada palabra se asentara en la memoria de Yunho. Cuando lo terminó ya había pasado una hora. Miró por la ventana. El cielo estaba azul, con unas cuantas nubes, un día excelente para la caza. Se levantó y se acercó a ver el ambiente completo. Desde ahí podía ver los cuarteles, los establos, y cerca de ellos aquél edificio que el rey había mandado construir hace poco. A ese sitio había llevado de visita a sus concubinas, una por una. Pero no habían vuelto. ¿Por qué? ¿Qué era ese lugar?
-¿Qué crees que sea, Yunho? – le preguntó ahora al príncipe, y claro que éste no pudo responderle. “Viniendo de mi hermano…” pensó Yunho.
-Iré a ver, aprovechando que el rey no está. No tardaré, lo prometo, Yunho – sonrió antes de salir de la habitación y del palacio.

Caminó apresurado hasta los cuarteles. Algunos soldados lo miraban, extrañados por su presencia ahí, era raro verlo afuera. Por fin llegó al edificio completamente gris. Aún parado frente a él, a unos metros, podía sentir el ambiente algo pesado que éste emanaba. Tragó saliva y se acercó. La puerta estaba abierta, así que entró. Una vez adentro descubrió un pasillo de un par de metros de largo y otros dos de ancho. Lo recorrió y encontró otra puerta, completamente negra. A un metro y medio más o menos del suelo estaba una pequeña ventana con barrotes de hierro. Agachándose un poco, Junsu se asomó. Un escalofrío recorrió su espalda y un grito de horror se le atoró en la garganta, helada por el miedo. Ropas desgarradas. Huesos. Cadenas. Máquinas temibles con cuerpos, miembros. Y sangre. Sangre por todos lados.

*****
Corrieron a caballo por los campos alrededor del reino. Changmin estaba más entusiasta que de costumbre, y consiguió cazar a un conejo, cosa sorprendente por el tamaño y la agilidad del animalito. Desde el principio se había obsesionado con él, y Jaejoong sabía que no descansarían hasta cazarlo, y así fue.
-Creo que cenaré conejo hoy. Y con su piel me haré unos guantes. ¿Qué te parece, capitán?
- Excelente idea, señor – balbuceó el rubio.
-¡Habla bien! – Le espetó, golpeándolo con su fuete, - ya, da lo mismo. Volvamos al palacio, me doy por satisfecho en cuanto a la caza por hoy.
Empezaron a andar de vuelta al palacio. Jaejoong lo seguía en silencio, casi a su lado y casi detrás.
-¿Sabes? La emoción de la caza ha despertado otros deseos en mi cuerpo. Afortunadamente Yunho me espera en la habitación.
Jaejoong apretó las riendas con fuerza.
-O en todo caso puedo pedirle a mi consejero que se recueste con su redondo trasero hacia el techo – el rey se relamió.
Cada día era más sucio. Pero Jaejoong no podía hacer nada para detenerlo. Si con no hacer nada recibía torturas diarias…y también corría peligro Yunho, y ahora también Junsu. ¿Cuántas más? ¿Cuántas víctimas más eran necesarias para tenerte satisfecho, Changmin?

Siguieron cabalgando por el pueblo cuando escucharon unos cantos. Picado por la curiosidad, Changmin movió su caballo hacia donde provenía la melodía, y el animal lo llevo a una plaza. En ella se había reunido un grupo de gente, la mayoría mujeres, alrededor de un árbol, del que parecían provenir los cantos. Era una voz masculina. Jaejoong lo seguía de cerca.
Al acercarse a la plaza, sin bajar del caballo, se acercó a la multitud, quien al verlo empezó a alejarse o a encogerse contra el suelo. Por fin vio de dónde provenían realmente los cantos: un joven de cabello negro, piel blanca como si ningún rayo de sol la hubiese tocado y los labios rosados y gruesos. Algo se removió dentro del rey nada más con verlo. Éste, al darse cuenta de que la gente que lo aclamaba había dejado de hacerlo, dejó de tocar su lira y volteó. Se sorprendió al encontrarse con la mirada del rey, sin saber quién era.
-Capitán.
Jaejoong se acercó. Ya se imaginaba lo que pasaría a continuación: le mandaría ejecutar al chico por atreverse a cantar sin autorización, Changmin odiaba eso. Desenvainó su espada y empezó a acercarse al chico. Parecía extranjero. Yoochun, al ver venir hacia él a un guardia armado, se levantó de golpe, listo para defenderse.

-Llévalo al palacio.
-¿Disculpe? – eso era nuevo, con Junsu no había sido así. Jaejoong miró al rey.
-¿Estás sordo? Interrógalo y llévalo al palacio. Quiero un músico personal.
Sin decir nada más, Changmin dio la vuelta a su cabalgadura y regreso al camino hacia el palacio. Yoochun seguía de pie, helado en su sitio. El capitán se acercó a él.
-El rey de este hermoso reino te da la bienvenida y planea hospedarte en su palacio. Soy el capitán Kim Jaejoong y te escoltaré hasta ahí. Vamos.

*****
-¿Así que no vienes de muy lejos?
-No, su majestad.
-Entiendo. ¿Y sólo te dedicas a hacer música?
-En realidad soy poeta, su majestad.
-Ya veo. ¿Eres bueno?
Yoochun se sonrojó.
-No quiero sonar pretensioso, pero creo que sí. Soy bastante bueno.
-Menos mal -sonrió Changmin- porque necesito alguien que me ayude a reconquistar a mis concubinas.
-¿Concubinas?
-Así es. Un poco de poesía les vendría bien.
-Tiene suerte de haberme encontrado, majestad. Dígame qué quiere decirles y yo lo convertiré en poema. ¿Puedo preguntarle cuántas son?
- Quince.

Pronto le fue asignada una habitación al poeta del rey y éste se apresuró en escribir poemas. Quince poemas distintos le llevarían algo de tiempo, pero con las ideas que el rey le daba cada día no era tan difícil. Mientras, el capitán observaba todo, aunque con menos extrañeza que el consejero.
-¿Cuándo llegó?
-Hace tres días, Junsu.
-Oh. ¿Y cómo se llama?
-Creo que Yoochun.
-¿Y por qué lo trajo? No he escuchado que le haga daño como a ti o a mí.
- Eso me tiene tan perplejo como a ti- se encogió de hombros el rubio.

Pasaron más días. Yoochun ya había completado nueve poemas. Sólo le faltaban seis, menos mal. El problema era que el rey cada día estaba más impaciente. Ya habían pasado diez días desde que le había encomendado la tarea. Estaba sentado frente a la mesa, pluma y tinta en mano, cuando Changmin entró en la habitación.
-Majestad.
-¿Ya terminaste?
-No. Aún me faltan seis poemas, señor.
-Eso no me gusta. Nada.
La mirada del rey era dura, fría, como hielo. Yoochun sintió escalofríos.
-Perdóneme. Estoy falto de inspiración.
-Ah. ¿Es por eso? – Min se acercó aún más a él. Desde que lo había visto en el pueblo había causado algo dentro de él. No comprendía qué.
- Sí – asintió el poeta.
-Veamos si esto te inspira.
Agachándose hacia él, el rey beso al poeta. El de piel blanca apretó la madera de la silla con fuerza, asustado, sorprendido. Sentía como si quisiera incrustarlo contra el respaldo, hasta ocasionó que la silla se pegara contra el escritorio. Tenía que detenerlo. ¿Pero cómo? Era el rey. No lo conocía enojado y, aparte de su mirada fría, algo le decía que no lo quería conocer así. De repente el rey alejó un poco sus labios de los suyos.
-Bésame.
-¿Eh?
-¿También tú eres tonto?
-Pero señor…
-Entonces seguiré yo.
De nuevo sus labios sobre los suyos, devorándolo. Yoochun había estado esperando que las arcadas le llegaran al estómago como otras veces que algún idiota travesti lo había besado, pero no fue así. ¿Qué estaba pasándole?

Si. ¿Por qué se portaba así con él? Quería escucharlo gritar, pero no como Junsu o Yunho cuando los invadía o como Jaejoong cuando lo torturaba. Era algo diferente. Empezó a tocarlo sobre la ropa, sintiendo como el poeta intentaba resistirse pero sin agredirlo. Sabia decisión. Tarde o temprano cedería, todos lo hacían. Forzó el beso tanto como pudo y por fin consiguió lo que quería: Yoochun, faltándole el aire, despegó los labios y ladeó su cabeza; estando vulnerable, Changmin aprovechó para sujetar su rostro por la barbilla, hacerlo mirarlo y así tener la oportunidad de besarlo con más intensidad.

-Señor…por favor…deténgase…-logró articular el pelinegro cuando el rey se separó un poco de él.
-Mi pobre poeta. Crees que el mundo es todo hermoso, todo con flores y finales felices. Pero tu vida es miserable. Pude haberte mandado ejecutar primero por entrar a mi reino sin permiso y segundo por ponerte a cantar en una plaza, también sin permiso. Pero no lo hice, y no comprendo por qué.
Yoochun tragó saliva. Así que este rey no era la inocente paloma que por fuera parecía.
-Si te quedas a mi lado, creo que lo descubriré.
-¿Por qué yo?
-Acabo de decir que no lo sé y que quiero descubrirlo. Si te quedas a mi lado, como ya dije, no sólo lo descubriré, sino que no te ejecutaré como debiera.
¿Podía ser peor? Resignado, el poeta asintió. Changmin sonrió y volvió a besarlo, y esta vez Yoochun no opuso resistencia. Excelente. No podía dejar sus labios, había algo en ellos. Tampoco hizo nada cuando desató su cinturón y acaricio sus brazos y espalda descubiertos. Fue cuando metió su mano bajo el pantalón cuando el chico blanco soltó un gemido. Fuerte.
-No me digas que nunca te habían tocado, Yoochun- sonrió Changmin. Muy bien, acababa de poner a prueba su talento seductor; fuera el rey o no fuera el rey, eso para Yoochun era un reto y debía ganarlo. En seducir al rey y complacerlo estaba su salvación. Además, era solo sexo, podía entregarle su cuerpo pero nunca su corazón. Decidido se levantó de la posición reclinada sobre el escritorio en la que el rey lo tenía.
-Claro que no, su majestad. Y si usted así lo desea, puedo demostrárselo – le dedicó una de sus sonrisas que hechizaban a todas las chicas, de todas las edades y estatus sociales.
-Tócame entonces- respondió Min.

Estaba jugando, era otro de sus papeles, si. Ya lo había hecho antes, el papel de seductor inalcanzable. Sólo que esta vez tenía dos problemas, y el más grave era el hecho de que la persona a seducir era un hombre, y no cualquiera, sino un rey que bien podía mandarlo ejecutar. En segundo lugar, parecía que su máscara de inalcanzable no funcionaba muy bien con él. De alguna manera conseguía encontrar sus puntos débiles, acababa de demostrarlo al amenazarlo de muerte y retarlo, mientras él no tenía nada con lo cual amenazar a un rey en su defensa. Ni modo. A fingir. O al menos a disimular el pavor.
Sentado en el escritorio empezó a desvestirlo despacio, acariciando la piel de sus brazos, pecho y abdomen mientras retiraba las telas que lo cubrían. Changmin gemía de pie, lentamente, anticipando nuevas caricias de Yoochun que éste pronto empezó a proporcionarle. Era increíble, nunca lo habían tocado así. Sabía cómo y dónde, y eso lo tenía aún más sorprendido. Yoochun besó sus labios, esta vez Min no tuvo que forzarlo, y luego pasó hacia su barbilla y su cuello. Le encantaba eso. Tomando su rostro por las mejillas lo obligó a detenerse y ahora él empezó a besar los labios rosados y el cuello blanco del otro.
-Ah…
Se estremeció cuando la mano del rey descendió por su cuello hacia su esternón y hasta su cintura, posándose sobre su miembro, aún cubierto por la ropa, empezando a frotarlo. Los labios resecos del de piel morena besaban y succionaban sus pezones, como si los estuvieran saboreando, pasando de uno a otro dejando un húmedo camino de besos entre ellos. Increíble, se estaba dejando acariciar y besar por un hombre, y le estaba empezando a gustar. Pronto ya no podía retener los gemidos. Lamiéndolos en círculos, Changmin consiguió dejar los pezones de Yoochun tan rosados e hinchados como había dejado sus labios. Luego descendió hacia su ombligo, retirando hacia abajo un poco el pantalón del poeta que ya estaba empezando a estorbar. Sin esperar más el rey lo retiró, tirando de él hacia abajo para continuar acariciando su miembro con su mano mientras sus labios continuaban su descenso hasta encontrarse en el mismo sitio que su mano.
-S.ssee….ssseñor…aaah…
¿Qué era eso? Nunca antes se lo habían hecho. Los labios del rey estaban…y luego su boca empezó a… ¡por los dioses! No se dio cuenta en qué momento los labios de Changmin desaparecieron de su miembro y aparecieron junto a su oído.
-Te ordeno que me lo hagas- su voz estaba cargada de lujuria. Después tomó su mano y lo jaló hasta la cama, recostándose y jalándolo sobre él.
-¿Cómo quiere que lo haga?
- Ya sabes. Quiero que me invadas con tu hombría…aquí – señalo el punto exacto, - pero antes debes prepararme.
-¿Cómo?
Bastaron unas cuantas indicaciones para que Yoochun comprendiera y empezara a lamer para luego acariciar con sus dedos.
-Ya…ya…- Changmin lo detuvo con sus manos. Yoochun volteó y miró como se acomodaba sobre unos almohadones, su espalda un poco menos levantada que su trasero, sus brazos a ambos lados de su cuerpo y sus piernas bien separadas.
-Hazlo ya, Yoochun.
Dudando un poco aún sobre lo que estaba haciendo, el poeta obedeció. Era estrecho, mucho más que cualquier mujer, al grado de que temía que la presión lo llevara al clímax demasiado pronto. Hincado frente a Changmin, poco a poco lo invadió hasta que su extensión completa estaba adentro. El rey se lo había pedido así. Bastardo pervertido. Sin embargo, al mirar hacia abajo y notar la expresión en su cara, este pensamiento se borró de la mente de Yoochun. Parecía un niño, herido en su punto más vulnerable.
-¿Majestad? ¿Está seguro de esto?
-Sí. Sólo..espera un poco…aah..necesito…acostumbrarme a ti.
Cuando Changmin se sintió listo, levantó una pierna sobre el hombro de Yoochun, dándole más espacio para moverse con mayor profundidad. Necesitándolo, el pelinegro empezó a moverse, despacio, y Changmin subió su otra pierna al su otro hombro. Estaban excitados, ya no había marcha atrás. Apoyando sus manos a cada lado de la cintura del rey, Yoochun se daba más impulso, jadeando con los ojos cerrados, escuchando los quejidos y gemidos del joven soberano.
-¿Le gusta? – preguntó, bajando las largas piernas morenas a cada lado de su cintura.
-Si…ah….si….- fue la respuesta entrecortada. Recostado así parecía entregarse nada más que al placer que penetrarlo parecía producirle. Era demasiado afrodisíaco para Yoochun, aunque ignoraba por qué. Empezó a moverse más rápido, acariciando la cintura de Changmin e inclinándose más y más hacia él hasta que la misma piel de las cinturas de ambos se rozaba, así como el miembro de Min entre sus vientres. Entre jadeos volvieron a besarse mientras la posición aumentaba el placer en ambos cuerpos. Las embestidas de Yoochun se volvieron arrítmicas y su respiración aumentó tanto que ya no pudo seguir besándolo. Recargó sus brazos a cada lado de los hombros del rey y su cabeza a un lado de la de él, y éste rodeó su espalda con sus brazos, una de sus manos revolviendo el cabello negro del otro. Dando un grito y un tirón a un mechón de su cabello, Changmin alcanzó el orgasmo. Segundos después Yoochun lo siguió.
-Ahora…-jadeó el rey tiempo después, - eres mi…amante.
Yoochun tragó saliva y asintió.

*****

Pasaron unos días más. El consejero pelirrojo estaba sorprendido al ver al rey más sonriente que nunca, y por algunos días había respetado su trasero, evitándole las invasiones dolorosas. Era bastante extraño y le daba algo de miedo. En un rey de hielo esa calidez no podía ser normal. Tampoco lo era que las torturas de Jaejoong hubieran sido reducidas a sólo algunos golpes con el fuete o volverse a hincar sobre sal y sémola, como antes. Mientras tanto, todo lo que sabían del nuevo inquilino del palacio era que era poeta y que, valga la redundancia, había estado escribiendo poemas todos estos días.

Al fin llegó el día en el que los 15 poemas estuvieron terminados. Entusiasmado, Yoochun se levantó, tomó los pergaminos del escritorio y se encaminó a la habitación del rey. Tocó la puerta. Por alguna extraña razón no lo dejaba entrar ahí. Al poco rato Changmin salió a su encuentro.
-Majestad – Yoochun hizo una reverencia, - he terminado la tarea que me encomendó.
-Excelente. Procede.
Yoochun empezó a leer. “¿Está bien que te ame? ¿Está bien que te abrace? Estas gotas de lluvia mojan mis mejillas y afloran tu belleza y mi incertidumbre…”
-Muy bien, muy bien. Te veré en una hora para que vayamos a que se los recites a mis concubinas.

A la hora fijada y en el lugar fijado, Yoochun esperaba al rey recargado en un pasillo del palacio, con los rollos de poemas bajo el brazo. Como acordaron, el rey llegó a ese lugar y, seguidos por un grupo de soldados, caminaron fuera del palacio, hacia la armería, pasando de largo el establo y siguiendo hasta llegar al Edificio Gris.
-Sígueme – Changmin abrió la puerta y entró. Yoochun lo siguió y se encontró con un pasillo oscuro de un par de metros de ancho y otro par de longitud. El rey caminó hasta el fondo de éste y abrió otra puerta. ¿A dónde iban exactamente? Sabía de los celos de los reyes, pero esto era demasiado…
Cuando entró, sus pies se convirtieron en plomo. Un escalofrío recorrió su espalda y sus ojos se llenaron de horror.
-Adelante, recita, mi poeta.
No podía moverse. ¿Qué era eso? ¿Qué hombre era capaz de hacerles esto a tantas mujeres?
-Anda. Te aseguro que te escuchan. A su manera.
Era un monstruo. Un monstruo de hielo, definitivamente. Temblando desenrolló el primer papiro, tirando al suelo otros dos que, al recogerlos, se dio cuenta que se habían manchado de rojo. Retomó la lectura: “En…entre…flores…hermosas…yo elijo la más…her…hermosa…tú… ¿Está…bien que….que te ame? ¿Está bien que…?” el aire empezó a congelarse en su garganta. Se estaba ahogando de miedo.
-Sigue, sigue.
No pudo seguir, las palabras se le agolpaban en la garganta, apretándola aún más, las imágenes frente a él pulverizando el poco valor que le quedaba. Empezó a asfixiarse.
-¿Yoochun?
El poeta cayó al suelo, sujetándose el cuello y jadeando en busca de aire hasta que se desmayó.
Después de pensarlo unos segundos Changmin lo levantó y lo llevó de vuelta al palacio.








Dreams on Fire - Cap. 6
VII. Agridulce.

Yoochun llevaba varios días en cama, sin despertar. O al menos sin levantarse ni dar muchas muestras de consciencia. Changmin estaba bastante aburrido. Sentía que estaba perdiendo el toque, y eso le desagradaba en demasía. Estaba soleado y sin embargo no sentía ganas de salir, ni de torturar al capitán. Necesitaba algo más, algo placentero. ¿Pero qué?
Sentado leyendo, se le había ocurrido otra forma de divertirse, y en cuestión de minutos la puso en práctica, por supuesto. Pero esta vez no quiso al capitán observando, no lo necesitaría para sentir placer. Que se fuera a revolcar por ahí, llorándole al recuerdo de Yunho o lo que sea que hiciese cuando no el rey no lo utilizaba para afilar su puntería, sus cuchillos o suavizar el fuete.
Se estiró, se levantó y fue hacia su cama, donde Yunho aún dormitaba. Por si acaso le había cambiado la droga, no fuera a ser que se hiciera inmune, y ésta no lo dejaba como estúpido, simplemente lo adormecía demasiado. Ni hablar podía.

-Yunnie…-le susurró suavemente. El mayor se removió pero no se despertó. Sonriendo, Changmin tomó sus dos muñecas y las encadeno a la cabecera de la cama. No necesitaba encadenarlo cuando estaba así, dormido, pero luego con la actividad sexual se alocaba y temía que fuera a escapársele. Aunque, pensándolo bien, ¡como si pudiese escapar! En fin… sólo faltaba su pato favorito.
-Ya vuelvo – le dijo, acariciando su mejilla, y luego salió de la habitación. Un rato después regresó, casi arrastrando a Junsu, quien había estado durmiendo e iba desnudo, enredado en una sábana nada más.
-A la cama- sentenció Changmin dándole al pelirrojo un fuerte empujón. Junsu cayó de bruces contra el colchón y sin preguntar ni resistirse se terminó de trepar a la cama. Al alzar la vista descubrió a Yunho encadenado a la cabecera, su boca ligeramente abierta igual que sus ojos, al parecer dormido. ¿Qué pretendía el rey? Pronto lo averiguó al sentir como éste tiraba de la sábana para dejar su piel completamente al descubierto. Volteó a verlo y descubrió ese brillo perverso en su mirada. ¿Lo haría con él y luego con Yunho pero le daba flojera irlo a buscar? ¿O lo haría primero con Yunho y, como Jaejoong no estaba presente, sería él quien lo presenciaría? Tragó saliva.
Mientras, Changmin desnudó a Yunho y luego a sí mismo. Sí, definitivamente planeaba hacerlo con ambos, pensó Junsu.
Observó como Changmin gateó hasta acomodarse a su lado para luego inclinarse sobre las caderas de Yunho. Lo que hizo después despertó al castaño y Junsu sintió como sus mejillas se sonrosaban. Acto seguido el rey le dio la espalda a Yunho, dejando que Junsu notara su estado de completa excitación. Le gustaría negar lo que la escena le había provocado, pero no podía. Después, Changmin se sentó en las piernas de Yunho y, poco a poco, hizo que su hermano lo invadiera, soltando un ronco gemido de placer. Junsu por instinto cerró los ojos. Era absurdo a estas alturas, pero todavía le daba vergüenza ver las vulgaridades que Min hacía. Sin embargo, ¿cómo podía el rey hacer eso? ¿Qué no le dolía que lo penetraran así, o acaso ya se había preparado con anterioridad? De sólo recordar lo que él sinti´ó la primera vez le dieron escalofríos. “Piensa algo bonito, Junsu. Piensa en tu casa, en tus patos…”
-¡Junsu!
El grito, enronquecido de lujuria, del rey sacó al supuesto consejero de sus pensamientos.
-¡Ven acá!
¿Cuántas veces no había escuchado ya esa orden? Y todas esas veces, como en este momento, había tenido que obedecer. Se acercó a la pareja incestuosa y el menor de ellos tomó sus manos y lo jaló hacia él.
-Separa tus piernas. De otra forma no podrás hacer lo que quiero.
Junsu obedeció y colocó cada una de sus piernas a cada lado de la cadera de Changmin, sentadito sobre él. Volvió a escuchar el ya clásico “Eso es” del rey y una vez más sintió las manos de éste acariciar su trasero. Si se lo sabía de memoria no le extrañaba para nada. Sintió que algo temblaba debajo de él: las piernas de Yunho, quien estaba ansioso por que empezaran, ya llevaba varios segundos dentro de su hermano.
-Señor…
-Cálmate. Tú sólo sentirás lo de siempre, el que disfrutara de esto seré yo.
Menos mal…
-Ah…
Los dedos del rey lo estaban dilatando otra vez, mientras se había empezado a mover sobre Yunho, movimiento que a su vez hacía que la hombría del rey rozara la de Junsu. Mínimo no le dolería tanto lo que pronto iba a hacerle, el placer que le estaba provocando seguramente lo reduciría. Y no tardo mucho en llegar ese momento, a decir verdad.
-Ah…así…así…
Aferrándose a la espalda de Junsu, Changmin aumentó sus movimientos sobre la cadera de Yunho, esperando que pronto Junsu se acostumbrara a él: la presión en sus dos zonas más sensibles lo estaban volviendo loco. Por su parte, Junsu mordía sus labios, ésa posición habían llevado la hombría de Changmin muy afondo demasiado pronto. Dolía. Y mucho.
-¿Qué? ¿Te duele? – como si le interesara mucho…
“Sí, maldito bastardo, ¡me estás partiendo en dos!” fue el pensamiento que llenó de odio a Junsu. Pero no podía decirla en voz alta. Ya eran cuatro los que corrían peligro si la ira del rey despertaba. Simplemente asintió.
-Ung…
Para relajarlo y poder así encontrar el placer que buscaba, Changmin empezó a masajearlo. Dándole algo de placer Junsu aflojaría sus músculos y podría entonces invadirlo a su antojo. Y funcionó. Pronto los gemidos de los tres llenaron la habitación.
-S..se…señor…aah..
-¡Ah!
- Junsu….Yunho… ¡maldición!
Yunho invadiéndolo mientras él invadía a Junsu. Esperaba el orgasmo más enloquecedor de su vida con esto. Sediento de placer mordió el cuello del pelirrojo, arrancándole un grito de dolor que para él era sumamente placentero, mientras seguía moviendo su cadera entre ambos cuerpos. Cada vez que llegaba al fondo de Junsu, Yunho casi salía de él, y cuando Yunho tocaba su punto más profundo él casi salía de Junsu. El placer aumentó cuando Yunho alcanzó su clímax. “Hum, que poco aguanta…” pensó Changmin; sin embargo las sacudidas del cuerpo de su hermano debajo de él sólo hicieron que su cuerpo también vibrara. “Me pregunto qué pasara si hago que Junsu se venga también, antes que yo”. Comenzó a apretar el miembro del consejero, un poco fuerte, para luego aflojar el agarre y después friccionarlo con toda su mano por toda su extensión.
-¡Ah!- Junsu echó su cabeza hacia atrás. Con eso el rey consiguió que el dolor que sentía se volviera placer. Por una vez. Con la boca abierta, jadeando, sus dedos aferrados a la espalda de Min y su cabello ya mojado, llegó.
Las contracciones y el temblor de Junsu aumentaron, como Changmin esperaba, la presión sobre su miembro. Por fin alcanzó su tan ansiado orgasmo.
Con la respiración pesada apartó a Junsu de sí y luego se alejó de Yunho, recostándose en la cama, boca abajo. Sí, había sido increíble, pero…algo faltaba. Aún se sentía ansioso y pronto volvió a sentirse aburrido. Maldijo en su interior y luego lo gritó, haciendo que Junsu saltara, sobresaltado.
¿Qué le pasaba ahora? Se preguntó el pelirrojo. Changmin se estaba vistiendo y parecía molesto. ¿No le había bastado semejante maratón sexual, con el que para colmo le había dejado un moretón entre el cuello y el hombro? ¿Qué más podría faltarle? El poeta seguía inconsciente, ya se había dado su revolcón con él y Yunho; entonces, ¿quién…?
-Junsu. Llama al capitán. Tengo ganas de jugar con él en mi cuarto de juegos.
¿Cuál cuarto de juegos? Ah, sí, se refería al Edificio Gris, ¿cómo pudo olvidarse Junsu de él? Con todas esas máquinas de tortura y…oh no.
-¡Señor, no lo haga! ¡No! –Se hincó frente a él, suplicando, - cualquier cosas menos eso.
- Creo que no te pedí consejos, Junsu- Changmin terminó de ponerse la chaqueta y de abrochársela con el cinturón dorado, - Eso es lo que quiero, obedece.
-¡No! ¡Cualquier otra cosa, lo que usted desee, menos esa! ¡Se lo ruego!- podía sentir como las manos le temblaban de miedo. El rey, enfadado, lo abofeteó.
-No irás tú, iré yo. De todas formas no hace falta que lo llamaras – empezó a caminar hacia la puerta.
-¡No!- ni cuenta se dio Junsu en qué momento voló de la cama a los pies de Changmin, abrazándose a sus largas piernas, - ¡No!
-¡Suéltame, estúpido!
Dos patadas y por fin sus piernas estaban libres.
-Ya deberías de tener en claro que se hace lo que yo desee, estés de acuerdo o no, consejero- y se fue, dejando a Junsu aovillado en el suelo.

******

Iba caminando por el palacio. Como autómata. No valía la pena pensar mucho, para lo único que servía era para que lo agarraran a golpes, ¿no? Ya había perdido la cuenta de las heridas que le había causado el rey, y tampoco les prestaba atención cuando se abrían cada vez que daba un paso o hacía algún movimiento. Ya todos los huesos le dolían, de tanto que se habían roto casi todos y de tanto que lo habían tenido que vendar y re-vendar. O remendar, porque ya era eso: un muñeco de trapo al cual podían romper y luego volver a coser.
Escuchó los gemidos de Yunho junto a los de Junsu y los del rey. ¿Y qué? Jamás iba a dejar ir a Yunho, claro que tampoco a Junsu ni a él, y ahora tampoco al chico nuevo, el poeta. ¿Por qué no los mataba de una vez, si los odiaba tanto? A la postre alguno de ellos no le iba a aguantar el ritmo y moriría. ¿Para qué alargarlo? Claro, eso le daba placer al rey, cómo pudo olvidarse de ese detalle.
Siguió caminando sin rumbo hasta que un par de manos lo sujetaron y comenzaron a jalar de él hasta que empezó a caminar. Se dio cuenta de que habían salido del palacio cuando la luz del sol le dio de golpe en los ojos.
-Nos vamos a divertir, capitán.
Su cerebro reaccionó justo cuando el rey lo empujó dentro del que llamaba “cuarto de juegos”, pero la conciencia le duró hasta que por la fuerza del empujón chocó con un objeto metálico grande: diez segundos.

******
¿Dónde estaba? ¿Qué día era? La cabeza le daba vueltas y tenía algo de frío. Miró alrededor y descubrió que estaba en la habitación que el rey Changmin le había asignado. Se sentó y notó que estaba bajo un cobertor. ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? Se talló las mejillas con las manos y luego se rascó la cabeza. De repente escuchó gritos. Venían de alguna habitación, no muy lejos. “¡No!”, “¡Suéltame, estúpido!”. Al parecer el rey había amanecido de mal humor y se estaba desquitando con Junsu, el consejero. Se levantó. Se estiró y se acomodó la ropa. Pasó su lengua por sus labios, tenía algo de sed. Entonces recordó lo que el rey había hecho con él. Y sin embargo tener sexo con semejante bestia le había gustado. Qué curioso. Le dio un trago a la copa de agua que había en la mesita de noche, se puso su capa y salió, meditabundo.
“¿Por qué me gustó hacerlo con él? Soy hombre, él es hombre…bueno, no tenía muchas opciones tampoco, me iba a ejecutar si no le obedecía. Pero de eso a que me gustara… ¡Maldita sea, Yoochun! ¿Qué eres ahora?”.
Llegó frente a la habitación de Changmin y descubrió la puerta abierta. A pocos metros de ella estaba Junsu, hecho bolita en el suelo, llorando.
-¿Qué sucede, joven Junsu?
Junsu alzó la vista y descubrió al poeta, parado frente a él, perplejo.
-Al fin despertaste – murmuró, sentándose en el suelo y pasando el reverso de su mano por sus ojos.
-Sí. ¿Qué ha pasado? ¿De qué me he perdido?
-No de mucho…solo que el rey se llevó al capitán al Edificio Gris.
-¿El edificio gris?
-Sí, el que está allá afuera, junto a la armería…
¡Ese edificio gris! Ahora Yoochun recordaba por qué se había desmayado.
-¿Por qué no lo detuviste?
-¡No pude!
- Pero le hará daño al capitán allí.
-Siempre le hace daño, creo que esta vez lo quiere matar – el pelirrojo se puso de pie.
-Hay que detenerlo.

*******
Corrieron. Apenas Junsu se vistió con lo primero que encontró, emprendieron la carrera hasta el Edificio Gris. Ya se escuchaban los rechinidos de algunos metales.
-¡Yah! – entre los dos golpearon la puerta con fuerza innecesaria, pues estaba abierta. ¿Por qué nunca cerraba esa puerta? Entraron corriendo y repitieron la operación en la puerta negra.
-¡Deténgase, señor!-gritó Junsu. Los gritos del rubio llegaban hasta ellos, demasiado claros, y también se escuchó una risa, ronca, cruel. El pelirrojo se estremeció.
-¡Yah! ¡Basta señor, basta!- gritó ahora Yoochun, pateando la puerta.
-Yoochun. Intervino de repente Junsu, señalando la puerta. Changmin había dejado la llave en el cerrojo. O no creyó que lo fueran a seguir o tenía contemplado que entraran a acompañarlo en su macabro juego. Sin pensarlo dos veces Yoochun giró la llave y entraron. Junsu intentó ignorar los diversos artefactos que ahora lo rodeaban, así como el olor fétido que inundaba el sitio. Miró a Yoochun. El pelinegro parecía ignorar todo a su alrededor, simplemente caminando directo hacia donde procedían los gritos de Jaejoong. Pronto llegaron al lugar.
Antes de que Changmin siguiera dándole la vuelta a una rueda, una mano blanca se posó sobre la suya, distrayéndolo del frenesí que la agonía del capitán le estaba causando. Miró detrás de sí y descubrió a Junsu y a Yoochun.
-¿Qué hacen aquí? ¿También quieren jugar?
-¡Jamás! – gritó Junsu sin poder contenerse.
-Basta, majestad – añadió Yoochun, despacio, serio, sin apartar la mano de la del rey. Changmin se heló, mirándolo. ¿Cómo se atrevía a darle órdenes? Y sin embargo, por más incómodo que se sentía al recibirlas, no se sentía capaz de reprocharle. ¿Por qué?
-Pero quiero jugar…
¡Increíble! El rey hablaba como un niño pequeño al que le estuvieran prohibiendo jugar con su pelota de trapo favorita. Para Junsu, eso era aún más monstruoso que la risa que hacía segundos acababan oír salir de esos mismos labios. Miró a Yoochun, esperando que hiciera algo en vista de que Changmin sólo parecía escucharlo a él.
-Podemos jugar a otra cosa, si quiere. Pero esto no, esto es malo. Juguemos a otra cosa, ¿si?
Esperaron. Changmin parecía considerar la propuesta. Mientras tanto, Junsu no pudo evitar mirar detrás del rey. La visión de cómo había quedado el capitán hizo que cerrara los ojos de inmediato.
-Está bien – respondió al fin Changmin, - de todas formas, ya me aburrió jugar aquí. Junsu, llévate lo que queda de ése, mientras Yoochun y yo iremos a jugar a mi habitación.
-S…si…si señor…-tartamudeó Junsu.
Yoochun sonrió de lado y soltó la mano de Changmin. El rey se levantó y su poeta lo siguió. Junsu se acercó a la máquina, desató las correas de cuero y las cadenas y sostuvo al capitán...o lo que había quedado de él. Luego salió también de ahí y se encaminó a la enfermería, rogando a los dioses que no se quedaran solo tres en la batalla contra el rey en lugar de cuatro.

******

Ya en la habitación, Yoochun lo desnudó despacio. Si con esto Changmin iba a dejar de hacerle daño a cuanto ser viviente pasara frente a él, Yoochun accedía a acostarse con él cuanto quisiera. Era como un niño malo y caprichoso a gran escala, y por alguna extraña razón esto le era atractivo al joven poeta. Mejor habría sido que fuese mujer, pero… no podía gobernar sobre su corazón, por más que lo intentara.
A su vez, Changmin tampoco comprendía por qué Yoochun tenía tanto poder sobre él. Junsu no lo tenía, y obviamente Jaejoong tampoco. Ni su hermano ni su padre lo habían tenido. ¿Entonces? Esto lo enfurecía y lo asustaba al mismo tiempo. Más ahora que Yoochun lo estaba tratando con tanta delicadeza y, lo que era peor, sin miedo. Después de que el poeta lo desnudó, sintió como las blancas manos recorrían su espalda, su tórax, sus hombros y luego su rostro.
-Yoochun…
-¿Me detengo, su majestad? Usted dijo que era su amante.
Fue la mejor carta de Yoochun, y tuvo el efecto deseado. Changmin asintió.
-Sigue.
Empezó a recorrer su piel con sus labios. Mientras, las manos morenas acariciaban su cabello, suavemente. El contraste con lo que acababa de verlo hacer con ellas…le daban a Yoochun la sensación de que estaba con otra persona. Pero era el mismo hombre, era Changmin y lo sabía. Ahora se portaba como un niño, y se ponía a analizarlo aún era un niño, y quizá todo lo que estaba haciendo era lo que haría un niño con sus juguetes. El problema era que los muñecos eran de carne y hueso. Ahora que lo trataba con algo de cariño parecía haberse tranquilizado. Ésa era su salvación por ahora y no la iba a soltar.

-Yoochun…ah…
Los labios rosados estaban en su pecho mientras su lengua lamía en círculos sus pezones. Ya se lo había hecho la primera vez y le encantaba. Retrocedió hasta sentarse en su cama y luego lo jaló hacia él, besando su vientre blanco y mordiendo levemente su ombligo. Yoochun cerró sus ojos, dejándose llevar por los besos de Changmin. Luego se inclinó hacia él y se subió en la cama, sobre él. Changmin lo jaló por la nuca, besando sus labios. Le encantaba su textura, su sabor. Los quería solo para él. Quería a Yoochun entero sólo para él, ése sería su nuevo capricho. Paseó su mano por su pecho, sólo traía una camisola atada con el cinturón sobre los pantalones, así que desnudarlo fue rápido y fácil. Mientras se la quitaba, se fueron acomodando frente a frente, reclinados Changmin en su brazo derecho y Yoochun en el izquierdo. Un poco después el rey se separó de sus labios para buscar aire, pero el poeta volvió a besarlo, jalando ligeramente su labio superior con los suyos para luego meter su lengua en su boca.
-Yoochun, ¿por qué me besas así?
-Majestad, ya se lo dije, soy su amante, ¿no? Déjeme cumplir mi trabajo.
Siguieron besando la piel del otro mientras sus manos recorrían cada parte del otro cuerpo. Finalmente Changmin se tendió en la cama, las piernas separadas. Yoochun se acomodó entre ellas y abrazándolo empezó a hacerlo suyo.
-Ah, Yoochun…
-Majestad…
El colchón golpeaba contra la cabecera al ritmo de las embestidas de Yoochun. Pronto ambos cuerpos se enredaron, ya no sabía uno cual era su brazo o cual su pierna, ni sabían exactamente porque o qué estaban haciendo exactamente. ¿Eran sólo amantes?
-¡AAAH!
Exahusto Changmin se desmplomó sobre Yoochun. Éste también estaba jadeando, acariciando el hombro y el cabello del rey.
-¿Sabe, señor?
-¿Eh?
-Es un rey…muy curioso.
-¿A qué te refieres? – lo miró a los ojos directamente, intentando intimidarlo. Sólo consiguió que se sonrojara.
- Que..es..como de dos sabores.
-¿Ah sí? ¿Cómo es eso?
-Pues…a veces es cruel y amargo, luego, como ahora, es tierno. Es agridulce.
-Hmmm…










Dreams on Fire - Cap. 7 (mini cap)
VI. Ojalá.

Cerró los ojos llenos de arrugas. Una lágrima escurrió por sus mejillas resecas por la edad. Habían pasado tantos años, y sin embargo extrañaba su voz. La textura de su piel, de su cabello. Ojalá volviera. Ojalá pudiera volver. Pero ahora estaba tan lejos. Le había escrito cartas y no se las había contestado. Aún así seguía haciéndolo diariamente, aunque le temblaran las manos y su caligrafía quedara peor que nunca. Luego iba a dejárselas. Precisamente había empezado ahora a escribirle otra carta cuando tocaron su puerta.
-¿Majestad?
-¿Si?
-Estoy listo para acompañarlo.
Se levantó de su silla despacio, le dolían un poco los huesos, pero necesitaba más que nada ir allí. Con ayuda de su fiel sirviente se puso su capa y juntos salieron del palacio.

Ojalá de verdad el tiempo hiciera su trabajo y borrara las cosas. Borrara todo.








Dreams on fire - Cap. VIII: La Condesa
Nota del autor: Una disculpa por el capitulo anterior, sé que al final comprenderán..o eso espero o.o...Bueno, fans del rey Changmin, he aquí lo que estaban esperando. Espero lo disfruten.
VIII. La Condesa.
-Chunnie…
-¿Eh?
Estaba recostado a su lado. Los últimos meses había estado durmiendo en la habitación del poeta, mientras Yunho yacía solo en la habitación del rey. Qué más daba. Así como lo había dejado no había peligro; aún así lo visitaba cada dos o tres días para reforzar la dosis de droga que le daba, nada más. De cualquier manera, para eso estaba Junsu, o incluso el capitán. Aunque de este último tenía sus dudas: últimamente se había convertido en una especie de mueble, lo que tenía más que satisfecho al rey. Pero…el que ya no gritara cada vez que lo golpeaba era un poco frustrante. En fin…

Esa mañana acababa de ir a reforzarle la droga a Yunho y luego regresó a la cama del poeta, que aún dormía. Acostado a su lado se puso a leer uno de sus papiros favoritos. Este fragmento trataba de una gran mujer, la cual se divertía bañándose en la sangre de doncellas vírgenes, mismas que ella misma mataba, despacio, desangrándolas. Incluso se bebía su sangre. Por ello, la condesa Barthory fue conocida como la primer vampiresa y se acababa de ganar un fan post-mortem. ¡Ja! Aunque Changmin bien sabía que los vampiros no existen. Sin embargo la idea de beber sangre le pareció demasiado seductora. Imaginar la blanca piel de Yoochun manchada de rojo mientras él la probaba…
-Chunnie, despierta.
-¿Qué sucede, mi señor?
-Tengo una idea para divertirnos – sonrió.
-¿Cuál es?

Estaba por responderle cuando Junsu llegó corriendo.
-¡Majestad!
-Aish… ¿Qué quieres, consejero?
-Algo malo pasa con Yunho. Tiene que verlo. ¡Tiene que hacer algo!
-¿Ahora?
-¡Es una emergencia, señor!
-Avisa cuando sea una catástrofe – y le dio la espalda para besar a su poeta, quien no se esperaba que lo hiciera tan pronto.
-¡Es una catástrofe, señor! No sé si está poseso o si se va a morir o ambas cosas – insistió el pelirrojo.
-¡Con mil demonios! – Changmin se separó de Yoochun y golpeó el colchón, molesto.
-Señor, parece serio. Mejor vaya. Vayamos – dijo el pelinegro, levantándose. Changmin lo siguió. Lo sabía, Junsu lo sabía: si le pedía algo al rey éste se negaría, pero si el poeta se ponía de su lado, entonces Changmin cambiaría de opinión y lo haría.

Pronto llegaron a la habitación del rey, en la cual Yunho yacía sobre la cama. Todo su cuerpo temblaba violentamente mientras de su boca salía espesa espuma blanca. Yoochun retrocedió, sorprendido. Changmin se acercó a su hermano, aunque el estómago le daba arcadas.
-¿Qué le pasa?- inquirió.
-¡No lo sé! – chilló Junsu.
-Pues no sé qué haces ahí parado. ¡Ve por el médico, idiota!

Junsu obedeció y al poco rato llegó el médico. Examinó a Yunho y le dio un té de hierbas. Luego le pidió al rey que dejara de drogar a Yunho o lo mataría.
“Maldición”, pensó Changmin una vez el médico se fue. No podía dejar que Yunho volviera a la normalidad y se le revelara. Tampoco que se muriera. ¿O sí? Mejor no, podía serle útil alguna vez. Bueno, siempre quedaba la prisión, ¿no? Antes de que se recuperara del todo debía actuar. Llamó al capitán y a un grupo de soldados y entre ellos se llevaron a Yunho a una celda, dejando al consejero y al poeta atrás, consternados. Changmin mismo lo encadenó de brazos y pies, y también del cuello, por si acaso.

-Con eso será suficiente – declaró el rey antes de retirarse del calabozo, seguido por los guardias. Solo el capitán se quedó rezagado, recargado en los tubos de la celda. Un soldado tuvo que regresar por él y prácticamente sacarlo a tirones. Parecía un muñeco sin vida propia que sólo obedecía órdenes, no funcionaba por sí solo.

*****
-Problema resuelto – sonrió triunfante Changmin al regresar a su habitación.
-Me alegro, señor –respondió el poeta, sentado en la cama mientras escribía, no muy convencido.
-¿En qué estábamos? Ah, ya me acuerdo.
El rey llamó a una sirvienta y le exigió que le trajera una botella de vino que él le especificó. Luego se sentó al lado de su poeta y posó su mano en su rodilla.
-¿Qué escribes?
-Un poema. Para usted
-Me gustaría que me escribieras uno con base al libro que acabo de devorar – se levantó, fue hasta su estante, extrajo el mencionado rollo y regresó a la cama, esta vez casi sentándose sobre Yoochun. “Sigue siendo como un niño cuando está conmigo” pensó Yoochun.

-Examina la historia, espero te inspire – sonrió Changmin. Tocaron la puerta y el rey se levantó para abrir. Mientras recibía la jarra de la sirvienta y servía las dos copas, Yoochun examinó superficialmente el manuscrito: muchas páginas, todas llenas de palabras en tinta rojiza. Changmin volvió a su lado con las copas llenas de vino y le tendió una a su amante.
-Pero si aún no es ni medio día, señor.
-La conversación y la pasión funcionan mejor después de un buen trago, ¿no crees? Además – añadió el rey, acomodándose recostando su cabeza en las rodillas de Yoochun, - hay miles de reglas que he modificado o que simplemente no sigo, ¿lo has notado?
-A cada minuto, majestad.
Chocaron las copas y le dieron un trago a cada una. Después Yoochun empezó a hojear el susodicho libro. “Separó sus piernas y encontró entre ellas...…”
-¡Majestad!
-¿Si?
-¿Qué escritura es ésta?
- Una muy sencilla pero llena de imágenes que me encantan.
-¿Cómo pueden encantarle?
-¿Y cómo no lo harían? Me hace imaginar tantas cosas que podría hacer contigo…
-Pero…ah…yo no soy una hermosa doncella lista para que la corrompan…
-No estés tan seguro – rió, -sigue leyendo mientras juego, ¿sí?

Yoochun obedeció mientras Changmin se entretenía con su dulce favorito, bajo las ropas del poeta. Las imágenes que plagaban el texto sumadas a la sensación que el rey le propinaba a su miembro lo estaban llevando demasiado pronto al éxtasis. Cuando Changmin se dio cuenta le arrebató el manuscrito, se deshizo de las ropas de ambos y continuó con su juego pasional. Tomó una de las copas de vino y la roció por el pecho del pelinegro, saboreando la cosecha de las uvas sobre su piel.
-Aah…majestad…
-Mi poeta…

-Rellenaré página tras página, lo prometo, Changmin – aseguró Yoochun después de haber alcanzado uno de los más grandes clímax de su vida, recostado bajo el rey.
-Te ha inspirado, ¿eh? No puedo esperar a que leas otro texto que me apasiona más que este.
-¿Otro?
-Sí – giró sobre la cama y alcanzó en el cajón de la cómoda el rollo que esa mañana acababa de leer sobre la Condesa de Sangre, - léelo, mi fiel amante.
Yoochun obedeció y pronto las imágenes tan eróticas que hacía unos segundos lo habían llevado a revolcarse una vez más con el rey se llenaron de dolor y de sangre.
-Sólo imagina, Yoochun. Si el vino y el texto erótico nos llevaron a esto, ¿a qué nos llevará la sangre de alguna doncella mientras leemos este texto?

El poeta saltó de la cama, pavoroso. Changmin le sonreía desde la cama, al parecer iba en serio.
-Necesitaría pensarlo, majestad.
-¿Pensarlo? ¿Para qué? – el rey se levantó de la cama y se acercó a él. Maldición, ¿por qué era más alto?, - siempre se hace lo que yo quiero, aunque seas mi amante, ¿no?

*****
Un golpe, como un chasquido, resonó por todo el pasillo. Junsu iba camino a visitar al capitán cuando lo escuchó y corrió a ver a qué se debía. Entró a la habitación del poeta y encontró a ambos amantes ahí, como era obvio, pero la escena no resultó nada común.
Yoochun estaba de pie, desnudo, frente a la cama, y en esta estaba recostado Changmin, con una mano en su mejilla y una expresión de profundo odio y dolor. ¿Se había atrevido Yoochun a darle una bofetada al rey? Muy bien, era ahora cuando tanto él como el poeta debían correr. Preferiblemente a toda la velocidad que sus piernas les permitieran y sin mirar tras de sí al posible demonio en que se habría convertido Changmin al perseguirlos. Miró a Yoochun. Parecía más asustado que él.
-Majestad, yo…
No pudo terminar la frase. Changmin volteó hacia él, sus ojos completamente abiertos, los dientes apretados, visibles entre sus labios separados, y sin embargo estaba inmóvil. Sólo sus ojos se movían, como si lo examinaran de pies a cabeza. El pelirrojo y el pelinegro tragaron saliva. ¡Maldita sea, por qué ninguno de los dos se movía si el peligro era evidente! Un sonido gutural salió de entre los dientes del rey, ninguno de los dos pudo interpretarlo.
-¿Señor? – intentó Junsu. ¿Todavía se atrevía a hablarle en lugar de huir?
-¡Fuera! – Changmin golpeó el colchón con todas sus fuerzas, -¡Fuera los dos, fuera! ¡Fuera! –rugió.
Ni el poeta ni el consejero esperaron que se les repitiera la orden y abandonaron la habitación.

-¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?
-Apenas…
-¡Nos va a matar a todos!
-Lo siento…
Junsu lo miró, enojado.
-Hay que huir de aquí. Pero primero vístete.
-Sí –asintió Yoochun.

****

Lo tiró todo: floreros, cuadros, estatuas, muebles. Pateo las puertas, las paredes, rasgó las sábanas. Revolvió los escombros que había hecho de su habitación, tiró de su cabello, se revolcó por el piso. Estaba furioso, humillado. ¡Nadie nunca le había pegado, y menos ahora que era rey! Quería llorar, quería gritar, quería matar a Yoochun y a la vez no quería hacer nada. Corrió a la ventana y gritó con todas sus fuerzas, haciendo que una parvada de palomas alzaran el vuelo, asustadas.
Luego se dejó caer sentado en la cama, apretando con sus puños el colchón, mirando fijamente la pared, centrando en ella todo su odio. Pero ya verían…










Dreams on Fire - Cap. IX: El muñeco y la cena
IX. El muñeco y la cena.

Fe de erratas: esto es, correcciones que debo hacer a todo lo anterior XD. Sólo hay una pero es muy seria: el tiempo. Olvídense de dioses. Ya están cristianizados en el pueblo que Changmin gobierna, o no habría máquinas de tortura ni la condesa Barthory ni el texto aquél que leyó Yoochun. Gomene~ Gracias a Minoru por ayudarme con esto, a corregir. Ahora sí, disfruten el capítulo.

Junsu daba vueltas por su habitación, desesperado. Ya se había quedado demasiado tiempo en silencio, sólo presenciando las atrocidades del rey Changmin y sin hacer nada más que asustarse como un cobarde, casi como una niña. Yoochun lo seguía con la mirada mientras se acababa de vestir. Changmin los había corrido de su habitación y no daba señales de querer ver a ninguno de los dos en un buen rato.

-Es la única manera.
-¿Qué?
-Sí – continuó Junsu, -además, a ti al menos te lo hace más suavecito, Yoochun.
-Explícate, consejero…
-¡Tú no me llames así! – lo interrumpió Junsu, molesto, - Que no se te suba a la cabeza la idea de que por ser el favorito del rey eres superior a mí. Después de lo que acabas de hacer seguro serás el primero al que matará. No eres más que ninguno de nosotros, Yoochun.

Yoochun miró el piso. Jamás se espero semejante reacción del pelirrojo, pero tenía razón.
-Los ríos de sangre fluyen bajo nuestros pies. Hemos estado en el infierno –murmuró.
-No. Tú ni lo conoces.
Otra vez lo regañó Junsu. Yoochun volteó a verlo.
-No lo digo tanto por mí. Lo digo por Yunho. Más aún, míralo a él.
El consejero del rey señaló con la cabeza hacia el piso. Ahí, sentado en el suelo, con las piernas separadas, la cabeza echada hacia delante y los brazos a los lados, sin fuerza, estaba el capitán. Otro lo hubiera visto y creería que era un títere de trapo, tamaño real, abandonado. Y medio roto: su carne estaba repleta de costuras negras y marcas, unas cerradas, otras no tanto, otras escurriendo el rojo. Pero el capitán no se daba ni por enterado de ello. Estaba. Con eso bastaba.
-¿Por qué se ensaña tanto con él? – se inquietó el pelinegro.
-No estoy seguro. Desde que yo llegué lo ha golpeado, torturado y pues… ya sabes que últimamente “juega” con él en el edificio gris.
-¿De verdad? Pero creí que con hacerlo conmigo le bastaba…
-Parece que no, ¿no crees? Supongo que tú estas dormidote después del revolcón y no te das cuenta de que el rey sale de la habitación, arrastra a su muñeco rubio hasta el edificio gris y no salen de ahí a veces hasta la noche. Yo sí.
-¿Y por qué no lo detienes?
Junsu tragó saliva. Buena pregunta, ¿por qué no? Le tenía miedo, no lo podía negar. Pero el trato a Jaejoong era inhumano, al grado de que el mismo capitán ya tampoco era enteramente humano.
-Hay que sacarlo de aquí –concluyó.
-Sí, -asintió Yoochun, - pero ¿cómo?
- Como ya te dije, Changmin es más leve contigo. O al menos lo era. Aún creo que lo sea, por eso no te agarro a latigazos por haberlo abofeteado. Debes distraerlo mientras yo saco al capitán de aquí.
Volteó hacia donde estaba el capitán. O más bien a donde había estado el capitán. En algún momento de la conversación se había esfumado.

-¿A dónde se fue?
-No lo sé. Estaba ahí hace unos segundos, sentado, tú lo viste. Ni siquiera lo escuché salir, si es que salió.
-Hay que encontrarlo antes de que el rey decida salir de su cuarto.
-Vamos – corroboró el poeta.

*****

Abrió los ojos pero creyó que aún los tenía cerrados por la pesada oscuridad que lo rodeaba. ¿Dónde estaba? Intentó mover sus brazos pero de inmediato los sintió pesados. Cadenas. Movió sus piernas y lo mismo. Por si fuera poco intentó despegarse de la pared en la que estaba recargado y no pudo: su cuello estaba sujeto a la piedra por medio de un grillete. Maldijo. Ni siquiera sabía que día era, sólo sabía que tenía el estómago vacío y que estaba solo.
“No, no estoy solo”. Miró hacia adelante y distinguió una silueta. Esa silueta lo había estado observando, podía sentirlo. Pero era una mirada vacía, de otra manera la habría sentido desde el momento en que esa persona hubiera entrado al calabozo.
-¿Jaejoong?
Silencio. ¿Qué no lo escuchaba? Cierto, no sabía cómo había logrado sacar la voz si sentía la garganta seca. Pero si había sido audible en ese cuarto tan pequeño. Y aunque apenas podía verlo, sabía que era él; aún con la poca luz lunar que se filtraba por algún ventanal le era posible distinguirlo, no le quedaban dudas, lo conocía de memoria. Estaba reclinado en los barrotes, observándolo, inmóvil.
-Jaejoong.
De nuevo el silencio. El rubio se movió, levantándose de esa posición reclinada en los barrotes. Luego se movió su cabeza, mirando a un lado y a otro para luego dejarla caer hacia atrás, como si ahora mirara el techo.
-¿Qué te pasa?
Su cabeza dio un círculo completo, dejando después la barbilla pegada al pecho. Luego respiró. Un sonido silbante y atorado, semejante a un ave que se estaba ahogando con una nuez. Yunho sintió escalofríos.
-¡Jaejoong!
Aún emitiendo ese sonido, Jaejoong se empezó a alejar, arrastrando una pierna, un brazo doblado detrás de su espalda, su cuerpo ladeado ligeramente hacia la izquierda, mientras a cada pesado paso se intercalaba un “ting…ting…” líquido perfectamente audible en ese agujero vacío. Yunho intentó seguirlo con la mirada entre la oscuridad, pero pronto el rubio desapareció.

******
-¡Ahí está!
Junsu divisó al espectro en que el capitán se había convertido subiendo por las escaleras, despacio, muy despacio y con la mirada perdida. Entre los dos lo interceptaron y lo llevaron a la habitación de Junsu. No se atrevían a cercarse a la del poeta, no fuera a ser que saliera Changmin y descargara su ira, esta vez justificada, contra los tres.
-Está herido, tenemos que curarlo.
-Y alguien tiene que limpiar el rastro que dejó en sus andanzas – añadió Yoochun señalando el pasillo. Había gotas rojas marcando el camino que había recorrido el capitán.
Llegaron a la habitación y entre los dos se pusieron a lavar las heridas abiertas lo mejor que pudieron. Pero había otras que necesitaban mejores manos.
-Necesitamos a un médico.
Jaejoong estaba tendido en la cama. Ni cuenta se daba que estaba sangrando ni que le estaban lavando las heridas ni que llegó el médico a cerrarle otras, ni nada. Era un muñeco.

*******
¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo vengarse de Yoochun? Ya tenía planeado el castigo ideal para Junsu. Ya había enviado a un par de soldados al pueblo, a casa del llamado pastor de patos Kim Junsu. Pero aún no sabía cómo tirar ese escudo que Yoochun parecía tener contra él. Revolvió todos sus libros, de todos los tipos y tamaños, en busca de posibles soluciones a su dilema. Tocaron a la puerta. Un soldado le avisó que su pedido ya estaba en la cocina. “Bien, díganle a los cocineros que ya saben qué hacer”.
Llegó la noche y ninguno de los libros de su habitación parecía contener la respuesta. Desesperado arrojó el último contra la pared. Necesitaba desquitarse con algo. ¡Ahora! Nuevamente tocaron a su puerta, otro soldado venía a avisarle que la cena estaba lista. Suspiró, se levantó y salió de su habitación, no sin antes pedirle al soldado que llamara a sus dos sirvientes para cenar.

******
Estaban sentados junto a la cama de Junsu, esperando el momento en que el rey saliera y los mandara ejecutar, vigilando al capitán dormitando en la cama, cuando un soldado les avisó que el rey los esperaba para cenar.
-¿Vamos los dos? No podemos dejar solo al capitán ahora.
-Tú quédate con él, Yoochun. Le diré al rey que no te atreves a darle la cara por lo que hiciste.
-Está bien.

Unos minutos después Junsu ya estaba en el comedor, sentándose a la mesa. En la cabecera, a unos metros de él, estaba sentado el rey.
-¿Dónde está mi poeta? – preguntó secamente.
-No se atreve a darle la cara, señor. Por lo que hizo. Le pide disculpas.
¿Disculpas? ¿Por cruzarle la cara con una bofetada? No era para menos. Muy bien, eso le daría tiempo de preparar su venganza. Mientras tanto se entretendría con el castigo a Junsu.
-Tiene toda la razón. No tiene con qué cara verme después de haberse rebelado así. Espero que tú no me salgas con lo mismo, consejero.
-Por supuesto que no, señor.
¡Por Dios! Sólo esperaba que se ahogara con su cena, maldito bastardo. ¿Cuánto tiempo más tendría que sostener la farsa? El pelirrojo tragó saliva, intentando tranquilizar su mente. Por fin los pequeños chefs trajeron las bandejas de plata con la cena, cubiertas con un platón de plata para evitar que se enfriaran.
-Su majestad, - uno de los niños chef se acercó al rey, -¿qué hacemos con el tercer plato?
- Guárdenlo para después. Seguramente el consejero querrá repetir la comida, sé que le encantará- miró al pelirrojo.
-Sí señor – con una reverencia el niño se retiró de vuelta a la cocina junto con sus compañeros.
-A comer – sonrió Changmin. Ambos comensales destaparon sus platillos. El rey comenzó a comer de inmediato, pues ésta era otra de las actividades que le encantaban. Junsu miró su comida. La verdad no tenía hambre, tanto enojo le había quitado el apetito. Pero también sabía que si no comía el rey se enojaría más. Que se mostrara tan tranquilo en ese momento sólo era una mala señal. No se veía nada mal el platillo, dispuesto entre verduras y con una espesa salsa de lo que parecía zarzamora. Miró al rey.
-¿Por qué no comes? ¿No tienes hambre? – dijo inocentemente el soberano.
-Sí, señor. Sólo meditaba –respondió, tomando tenedor y cuchillo y comenzando a cortar un pedazo para luego meterlo en su boca. Sabía delicioso. Pronto su estómago empezó a sentir hambre y obedientemente siguió comiendo. Changmin lo observaba mientras masticaba, satisfecho. Pronto terminaron de comer.
-Veo que te gustó mucho la cena, Junsu. Dudo que hayas dejado espacio para el postre – Min apenas podía contener la risa.
-Sí señor, me gustó mucho. Y siempre hay espacio para el postre.
- Me alegro.
-¿Puedo preguntar qué era? Porque no sabía a gallina. ¿Codorniz?
-No.
-¿Paloma?¿Ganso?
-No. Pato.
¡Pato! Junsu miró los restos de su cena. Los restos del pato que se acababa de comer. Bajo la mesa le temblaban las manos y las rodillas, y sin embargo intentó no verse afectado.
-Pues…sabía muy bien. ¿Los criaron en palacio? ¿Con qué los alimentaron? –intentó aferrarse a un poco de esperanza, que se esfumó cuando el rey empezó a reír.
-Tú deberías saberlo mejor que yo. Era tu trabajo.
Su estómago se empezó a revolver y las arcadas empezaron a llegar a su garganta.
-Y para mañana comeremos paté de hígado de pato. ¿Suena delicioso, no crees?
Junsu se levantó.
-¿No vas a tomar el postre?
-De repente me siento cansado, señor. Si me disculpa, quiero ir a descansar.
-Adelante – asintió Changmin. Siguió al pelirrojo con la mirada mientras salía del comedor. Parecía fingir que no le había afectado la cena, incluso que le había gustado. Pero Changmin sabía que no era así: había percibido el temblor de sus pies golpeteando el piso bajo la mesa en cuanto le reveló que habían cenado dos de los patos que el mismo Junsu había criado. Suspiró mientras se limpiaba los labios con la servilleta de tela, triunfante. Sonrió y una risita cruel se escapó de sus labios.

Yoochun estaba sentado, escribiendo un tétrico poema mientras vigilaba al capitán y esperaba que Junsu regresara. “Y somos enterrados vivos, enterrados vivos por la sed…”
De repente escuchó la puerta abrirse y cerrarse con fuerza. Volteó y vio a un pálido Junsu recargado en la pared.
-¿Qué sucedió?
Por toda respuesta Junsu movió su mano en negativa y corrió hasta el baño, devolviendo lo que acababa de cenar. Yoochun lo escuchaba desde la habitación. Luego el pelirrojo regresó y se tiró de bruces en la cama, a un lado del capitán.
-¿Estás bien? – preguntó Yoochun, inquieto.
-Tenemos que salir de aquí – fue lo único que Junsu le respondió, mirando la pared. ¿Qué había hecho? Se sentía sucio, sentía que acababa de comerse a parte de su familia. No se le ocurría nada peor que eso.

Mientras tanto, Changmin caminaba ufano por los pasillos. “Uno menos. Falta Yoochun”. Decidido e inspirado se levantó y salió hacia la biblioteca. Ahí encontraría la respuesta, estaba seguro. Su victoria actual casi podía asegurarle la futura. Junsu merecía el castigo por metiche, además de que ya lo tenía cansado su actitud. Sí, le obedecía en todo, pero su mirada era completamente opuesta: reflejaba odio, rebeldía. Comerse a sus amados patos seguramente le habría puesto un alto. Ahora, en cuanto a Yoochun… le había dado tantas libertades, lo había tratado bien. ¿Y cómo le pagó? Nunca debí ser negligente con él, pensó Changmin, por más que me guste como me besa, como me toca, cómo me lo hace, no debí nunca bajar la guardia. De no haberla bajado no se habría atrevido a golpearme. Su castigo debe darle a entender que quien manda aquí soy yo, y que si yo así lo deseo, puedo matarlo con mis propias manos y él no debe oponerse. Sí, pronto le dejaría bien en claro eso.








Dreams on Fire - Cap X: La máscara
X. La máscara.

Llevaba dos días ahí metido. Por supuesto que había comido, pero había mandado traerle la comida. No pensaba salir de la biblioteca hasta encontrar la respuesta que buscaba. Lo revolvió todo, señaló páginas que podrían darle ideas, inclusive profanó la sección llamada “prohibida” por su padre. ¿Prohibida? ¡Claro! Para los débiles. Sin embargo esos libros solo le habían dado ideas para torturar más a su capitán-muñeco y ahora también al consejero ese entrometido rebelde. Debían servirle también contra Yoochun, pero hasta que no encontrara la forma de vencer esa barrera que lo protegía no podría usarlas.

¿Cómo? ¿Cómo? ¡Maldita sea! ¿Cómo conseguir hacerse invulnerable al encanto que Yoochun había lanzado sobre él? Soy capaz de pactar con el mismo demonio con tal de tener una respuesta, se dijo a sí mismo, golpeando con fuerza el madero de uno de los libreros. El impacto fue tal que varios libros se desplomaron, desde la repisa más alta a la más baja, cayendo hasta el suelo. Aburrido, Min empezó a levantarlos. Estaba levantando el tercero cuando llegó. Fue tan sorprendente, tan repentino que apenas cabía en la mente de Changmin. Y sin embargo estaba frente a él. Una imagen de uno de los tradicionales trajes coreanos de teatro, pero éste era de mujer. Y parte del conjunto era una máscara que simulaba las facciones femeninas. Ésa era la clave. Quién iba a decir que la encontraría en un libro sobre tradiciones. Satisfecho con su hallazgo lo cerró y salió de la biblioteca. Pidió a un sirviente que recogiera los libros y a otro que le trajera arcilla suave y pintura del pueblo. Apenas logrando disimular la sonrisa en su rostro, regresó a su habitación y se dejó caer en la cama. Estaba agotado de tanto buscar, pero sus sueños se llenaron de dulce y satisfactoria venganza.

******
-¿Quién está ahí?
-Soy yo, majestad.
-¿“Yo” quién?
Cierto, había olvidado que el príncipe Yunho no lo conocía del todo, aunque hubieran compartido la misma cama varias veces.
-Kim Junsu, señor. Trabajo en el palacio desde hace cuatro meses como consejero del rey. O así le llama él a mi trabajo.
-Kim Junsu -repitió Yunho, calculador, -¿consejero del rey? ¿De cuál si yo estoy aquí?
-No sabría explicarle por qué usted no es el rey ahora, pero sí puedo decirle que su hermano lo puso aquí.
-¿Changmin?
Junsu asintió.
-Él es el rey.

Ahora recordaba el día de la coronación, como su padre había elegido antes de dar su último respiro que su primogénito no era capaz de gobernar y Changmin si. Lo desilusionado que se había sentido al enterarse, lo vacío que se había sentido los días posteriores, tirado en su cama sin salir de ella, y después…la oscuridad. No recordaba qué había pasado, sólo que alguien había entrado en su habitación, le había dejado comida en una mesa y se había ido. Ni siquiera miró quién era. No tenía hambre pero sí sed, y fue después de darle unos tragos al vino que todo se volvió borroso antes de oscurecerse por completo. Yunho sacudió la cabeza tanto como el grillete de su cuello se lo permitió, agitando las cadenas que tenía en los brazos.
-¿Se encuentra bien, señor? – el pelirrojo lo miraba, preocupado.
-Sí.
Ahora muchas cosas tenían sentido. Y aún lo asaltaban varias dudas, pero sabía que el tal Junsu podría respondérselas.
-Junsu…
-¿Sí, señor?
-¿Podrías decirme qué ha pasado?
-Me encantaría decírselo hoy, pero no tengo mucho tiempo. Sólo le traje algo de comida. El rey por fin salió de la biblioteca y si no quiero provocar más su ira será mejor que me encuentre en caso de que me busque.
-Entiendo – no, la verdad Yunho no comprendía mucho, pero era paciente. Tomó el plato que el otro chico le ofreció y empezó a comer.
-Vendré mañana con más comida y a explicarle todo.
-Está bien. Gracias Junsu.
-Lamento no poderle ayudar más que con comida, señor – añadió el pelirrojo antes de salir del calabozo.

*****

Al día siguiente el rey no salió de su habitación sino hasta ya empezada la noche. Era menos extraño que eligiera como reclusorio su habitación a la biblioteca, pero el simple hecho de quedarse encerrado y no dar orden alguna ponía a Yoochun demasiado alterado. Ya se había vengado de Junsu, y sabía que lo más probable era que su propio castigo por abofetear al rey estuviera cerca. Cuando el rey lo llamó a su habitación sabía que no debía bajar la guardia ni un segundo.
Llamó a la puerta, algo nervioso. Un seco “adelante” le llegó desde el interior y, tras tomar aire profundamente, entró en la habitación.

Changmin estaba frente a su escritorio, dándole la espalda a la puerta, sirviendo algo en unas copas.
-Siéntate- le indicó sin siquiera voltear a verlo. Yoochun obedeció, sentándose en el borde de la cama. Lo mejor era no provocarlo con una desobediencia. Pronto Changmin se giró y se acercó a él con dos copas llenas de vino en la mano. Le ofreció una.
-¿Señor?
-¿Qué? ¿De repente ya no te gusta el alcohol?
-No es eso – dudó Yoochun. Min estaba actuando como si nada hubiera pasado, demasiado normal, -¿no está enojado conmigo?
-¿Por qué habría de estarlo? – El rey lo miró a los ojos, - Ah, te refieres a aquél incidente. No te preocupes, lo he reflexionado todos estos días. Toma – volvió a ofrecerle la copa. Yoochun la tomó en sus manos y miró su contenido. Sonriendo, Changmin le dio un trago a la suya.
-Tenías razón, Yoochun. Eso de la sangre sonaba por demás repulsivo.
-¿De verdad?
-Sí. Te agradezco haberme detenido antes de hacer una tontería.
Más relajado, Yoochun asintió y le dio un trago a su copa.
-Me alegra que lo tomara así, majestad.
-Por supuesto- lo secundó el rey. Chocaron sus copas y siguieron bebiendo.

*****

-Y eso es lo más reciente que ha pasado. Después de eso el rey se refugió en la biblioteca y no salió hasta ayer en la tarde.
-Ya – respondió Yunho, saboreando los últimos trozos de pescado que Junsu le había traído, - tenemos que detener a Changmin.
-Lo mismo pensé. ¿Pero cómo, majestad? Tiene demasiado poder sobre nosotros, es capaz de cualquier cosa. Ya le conté como me castigó a mí y ya vio al capitán.
-Jaejoong…
El semblante de Yunho se oscureció. Junsu lamentó haberlo mencionado. Iba a hablar cuando el príncipe le robó las palabras de la boca.
-Hay que sacarlo de aquí.
-Eso mismo he pensado. Y una vez él este fuera, escapar todos. Pero no he encontrado una forma.
-Habría que distraer a Changmin. Mientras está distraído tú puedes liberarme y escapamos junto con Jaejoong.
-Claro. Pero hay un problema. Dos en realidad.
-¿Cuáles? – la situación parecía más compleja de lo que parecía y eso a Yunho no le gustaba. Junsu tragó saliva, se aclaró la garganta, buscando las palabras adecuadas, y habló.
-El más serio es que la llave de sus esposas la tiene el rey. No estoy seguro de dónde.
-Tendrías que averiguarlo por que como comprenderás yo no me puedo mover de aquí.
-Lo sé. El segundo problema es que el único que podría distraer al rey también es víctima.
-¿Quién? Ah, ya sé de quién hablas. Te refieres al poeta.
-Yoochun. Sí.
Yunho suspiró, frustrado.
-Al parecer tenemos que pulir bien nuestro plan. Mi hermano tiene que pagar muy caro su traición y todo lo que ha hecho.

*****

Deslizó lentamente la máscara sobre el rostro de Yoochun, quien ya había caído bajo los efectos del somnífero. No le había dado tanto como para matarlo ni para dormirlo, sólo lo suficiente para atontarlo. Una vez el poeta empezó a cabecear y sus ojos empezaron a entrecerrarse, Changmin sacó todos los materiales para su nuevo juego.
La hermosa máscara de mujer, que el mismo rey había confeccionado durante toda la mañana, dejaba al descubierto sólo desde el puente de Cupido hasta su barbilla, ni siquiera sus mejillas estaban al aire. Lo único del rostro de Yoochun que Changmin quería descubiertos, aparte de sus ojos, eran sus labios, y así estaban. Luego los hizo resaltar untándoles una mezcla de carmín y grasa de conejo.

Así, desnudo del torso, con su cabello negro hasta los hombros suelto, la máscara bien puesta y sólo una sábana cubriendo sus piernas, a modo de falda, el poeta parecía en verdad una doncella, algo deforme, pero doncella a fin de cuentas. Al menos para Changmin. Tirando de su mano lo levantó de la cama para llevarlo frente al espejo. Yoochun abrió los ojos y contempló la figura frente a él. Era una mujer muy extraña. Le llevó varios segundos comprender que era su propio reflejo lo que veía.

-Majestad – murmuró, su voz algo adormilada por los efectos del somnífero, - ¿qué significa esto?
Pero Changmin, parado detrás de él, lo acalló poniendo un dedo en sus labios.
-Es un nuevo juego que acabo de inventar, ¿no te gusta? –le susurró al oído mientras lo abrazaba por detrás para luego mordisquear su nuca, - a mi me encanta.
Yoochun no podía resistirse, sentía el cuerpo pesado.
-Eso… me duele un poco, majestad.
-¿De verdad? – la sonrisa siniestra del rey pronto hizo su aparición. Sin tomarse ninguna delicadeza arrojó a su nueva doncella a la cama, - tú mismo me preguntaste si estaba molesto y te contesté la verdad – continuó, saltando sobre él, - molesto no estoy, estoy más que molesto contigo. ¿Creíste que ibas a escapar de tu castigo, poeta? Ahora, para mí, eres una concubina más. Y supongo recuerdas cómo me gustaba jugar con ellas….
-¡No! – el chico concubina forcejeó, retorciéndose bajo el peso del rey. Quería defenderse, empujarlo con fuerza y correr pero su cuerpo no le respondía. De repente sintió como una mano le cruzaba la cara, casi incrustándole la máscara en la mejilla.

-¿Te gustó eso, preciosa? Te encanta darlas, ¿qué te parece recibirlas?-repitió la acción, ahora en la mejilla derecha, para luego darle otra en nuevamente en la izquierda, derecha, izquierda, varias veces. La máscara no era lo suficientemente gruesa para servirle de protección, ni lo suficientemente delgada para que le doliera menos. Con cada nuevo golpe, Yoochun sentía que se le iba el aire y que poco a poco le agrietaba los huesos.
Ya que Changmin se dio por satisfecho con las bofetadas, y ya que Yoochun dejó de resistirse, el rey sujetó sus muñecas con una cadena que llevaba en el cuello, gruesa, más que la otra que aún traía bajo su ropa, y la apretó de un tirón, haciendo que el pelinegro gritara de dolor. Después empezó a mordisquear la piel de su pecho.
-No importa que estés plana, preciosa. Así me encantas – rió antes de morder uno de sus pezones con fuerza. Yoochun volvió a gritar. Intentó zafar sus manos para defenderse, pero el forcejeo sólo le causó más dolor en sus muñecas.

Pronto las mordidas se convirtieron en rasguños por los costados de su cuerpo mientras el rey besaba sus labios, lascivo. Intentó no corresponder a sus besos pero como castigo recibió una mordida en su labio inferior. Era como si quisiera arrancarle la carne de la cara. Pronto el sabor acre de la sangre inundó su boca y un gemido ronco del rey llenó sus oídos. La sangre lo excitaba, era como un tiburón. Jadeaba de dolor mientras escuchaba como Changmin buscaba algo en la mesa de junto. No tardó en saber lo que era al sentir como el hierro frío cortaba ligeramente su hombro, para luego sentir los labios del rey succionándole esa zona, saboreando el rojo. Después sintió como repetía la operación en su vientre, justo arriba de su ombligo, y en sus brazos. Apretó los párpados con fuerza, intentando resistir tanto dolor. Cuando volvió a abrirlos se encontró el rostro del rey frente a él, sus labios enrojecidos y escurriendo.
-Sabe dulce.
Luego lo besó dándole a probar su propia sangre una vez más. Desesperado, Yoochun empezó a patalear, pero sus piernas aún seguían algo entumidas.
-¡Quieta, zorra! – vociferó Changmin, y esta vez le propino un golpe seco en la mejilla, sobre la máscara.
-¡Basta! ¡Basta señor! ¡Me duele! – gimió Yoochun al sentir un nuevo golpe en su otra mejilla.
-¡Cállate ya, zorra! – volvió a golpearlo dos veces más. Con ese tratamiento Yoochun ya estaba bastante aturdido. Tanto que dejó de quejarse y de forcejear. Las sienes le palpitaban y las heridas le ardían como fuego.
Victorioso, Changmin se desnudó, alzó la sábana que servía como falda y tiró de las piernas blancas para acomodarse entre ellas. No se tomó la molestia de prepararlo, quería lastimarlo y así lo hizo.
-¡Aaagh!
Entre los gritos desesperados de Yoochun, Changmin lo invadió con fuerza, embistiendo hasta el fondo, desgarrándolo mientras sujetaba sus piernas, clavándole las uñas. El dolor que le causaba, sus gritos de dolor, el sabor de su sangre al volverlo a besar volvían loco al rey. No tardó mucho en alcanzar el clímax.


-Y tú decías que no eras una doncella lista para ser corrompida – sonrió, levantándose y poniéndose una bata. Luego se inclinó sobre él y le quitó la cadena que sujetaba sus muñecas. Sonriendo, comprobó que marcas moradas muy oscuras habían quedado en ellas.
-Yo te acabo de demostrar lo contrario, Yoochun –añadió, quitándole la máscara, - Espero que con eso hayas aprendido quién manda aquí. Puedes volver a ser mi poeta, o si prefieres, puedes permanecer como mi concubina. Como tú elijas – y con todo el cinismo del que era capaz, besó sus labios, despacio. Luego se encerró en el baño.

Yoochun apenas lo había escuchado. Le dolía todo el cuerpo, pero más que nada le dolía aquélla zona entre sus pierna. Intentó girarse para no poner peso sobre su trasero para aliviar un poco el dolor y se encontró de frente con la máscara femenina. Los bordes interiores de ésta, así como sus mejillas, estaban manchados de ocre, sangre que se estaba secando. Cerrando los ojos con fuerza para borrar aquélla imagen de su mente, Yoochun esperó a que el agotamiento y el dolor lo consumieran y lo llevaran a la inconsciencia.










Dreams on Fire Cap. 11: Escape Fase 1
XI. Escape Fase Uno: Búsqueda.

Despertó al sentir algo húmedo sobre su frente. No tenía idea de dónde estaba, sólo sabía que le dolía todo el cuerpo. Levantó su brazo para tocar lo que fuera que tenía en la frente y sintió, o más bien, no sintió su mano. Horrorizado gritó y otra mano se posó sobre su boca.
-¡Shh!
Enfocó sus ojos, que se habían abierto como si estuviera sumergido en un lago y todo se viera borroso, y consiguió distinguir la cara de Junsu, muy cerca de él.
-¿Qué…?
-Cálmate. Estarás bien. Ya me encargué de curar todas tus heridas. Bueno menos aquélla en tu…ya sabes. Pero conseguí una crema que ayudará a disminuir el dolor para que te la pongas – le mostró un frasco – usa tu mano izquierda, está menos dañada que la derecha.
-Gracias, Junsu.
-Por nada.
Sonrió Junsu, pensando que el capitán Kim había hecho justo lo mismo por él varias veces. Recordó entonces el plan de escape que Yunho y él aún no habían conseguido idear a la perfección.
-Yoochun – dijo Junsu, bajando la voz, - tenemos que bajar a hablar con el príncipe Yunho. Hemos estado trabajando en un plan de escape pero necesitamos tu ayuda.
-Bueno, sólo me pongo el ungüento y vamos.

Tras el doloroso momento de Yoochun dentro del baño, untando el remedio esperando que pronto su carne dejara de arder, Junsu y Yoochun descendieron a los calabozos, aprovechando que el rey se había ido a cazar en los bosques de los alrededores del pueblo.
-Majestad, este es Yoochun, el poeta.
-Es un honor, majestad – ambos hicieron una corta reverencia.
-Igualmente –respondió Yunho. En unos minutos el príncipe le explicó al poeta el plan de escape en pocas palabras.
-Como comprenderás, yo soy el único que podría intimidar a Changmin. O al menos soy el único al que no se atreve a enfrentar. Por algo no me mató desde el principio y ahora sólo me mantiene encerrado– sentenció Yunho.
- Entiendo – asintió Yoochun.
-¿Recuerdas que te dije que debíamos escapar, poeta? – intervino Junsu.
-Sí.
-El príncipe y yo hemos estado puliendo el plan de escape. Pero tenemos dos inconvenientes hasta ahora.
-El primero es que necesitamos la llave de mis esposas y estoy seguro de que Changmin las guarda en algún lado. Habría que averiguar dónde y quitársela.
-Y el segundo es que durante la primera fase del escape necesitamos distraer al rey.
-Y de acuerdo con lo que Junsu me ha contado he llegado a la conclusión de que tú eres el más indicado para ambas cosas.
-No comprendo – el poeta estaba algo confundido. Aún le dolía la cabeza por los golpes e inclusive llegaba a sentirse aturdido en algunos momentos.
-Pues que necesitaremos que tú averigües dónde esconde el rey las llaves y luego que lo distraigas mientras saco al capitán de aquí.
Ahora sí las palabras se habían asentado en el cerebro de Yoochun.
-Un momento. ¿Esperan que regrese al lado del rey y no sólo lo distraiga jugando sino que le robe una llave?
-Exacto – sonrió Yunho.
-Pero, ¿qué no ve cómo me dejó por agredirlo? No quiero ni pensar en lo que me hará por robarle.
-Precisamente por eso deberás ser hábil para que no se dé cuenta- intentó disuadirlo el castaño.
- Y como te dije, Yoochun, el rey te trata mejor que a cualquiera de nosotros.
Yoochun alzó una ceja. Sólo con ver los estragos causados en su cuerpo debería ser obvio que eso ya no era cierto.
-De todas maneras, mi hermano menor parece encariñado contigo, a su cruel manera.
-Es la única manera, Yoochun. ¿No quieres ser libre? ¿No quieres vengarte?
El poeta lo reflexionó unos segundos. Extrañaba ser libre, sí, pero más que nada extrañaba vivir sin dolor y sin miedo. No tenía nada más que perder. O eso creía.
-Está bien.
-Ya que Jaejoong esté lejos y a salvo Junsu volverá a ayudarte con el resto del plan.
-Y entonces arreglaremos todo para poder escapar nosotros dos junto con el príncipe Yunho.
-Está bien, entonces, ¿cuándo inicia el plan? – preguntó el pelinegro.
-En cuanto encuentres la locación de la llave – respondió Yunho.
- Ya que sepas dónde está nos organizaremos para que mientras la robas yo salga de aquí con el capitán.
Los tres asintieron en consentimiento y luego ambos sirvientes se despidieron y volvieron a sus puestos. Junsu agradecía que desde hacía tiempo Changmin no había vuelto a requerir su trasero, mientras Yoochun, al contrario, rogaba que su rey no le pidiera noche pasional: le dolía todo el cuerpo.

Cuando entró a la habitación Changmin aún no volvía de la caza. Aprovechó para tirarse de bruces en la cama y dormir un poco. Una mano en su cabello lo despertó tiempo después.
-¿Majestad? – exclamó sobresaltado.
-¿A quién más esperabas si no a mí, Yoochun? – Sonrió este, - me alegra ver que por fin despertaste. ¿Cómo te sientes?
¿De verdad pretendía que le respondiera?
-Algo cansado aún, señor – respondió secamente.
-Me lo imaginé. No te preocupes, te dejaré descansar esta noche. Tengo cosas pendientes que atender – le hablaba de forma tan suave que no parecía le mismo de siempre. Eso o tenía algo más en mente. De nuevo su mano tocando el cabello del pelinegro, cosa que a Yoochun le daba más miedo que si lo estuviera golpeando otra vez.
-Espérame aquí, ¿sí? – añadió, sonriendo otra vez, para luego levantarse y salir de la habitación sin mirar atrás. Una vez se cerró la puerta tras el rey, Yoochun volvió a tirarse sobre la cama. Justo entonces recordó que debía estar buscando la llave. Miró tras de sí el escritorio. Ah, estaba agotado, la buscaría en cinco minutos.

*****

Junsu estaba colgando su casaca roja en la silla de su habitación cuando el rey entró, sin avisar.
-Consejero.
-¿Si? – ya había aprendido a hacer su papel de inocente a la perfección.
-Tengo cosas importantes que consultar contigo. Te espero en cinco minutos en la sala del trono – y sin más desapareció.
La sala del trono. Otra vez en ése lugar, mismo en el que Changmin había humillado a Junsu tanto física como moralmente por primera vez. Poco le importaba ya. Cualquier cosa que el rey le hiciera ahora sólo serviría para alimentar sus ansias de venganza. Tomó su casaca, se la volvió a poner y salió.

-¿De qué se trata, señor?-inquirió en cuanto entró a la sala, a modo de saludo.
-Siéntate- respondió Changmin, usando el mismo tono cortante que Junsu. El pelirrojo miró a su alrededor. ¿Sentarse en dónde? El rey se levantó del trono y lo señaló con la mano. ¿Ahí?
-¿Ahí?
-Sí, aquí. Siéntate. Ahora.
Junsu obedeció sin perder al rey de vista.
-Quiero comprobar algo, Junsu.
-¿Qué desea comprobar, señor?
-Es algo que aprendí, o más bien sentí anoche. Y supongo que como buen consejero me ayudarás a descifrarlo.
Oh, oh. Esa última frase no sonaba nada bien para Junsu.

*****
Abrió los ojos una hora o algo así después. Todo porque tuvo un sueño que lo aterró, en el que el plan de escape fallaba y todo porque la llave se transformaba en una espada que Changmin usaba para destriparlos a todos. Tenía que encontrarla. Por eso Yoochun se levantó aguantándose el dolor y empezó a buscar. Empezó por los cajones del escritorio, al menos por aquél que no tenía llave. Si en ningún otro sitio estaba, entonces debía estar en ese cajón. Procuró dejarlo todo tal como lo había encontrado para no levantar la más mínima sospecha.
Continuó por el baño y después el vestidor. Detenerse de vez en cuando por el dolor, además de buscar despacio y con orden, harían la tarea bastante laboriosa y tardada.
*****
Todavía no lo podía creer. En lugar de que el rey le pidiera hacerlo, era el rey quien se lo hacía a él. Y la orden había sido que no se resistiera, como siempre, y que obedeciera a lo que le pidiera. Se dejó quitar el pantalón y cuando le ordenó separar sus piernas lo hizo.
-Ah. Aah. Aaaah… - no podía dejar de gemir, sentado en el trono mientras el joven rey engullía su miembro. Luego Changmin se hincó frente a él para lamer toda su base hasta su entrada, masajeando el resto de su hombría mientras con su otra mano empezaba a preparar su propia entrada. Siempre había sentido que moría cada vez que Yoochun se lo hacía, y a decir verdad el único que se lo había hecho había sido el poeta. Al menos de manera consciente. Quería probar si sentiría lo mismo si alguien más se lo hacía, y si conseguía sentir lo mismo entonces habría logrado romper ese vínculo que tenía con Yoochun.

Ya que Junsu y su entrada estaba listos, Changmin empujó a Junsu para recargarlo en el respaldo del trono, que era de casi dos metros de largo por metro y medio de ancho, para poder subirse al trono él también, acomodando sus rodillas a cada lado de Junsu.
-Señor, ¿quiere que se lo haga?
La respuesta era evidente. Junsu veía una forma de cobrarse la humillación en eso. Cuando Changmin asintió no esperó mucho para sujetarlo por la cintura con un brazo y jalarlo hacia abajo mientras levantaba su propia cintura, acomodando su erección en la entrada del rey para invadirlo casi al instante. Apoyando firmemente los pies en el suelo, el pelirrojo se daba el impulso suficiente para embestirlo hacia arriba con fuerza, sujetando firmemente su trasero con sus manos, apretándolo de vez en cuando. Debía aprovechar ese momento en que Changmin se estaba dejando dominar para desquitarse.
-Ah…así Junsu…así…
Changmin de verdad estaba disfrutando de aquello. Ser embestido le causaba placer, aunque no tanto como ser quien domina y más si eso incluía sangre. Pero faltaba algo. No conseguía sentir lo que con Yoochun. ¿Por qué? Junsu empezó a jadear debajo de él. Intentó intensificar la sensación moviéndose a su vez sobre la cintura del pelirrojo, y por unos segundos el placer aumentó. Pero aún faltaba algo. Desesperado se alejó del trono y de Junsu y lo miró. El consejero le devolvió la mirada.
-¿Qué pasa?
-Abre las piernas, Junsu.
Silencio.
-Ahora.
-¡Junsu! – una tercera voz intervino. El aludido y el rey voltearon. Yoochun estaba parado en el umbral de la puerta, observándolos.
-Yoochun- empezó el rey, -te pedí que me esperaras en nuestra habitación.
“Aunque, pensándolo bien, ya que está aquí…”, dijo una voz en la mente de Changmin.

Yoochun estaba tenso. Había ido a buscar a Junsu para avisarle sobre la posible locación de la llave y lo encontró desnudo, sentado en el trono, y a Changmin frente a él, sólo con el torso aún cubierto por su camisa. Temía que el haber llamado al pelirrojo delatara que lo estaba buscando y despertara sospechas de cualquier tipo en el rey. Iba a retirarse rápidamente cuando el rey lo llamó una vez más.
-Ven, Yoochun.
Los pies del poeta no se movían, aunque sabía que debía hacerlo.
-Mi poeta, ¿quieres volver a ser mi concubina?
Esa pregunta hizo que la entrada de Yoochun punzara de dolor de sólo recordar. Junsu sólo observaba como el poeta había entrado, dado media vuelta para irse y había vuelto a girar para mirarlos a ellos para luego acercarse, despacio.
-Así está mejor –sonrió Changmin. Alejándose de Junsu se acercó a su amante y besó sus labios, obsceno, empezando a tirar de su ropa para desnudarlo. Yoochun se dejó hacer. Manoseo todo su cuerpo, aún marcado de moretones, desesperado por sentir el placer que buscaba, llenándolo de besos húmedos y de leves mordidas leves que Yoochun apenas sentía.
Junsu iba a levantarse para salir de ahí, incómodo ante la visión de los amantes y frustrado por su venganza a medias, cuando el rey regresó frente a él, jalando al poeta consigo.

-Vamos a divertirnos los tres –sonrió Changmin. Acto seguido tiró de los tobillos de Junsu, tomándolo por sorpresa y jalándolo hasta sentarlo a la orilla del trono, a punto de tirarlo al suelo, para luego poner sus piernas alrededor de su cintura. Junsu miró a Yoochun, asustado, prediciendo lo que el rey planeaba hacer con él a continuación. Las miradas del pelinegro y el pelirrojo se encontraron mientras Changmin ahora tiraba de los brazos de Yoochun para hacerlos rodear su cintura también, justo sobre las piernas de Junsu. El consejero tragó saliva.
-Mi poeta – la voz de Changmin era peligrosamente suave, - quiero que me lo hagas mientras yo embisto a Junsu. ¿Puedes?
Yoochun volvió a mirar a Junsu. Ambos sabían que no se podían negar. Si querían que el plan saliera bien tenían que fingir que todo seguía como siempre para no levantar sospechas. Además, ambos estaban en un estado que requería atención.
-Como usted desee, mi señor – respondió el pelinegro, con la voz grave por la excitación.
Junsu volvió a tragar saliva mientras el rey acomodaba su miembro para entrar en él. Yoochun, a su vez, acomodaba el suyo para invadir a su rey. Poco a poco el miembro del pelinegro empezó a penetrar, empujando el cuerpo de Changmin hacia adelante, ayudando a que el rey empezara a invadir al pelirrojo al mismo tiempo. Cuando ambos entraron por completo Yoochun se abrazó de Changmin y éste se aferró al trono a cada lado de Junsu, quien se sujetó del colchón bajo su trasero.

-Yoochun, muévete.
El pelinegro obedeció, dirigiendo con sus movimientos el ritmo de las embestidas de ambos. Junsu y Changmin empezaron a gemir y Yoochun a jadear. El rey de repente sujetó el miembro del consejero con su mano, apretándolo y aflojándolo al mismo ritmo en que el poeta lo invadía, sosteniéndose del trono con su otra mano y girando su rostro hacia Yoochun para besarlo, demasiado ansioso y excitado. Junsu echó su cabeza hacia atrás, sintiendo como Changmin lo invadía y al mismo tiempo lo masajeaba.
-¿Te gusta, verdad? – Le susurró Min de repente al oído, - ¿te fascina sentir como te penetro mientras te masturbo, verdad?
Junsu asintió, apenas podía pensar.
-Estás sintiendo casi lo mismo que yo, y Yoochun no. ¿Te parece justo? Yo no lo alcanzo, pero tú sí. Te ordeno, - añadió, tomando una de las manos de Junsu y alzándola a la vista de ambos, - que lo hagas sentir lo mismo con esto. Y te ayudaré a hacérselo más fácil.
Acto seguido el rey engulló tres de los dedos de Junsu. El pelirrojo se sentía desfallecer con tantas cosas sucias a su alrededor. Luego Changmin tiró de su mano y le indicó lo siguiente.
-¡Ah! – Yoochun gritó cuando sintió que algo húmedo invadía su entrada. Aún le dolía. Junsu se dio cuenta y sólo lo tocó con un dedo, por fuera.
-Eso es, Junsu – sonrió Changmin. Luego se volvió a su poeta y le susurró al oído, - disfrútalo, mi Yoochun. Y házmelo más fuerte.

Así continuaron por un rato hasta que llegaron al clímax en cadena. Primero Changmin dentro de Junsu, Junsu entre su abdomen y el del rey y Yoochun dentro de Min. Agotado, Junsu se reclinó en el respaldo del trono mientras Yoochun se dejó caer hincado en el suelo. Changmin siguió a su amante, dejándose caer sentado sobre sus piernas, haciendo que Yoochun reprimiera un grito de dolor al sentir que caía sobre uno de sus múltiples moretones.
-Besa mi cuello, Yoochun. Eso me gusta –ordenó el castaño, acariciando los labios del de piel blanca con su pulgar. El poeta obedeció y sintió algo frío contra sus labios, algo metálico, sobre la piel de Changmin. Miró su cuello y vio una cadena delgada colgando de su cuello, oculta la mitad bajo su ropa. Se encogió de hombros y besó de nuevo su cuello, esquivando la cadena. El rey sonrió, satisfecho.

****

Horas después, Junsu y Yoochun se reunieron frente al calabozo para visitar nuevamente al príncipe Yunho. Al entrar encontraron a alguien más frente a la celda. Era el capitán Jaejoong, reclinado sobre los barrotes. Parecía observar a Yunho y éste lo miraba a los ojos también, triste.
Por novena vez en ese día, Junsu tragó saliva. Yoochun aclaró su garganta para llamar la atención de ambos. Sólo Yunho volteó.
-Hola –dijo, secamente, - ¿encontraron la llave?
La respuesta negativa de ambos enojó a Yunho mientras el capitán miraba la esquina de la pared y al mismo tiempo miraba la nada, en silencio.
-Bueno-, habló por fin el príncipe, - si no está en ninguna parte del castillo quiere decir que Changmin la tiene a la mano. Entre sus ropas o algo así.
Entonces Yoochun recordó la cadena. Ya la había visto en su cuello antes pero nunca le había prestado atención hasta aquella vez que besó su cuello.
-El rey lleva siempre consigo una cadena en el cuello. Bajo sus ropas. Nunca la he visto fuera de ellas –dijo.
-Ahora que lo mencionas, yo también la he visto – corroboró Junsu.
-¡Ahí debe estar! La llave debe estar colgando de ésa cadena – exclamó Yunho, - por supuesto. Changmin no se alejaría de la única cosa que podría llevarlo a perder lo que con engaños y amenazas a conseguido. Poeta… ¿cómo te llamabas?
-Yoochun, majestad.
-Yoochun, debes robársela.
-¿Por qué yo?
- Porque eres su amante, será más fácil para ti accesar a ella.
-Y mientras se la robas yo puedo sacar al capitán de aquí, - añadió Junsu, mirando al capitán.
-Sí, sería buena idea – estuvo de acuerdo Yunho.
-Está bien, - accedió el poeta,- ¿puede ser cuando me haya curado de mis heridas? Así me será más fácil.
-Está bien. Espero que eso sea lo más pronto posible.
Un rayo de esperanza iluminó sus mentes. Pero si alguno decía que no tenía miedo seguramente estaría mintiendo.








Dreams on Fire Cap. 12: Escape Fase 2
XII. Escape Fase Dos: el Señuelo.

Nota: Tragedia próxima. Lo siento si no les gusta u.u no maten a Aemin.

Ya habían pasado tres semanas desde la última plática con el príncipe Yunho sobre el plan de escape. Yoochun se sentía mejor, muchos de los moretones ya habían desaparecido y los que quedaban le dolían muy poco. Mientras tanto, Junsu seguía visitando a escondidas al rey Yunho para alimentarlo e informarle los avances del plan. También se encargaba de cuidar del capitán Kim, o de lo que quedaba de él. No podía negar que le entristecía cada vez que el príncipe Yunho le pedía que llevara al capitán a su celda y notar como, por más que el castaño lo llamaba, le rogaba, el rubio no respondía, ni se movía. Sólo lo miraba, y eso sólo por unos segundos pues su mirada se volvía a perder en la nada.

-¿Qué le ha hecho? – preguntó Yunho un día.
-El rey Changmin disfrutaba de torturarlo de todas las maneras posibles, señor. Al grado de que ahora ya no siente nada. Ni parece escuchar a nadie ni nada.
Yunho apretó los puños, furioso.
-¿Por qué no lo detuvieron?
-No podíamos, señor. Changmin nos tiene aún amenazados. Además, el capitán se dejaba torturar por protegerle. Usted era el más vulnerable de nosotros en el estado en que se encontraba.
-Cuando salga de aquí, no habrá razón para no matar a mi hermano.
Junsu lo miró, sorprendido. Sabía que todas sus esperanzas de vencer estaban puestas en manos de Yunho, pero verlo así de enojado lo ponía algo nervioso. ¿Matar a su propia sangre? De Changmin lo comprendía, era malvado de pies a cabeza. Pero el príncipe Yunho se suponía que era el bueno.
-Señor, no debería manchar sus manos de sangre. Y menos con la de su propio hermano.
La mirada que le dirigió el castaño no le dejó dudas.
-¿No comprendes? La mala hierba hay que arrancarla de raíz. Y ése bastardo desde que tomó el trono dejó de ser mi hermano.
-Entonces déjeme a mí hacerlo. Usted será el rey una vez Changmin desaparezca, déjeme a mi manchar mis manos de sangre para que usted suba al…
-Vete – lo interrumpió Yunho.
-¿Eh?
-Llévate a Jaejoong. Dile a Yoochun que robe la llave ésta noche y mientras lo hace llévate al capitán lejos de aquí.
Junsu lo miró, sorprendido una vez más de la repentina urgencia del castaño.
-¡Hazlo ya!
Asintiendo el pelirrojo se levantó, tomó al capitán por el brazo y salió con él del calabozo tan rápido como pudo.

******
Esa mañana, mientras Junsu bajaba a darle de comer al capitán a la cocina para luego ir a visitar al príncipe Yunho, Yoochun amaneció en la cama del rey. No habían hecho nada la noche anterior más que leer poemas juntos, cosa que le pareció por demás extraña al poeta.
Sin embargo se despertó al sentir una boca sobre la suya, una lengua forzando su entrada dentro de sus labios y una mano bajo su pantalón, masajeándolo con insistencia. Abrió los ojos y se encontró con los párpados cerrados del rey. Lentamente, como siempre desde hacía unas semanas, volvió a cerrar los ojos y cedió a los deseos de Min, correspondiéndole el beso y las caricias.
-Mi poeta, mi pequeño rey amaneció despierto.
- El mío también…
Pronto el menor se sentó entre las piernas de Yoochun, luego de tirar del pantalón para quitarlo, y se inclinó para poner en práctica una de las técnicas amatorias que él mismo había instituido: poner el miembro de su amante en su boca. El pelinegro no podía dejar de gemir.
-Majestad…ah…
-Umm…
Ya que estaba completamente excitado lo sacó de su boca y se recostó a su lado.
-Prepárame, Yoochun – por alguna razón ya se había resignado a sentir algo de afecto por su amante, y a hablarle con suavidad.
Yoochun se recostó a su lado y empezó a tocarlo, con una mano su entrada y con la otra su base. Lo masajeo con sus dedos, apretando suavemente mientras Changmin tomaba su otra mano y la lamía. Ya que estaba bien húmeda, Yoochun la regresó a su posición en su entrada y empezó a dilatarlo. El rey empezó a sentir que su cuerpo ardía y se arrancó la camisa, luego hizo lo mismo con la de Yoochun.
-Ya. Mi poeta, es suficiente. Házmelo.

Ni se esperó a que Yoochun se acomodara, simplemente volvió a subirse en él, sentándose sobre su cadera, y esperó a que su amante hiciera el resto, levantándose un poco para facilitarle el acceso. El poeta hizo lo propio y empezaron los gemidos. Sujetando la cadera de Changmin, Yoochun intentaba guiar sus movimientos de acuerdo a lo que necesitaba, pero más bien Changmin se movía como él quería, como siempre. De repente Yoochun distinguió algo que se columpiaba frente a sus ojos. Le prestó un poco más de atención y notó que era una cadena de la cual colgaba algo. ¡La llave! Soltando la cadera del rey con una mano, intentó sujetar la llave sin que Changmin se diera cuenta. Sin embargo, lo único que consiguió fue tirar demasiado de la cadena hasta que la frente de Min chocó con la suya.
-¡Ay! – se quejó el rey. Buscando evitar que se enojara, el pelinegro besó sus labios. Motivado por el repentino beso, el castaño empezó a moverse más rápido sobre su poeta, haciéndolo llegar más profundo y aumentando las oleadas de placer que recorrían a ambos.
Con el cabello húmedo y la piel perlada de sudor, el rey alcanzó su clímax en el vientre de Yoochun y éste en el interior de Min. Jadeando el rey se dejó caer sobre el pelinegro. Después de un rato lo miró a los ojos.
-Buenos días.
-Buenos días, su majestad.
-Saldré todo el día. No me extrañes más de lo suficiente, ¿si?
-Está bien, señor

Pasados unos minutos el rey se levantó, se metió a bañar y se fue. Yoochun decidió dormir un poco más y luego hizo lo mismo que el rey. Después, aburrido, se puso a escribir. Recordó que el rey le había pedido un poema y además, la frustración de no haber conseguido la dichosa llave, combinado con lo que acababa de pasar, lo inspiraba.

Escribía, sentado frente al escritorio del rey, cuando alguien entró, azotando la puerta contra la pared al abrirla y contra el marco al cerrarla, haciendo que el poeta arruinara su obra al hacer un movimiento brusco con la mano por la sorpresa.
-¿Qué pasa, Junsu? ¿No ves que si el rey encuentra su poema arruinado se va a enojar?
-Olvídate del poema. El príncipe quiere que hoy empecemos la fase uno del plan. Hay que aprovechar que Changmin de nuevo no está para empezar a sacar a Jaejoong de aquí. Así ganaremos tiempo. Y cuando vuelva, tú lo distraes y le robas la llave.
-Lo dices tan fácil, Junsu.
-Pues procura que te sea fácil. Es ahora o nunca.
-No me hables así –se levantó Yoochun, - estamos del mismo lado.
-Lo siento. Es que el enojo del señor Yunho me puso algo nervioso.
-Da igual. Ve a alistar todo para sacar al capitán. Yo me encargaré del rey cuando vuelva.
Junsu asintió y se dirigió hacia la puerta.
-Aunque… - reflexionó Yoochun.
-¿Qué?
-Será más fácil que salgan una vez oscurezca. Nadie los verá.
El consejero lo consideró unos segundos. Tenía razón.
-Es cierto – dijo al fin, - pero, ¿y si el rey vuelve?
-Siempre regresa ya entrada la noche. Dudo que hoy sea la excepción.
-Eso espero. Bueno, entonces esperemos a que anochezca.

Así lo hicieron. Se sentaron a esperar. Y esperar. Yoochun recordó que traía una vieja baraja de cartas entre sus cosas y se pusieron a jugar. Luego bajaron a la cocina a comer, jalando consigo al capitán y alimentándolo como si se tratara de un bebé, para después volver a la habitación. El tiempo de espera por alguna razón pasaba más lento que nunca.
Se turnaron mirando por la ventana. Por fin Yoochun exclamó: “Ya se está poniendo el sol, y ni rastro del rey. Aún”. Ambos sonrieron y Junsu se levantó del suelo.

-Hagámoslo entonces. Buena suerte – dijo el pelinegro.
-Igual tú –respondió el pelirrojo, jalando al rubio por el brazo para salir de la habitación. Rápidamente entró a su cuarto, tomó un morral con lo necesario, varias de ellas posesiones del capitán, que ya había preparado con anterioridad, para luego apresurarse pisos abajo para salir del palacio.
-De prisa, capitán, ayúdeme y muévase – le decía Junsu, y por un momento pareció escucharlo y apretar el paso. Sólo había unos cuantos soldados adormecidos en las cercanías del cuartel así que fue fácil para Junsu pasar por ahí junto con Jaejoong sin ser vistos. Se aproximaron a la caballeriza, pasando a unos metros cerca del Edificio Gris. Al pelirrojo la visión de aquél lugar le dieron escalofríos, mientras el capitán se quejó de dolor.
-Tranquilo, capitán. No lo volverán a meter en ese sitio- le aseguró Junsu y tiró de su brazo hasta entrar a la caballeriza. Rápidamente eligió un corcel color café oscuro que parecía fuerte y veloz, lo ensilló, le colocó las riendas y aseguró el morral detrás de la silla con unas sogas, mientras el capitán se entretenía mirando la paja.
-Vamos, Jaejoong – le habló despacio el pelirrojo, - es hora de irnos, no tenga más miedo, - añadió al notar que se mordía los labios, sacándose sangre. Sacó un pañuelo y lo limpió antes de colocarle una capa negra. Luego se puso una capa él mismo y empujó al capitán contra el corcel para subirlo al lomo del animal.
Una vez consiguió que el rubio se sentara empezó a subirse él también, cuando escuchó gritos de los soldados afuera.
-¡Ya llega el rey!
-¡Ya vuelve el rey! ¡Abran las puertas!

-¡Maldición! – murmuró Junsu y prácticamente saltó sobre el lomo del caballo, delante del capitán. Tiró de las riendas e hizo que el animal caminara despacio para asomarse a la entrada de la caballeriza. La entrada principal del palacio estaba siendo abierta para que el rey entrara. Le puso la capucha a Jaejoong, se puso la suya para cubrir su rostro y con todo el sigilo del que tanto él como el corcel eran capaces, se acercó a la puerta, bordeando los edificios para camuflarse con la oscuridad de éstos. Vio entrar al rey, que parecía algo molesto o ansioso, en su caso era casi lo mismo. Junsu contuvo la respiración, esperando que no se le ocurriera a ningún soldado y menos al rey voltear hacia donde se ocultaban, muy cerca de la enorme puerta. Afortunadamente Jaejoong estaba en silencio. Esperó unos segundos. De repente, el rey llamó a los soldados a su lado. Sin dudarlo los militares se acercaron a su señor, alejándose varios metros de la puerta, abierta de par en par.
“Excelente”, pensó Junsu, tirando de las riendas para salir, despacio y en silencio. Una vez el caballo puso sus cuatro patas fuera del marco de la entrada, Junsu lo azuzó para que empezara a trotar, y una vez entraron al sendero entre los árboles, golpeó su costado con sus piernas para hacerlo correr.
-Ya estamos fuera, capitán, sólo falta llegar a un lugar seguro- sonrió Junsu.
“Y espero que le sea fácil a Yoochun cubrirnos”, pensó.

*****
-¡El rey entra!
Yoochun miraba desde el balcón. Vio entrar a Changmin y después vio como Junsu salía por la puerta milagrosamente sin ser visto. “Ya vamos un paso a delante”, pensó. Ahora debía distraer al rey.
-¡Tráiganme al capitán! – escuchó la voz de Changmin.
-¡Vayan por el capitán! – gritó otro soldado.
Perfecto, justo el día que se les ocurría sacar al rey de ahí, ese día se le antojaba al rey ver al capitán. ¿Por qué? Bueno, de cualquier manera, si el rey no encontraba al capitán como quería, se iba a enojar muchísimo y los mataría a todos. ¿Qué hacer, qué hacer?
Dio vueltas por la habitación, desesperado. Entonces notó sobre la cama de Junsu, pues el balcón de su habitación, igual que el del rey pero más pequeño, daba hacia la entrada principal, un uniforme militar. Le pareció extraño que estuviese ahí. Entonces recordó que Junsu se había encargado de empacar las pertenencias del capitán. Quizás con las prisas se había olvidado de ese uniforme, o quizás el pelirrojo creyó más sano para el capitán Kim no volver a usar nada que le recordase lo que había vivido en el palacio.
Otra idea pasó por su mente. Por el estado en el que estaba el capitán, Changmin no le prestaba mucha atención a lo que hacía. Podría robarle la llave en su cara y el rey no se daría cuenta. Tomó en sus manos el uniforme y se lo llevó al baño.
Empezó a ponérselo, pensando que podría perfectamente hacer de señuelo, escondiendo la mitad de su rostro con el cubre bocas que el uniforme incluía y su cabello con el casco. A fin de cuentas, había sobrevivido a la tortura de ser la concubina del rey, podía aguantar un día de tortura fingiendo ser su capitán. Creía que Changmin jamás se desharía de su saco de golpes y que en todo caso enfurecería de perderlo, no tenía nada que temer. Además, en cuanto Junsu volviera planearían qué decirle al rey sobre la desaparición de Kim para que el poeta volviera a ser poeta y el castigo fuera menos fuerte.
Se miró en el espejo, se ajustó el casco y salió, imitando los pasos arrastrados y sin rumbo del capitán.

-¡Capitán! – gritó Changmin desde la escalera. El señuelo no debía ir a su encuentro, sino deambular por los pasillos y esperar a que el rey diera con él. Dio vueltas por el mismo pasillo de las habitaciones, caminó hacia las escaleras, bajo tres escalones, subió dos, bajó otros cinco y continuó hasta llegar al pasillo de abajo. Ahí se topó con el rey.
-Al fin lo encuentro, capitán – le sonrió. Yoochun sintió que se le erizaban los vellos de la nuca cuando le sujetó por un brazo, - hace mucho que no jugamos. Vamos, ¿sí? Esta vez no nos detendrá nadie.
Quizás no, pero Yoochun estaba en todas sus facultades mientras el verdadero capitán no. Podría defenderse en algún momento. Changmin empezó a tirar de él y el señuelo se dejó arrastrar, tenía que fingir lo mejor posible y al mismo tiempo tenía que encontrar la manera de arrebatarle la llave del cuello.

Salieron de ese pasillo, bajaron más escaleras y por fin salieron del palacio hacia los cuarteles. El señuelo forcejeo un poco, Changmin tiró más fuerte de él y lo amenazó y después lo siguió arrastrando. Cuando Yoochun notó hacia donde se dirigían se llenó de miedo, pero tenía que ser fuerte. El capitán lo había soportado miles de veces y seguía vivo, él también podía. Volvió a forcejear y gimió ligeramente, una actitud resiente de Jaejoong, que engañó perfectamente al rey. Molesto, Changmin tiró con más fuerza de él, apretando su muñeca con sus uñas, para lastimarlo.
El señuelo volvió a forcejear, tirando de las ropas del rey. Por fin consiguió lo que quería: la llave salió de entre las ropas de Min, colgando de una cadena en su cuello.
De repente, el rey le dio un golpe en el rostro.
-¡Estate quieto! – le gritó. El suplente del capitán obedeció y se dejó arrastrar, aún sujetándose de las ropas del rey con una mano y con la otra sujetó la llave. Fue cuando Changmin lo empujó dentro de la cámara que la cadena reventó, dejando la llave en posesión Yoochun sin que el rey se diera cuenta. El poeta disfrazado la miró en su puño. Ahora sólo le quedaba salir vivo de ahí para llevársela a Yunho. Iba a levantarse cuando dos manos lo sujetaron con fuerza descomunal por los hombros y lo azotaron contra una máquina de metal, asegurando sus piernas y brazos con ligaduras de cuero. Tuvo que reprimir un grito de dolor para no delatarse.
-Estoy ansioso – le susurró Changmin, - así que dudo que salgas de aquí entero, capitán de mi hermano – añadió, riendo salvajemente.

*****
Yunho estaba impaciente. No podía hacer nada más que pensar y mover sus manos, ansioso dentro de su celda. Rogaba que Junsu cumpliera y pusiera a salvo a Jaejoong, y que Yoochun pronto consiguiera la llave que lo liberaría para poder vengarse de su hermano menor. ¿Qué estarían haciendo esos dos ahora? ¿Qué parte del plan irían ejecutando en ese momento? Sólo le quedaba esperar y eso lo frustraba.

Mientras tanto, Junsu había llegado al pueblo junto con el capitán, detrás de él. Llegó a donde hacía varios meses, quizás ya un año o más, había sido su casa. Estaba vacía y a oscuras, y lo mismo todo a su alrededor. Sólo tenía una esperanza. Descendió del caballo y lo guió por las riendas hacia una de las casitas de enfrente, mientras el capitán se reclinaba sobre el lomo del animal. Tocó la puerta. Por largos segundos nadie respondió y el pelirrojo comenzaba a creer que no había nadie cuando la madera rechinó. Asomándose apenas por un resquicio de la puerta apareció el rostro de una mujer.
-Soy Kim Junsu.
La chica lo dejó entrar. Junsu le explicó a grandes rasgos la situación y ella le explicó que debía pedirle permiso a su abuela, pero que no creía que tuviese inconvenientes. Mientras la joven iba a buscar a la anciana, Junsu volvió afuera por el capitán, quien afortunadamente seguía sobre el caballo. Lo bajó de ahí y lo jaló hasta el interior de la casita.
-Está algo delicado – le explicó a la anciana mujer, - pero no les dará problemas.
-¿Qué le pasó? – preguntó la vieja.
-Es difícil de explicar. Su nombre es Kim Jaejoong, ex capitán de la guardia real.

Ambas mujeres aceptaron cuidar del joven rubio y Junsu les agradeció con sinceridad.
-¿Cómo podré pagarles?
-Ni lo menciones.
-Gracias de nuevo. Me tengo que ir, volveré a visitarlas en cuanto pueda – aseguró y volvió al caballo. Mientras había estado dentro de la casita el corcel había tomado agua suficiente y había devorado las hierbas del suelo. Estaba listo para una nueva carrera. Junsu subió en su lomo y lo azuzó para correr. Quién sabe por cuánto tiempo Yoochun resistiría cubrirlos. Debía volver por si necesitaba ayuda, o peor, por si el rey preguntaba por el consejero o por el capitán.

*****
El señuelo del capitán jadeaba sobre la máquina. Sentía como sus brazos y sus piernas habían sido estirados al borde de ser arrancados y ahora, liberados de esa tortura, le dolían más que nunca. Ya anteriormente había pasado por otra que había dejado varios cortes, no muy profundos, en su torso.
-Lo he pensado, capitán.
Changmin lo miraba, sentado frente a él en un banco de madera. Aún no había notado que no se trataba del capitán a quien torturaba. Yoochun seguía apretando la llave en su mano con todas sus fuerzas, incluso a pesar del dolor.
-Y creo que ya es tiempo de que lo quite del camino, capitán.
El supuesto capitán entró en pánico y lo miró con horror.
-Pero déjeme explicarle por qué quiero matarlo. Supongo ya le es evidente que lo odio – golpeo su pierna con el fuete, - y la razón es muy sencilla: estaba con mi hermano. Y no es que le tuviera celos. Simplemente él si tenía quien lo quisiera de verdad y yo no – la mirada de Changmin se llenó de rencor, oscureciéndose, - ¿Le parece eso justo? A mi no. Y quizás ahora tenga al poeta para mi, en cierta forma como mi hermano te tenía a ti. Pero sigue sin agradarme.
Notó que el rey se volvía hacia atrás, buscando algo. Sintió que le temblaban todos los músculos bajo la piel pero no podía huir así herido como estaba. Changmin se levantó del banco de madera y se le acercó. Estaba muy oscuro pero podía distinguir el brillo de sus ojos.

-No te dolerá – le dijo, sonriendo, destapando el corcho de la pequeña botella con sus dientes y sujetando la barbilla del capitán con su mano, firme, - aunque espero que si te duela. Lo mereces.
Le quitó el cubre bocas a tirones y, apretando sus mejillas para que abriera la boca, vertió el contenido en ella. El señuelo intentó no tragarla, pero el rey fue más hábil: le tapó la nariz y cuando necesito respirar por la boca la abrió, tragándose el fatal líquido. Inmediatamente sintió que se quemaba por dentro y luego que su cuerpo temblaba. La llave pronto resbaló de su mano y calló en el piso, pero el estruendo que las convulsiones de su cuerpo creaban al chocar con la maquinaria evitó que se escuchara el golpe de ésta con el suelo.

-Apenas puedo ver tu expresión de agonía – murmuró Changmin y lo sujetó con fuerza, arrasándolo hacia una de las paredes en las que había una antorcha. En ese momento también se le fue la respiración al rey.
-¿Yoochun?
Era el poeta. Reconocía sus facciones, su piel blanca que ahora se estaba poniendo azul, y sus labios gruesos, deliciosos, que se estaban tiñendo de negro.
-¡Yoochun!
Ya no podía hacer nada, le había dado todo el veneno creyendo que era el capitán Kim Jaejoong.
-Yoochun… - se aferró contra su cuerpo, que poco a poco se quedó helado. Le quitó el yelmo y lo cargó, ya no pesaba nada. Lo llevó en brazos hasta su habitación y lo recostó sobre la cama. Tocó su frente, su pecho sobre su corazón. Estaba inerte. Cubrió su propia boca son sus manos y sintió que algo las mojaba desde sus ojos.

Lo había engañado. El verdadero capitán lo había engañado convirtiendo a su poeta en señuelo y ahora lo acababa de asesinar.
-No. No estás muerto Yoochun. No te puedes morir.
Lo miró sobre la cama y cerró sus párpados con su mano.
-No estás muerto. Estás dormido y despertarás pronto. Si, eso es. Y te contaré cómo castigare al capitán una vez lo encuentre y a quienes le hayan ayudado a jugarme esta bromita. Pero primero…

Llamó al mismo médico de siempre y le pidió que se encargara de Yoochun. El médico intentó explicarle que ya no había nada que hacer, pero el rey se negó a escuchar. El médico no tuvo otra opción que llamar a un embalsamador o a algún chaman para que hiciera lo posible por el cuerpo del poeta. Al final quedó como si estuviera en verdad vivo, dormido sobre la cama del rey. Dormido. Para siempre.








Dreams on Fire Cap. XIII: Escape Fase 3 - La Llave.
XIII: Escape Fase Tres: La Llave.
Nota: Perdonen la demora XD tuve una crisis inspiracional que ya se resolvió por fin. Y gracias por seguir esta saga terrorífica.

Cuando Junsu regresó al castillo se encontró a toda la guardia esperándolo en la entrada. Cinco o seis pares de manos lo sujetaron por todas partes y lo arrastraron hasta la sala del trono. Ahí lo arrojaron frente al trono. Afortunadamente el pelirrojo puso las manos primero y no se lastimó la cara. Cuando miró hacia arriba se encontró con una visión terrible: el rey Changmin, todo vestido de negro, y su cabello había desaparecido. Se lo había cortado demasiado, apenas le llegaba a las orejas. Jadeaba, conteniendo un enojo y un odio enormes, y lo miraba como si quisiera matarlo con los ojos.
-¿Dónde estabas? – rugió el rey.
-E…estaba…-intentó responder Junsu. Escucharlo así le daba aún más miedo.
-¿Dónde está el capitán?
-Salí a buscarlo, señor, - rápidamente ideó una mentira, - lo vi salir a caballo y lo seguí.
-¿Y dónde está, pedazo de idiota? – Changmin sacó un látigo y golpeó su hombro.
-Lo encontré ahogado en un río, señor. Lo siento – siguió mintiendo el pelirrojo, intentando parecer sincero pese al terror que sentía y sobándose el hombro herido.
-No. No lo sientes – murmuró el rey, apretando los dientes, - por sus estúpidos jueguitos merecen la muerte ustedes dos. Y ahora el cobarde del capitán decidió adelantarse su suerte para quitarme el gusto – de nuevo sintió que algo mojaba sus mejillas. Junsu lo miraba, confundido. ¿Qué había pasado mientras no estaba? ¿Por qué estaba llorando el rey ahora?

-No comprendo, majestad.
Por toda respuesta el rey se levantó, lo sujetó por el cabello y lo arrastró por los pasillos hasta llegar frente a su habitación. Entonces lo soltó y abrió la puerta, entrando él primero y deteniéndose frente a su cama. Junsu se levantó, sobándose la cabeza, y miró a donde estaba el rey. Frente a él, tendido en la cama, estaba Yoochun. Inmóvil.
-¿Está…?.
-Así debería estar el capitán, no mi poeta – dijo secamente Changmin, ni siquiera esperó a que Junsu terminara de formular la pregunta- les pareció muy divertido engañarme, ¿verdad?-añadió- Disfrazar a Yoochun de señuelo mientras ustedes dos salían a no sé qué hacer…
-Se lo juro, seguí al capitán y lo encontré ahogado en el río…
-¡Silencio! Te mataré de hambre, Junsu. Es lo menos que te mereces… no comerás nada más que lechuga a partir de hoy hasta que te mueras. ¡Vete ya!

Junsu se alejó de la habitación caminando hacia atrás, y lo último que vio antes de que un soldado le cerrara la puerta en la cara fue al rey abrazando al poeta muerto. Aún no podía creerlo. Yoochun estaba muerto. Como sonámbulo bajó hasta los calabozos y se detuvo frente a la celda de Yunho.
-¿Qué sucede? ¿Tienes la llave, Junsu? – dijo el príncipe al verlo. Junsu se dejó caer de rodillas y empezó a llorar. Estaba solo contra Changmin. Sólo quedaba él para liberar al príncipe Yunho y mientras tanto aguantar lo que al rey se le ocurriera para desquitarse.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?
- Casi todo salió bien, señor, - respondió tras unos segundos, - el capitán está a salvo.
-¿Pero…?
-El rey…mató al poeta. Creyendo que era el capitán lo asesinó.
Yunho tampoco podía creer lo que escuchaba.
-¿Estás seguro?
-Lo vi, señor. Tendido en la cama del rey, muerto, usando un uniforme militar. Changmin está furioso. Creyó que había sido una broma del capitán.
-¿Y qué le dijiste?
- Que el capitán se ahogó en el rió y que yo lo había seguido, buscándolo y que lo encontré bajo el agua. Creo que sí me creyó.
-Eso espero.
Junsu asintió.
-Aún no lo termino de creer. Yoochun está muerto. Él era el único que podía tranquilizar al rey sin importar lo enojado que pudiera estar, o lo sediento de sangre. Y ahora no está. Yoochun, el gran poeta, ya no está.
Yunho miro al pelirrojo doblarse, llorando. Le estaba doliendo la pérdida. Yoochun había sido un amigo para él, y un aliado. Junsu no podía evitar llorar un poco. Primero por la muerte del poeta, y segundo por el terror y la impotencia que sentía.
-¿Qué vamos a hacer? – el pelirrojo se secó las lágrimas con el reverso de la mano.
-Bueno…no sabemos si Yoochun consiguió la llave o no. Y en todo caso si la recuperó, Changmin debe haberse dado cuenta en cuanto murió de que la tenía en la mano. O se dará cuenta. En ese caso tendrás que robársela tú, Junsu.
-Ni siquiera él pudo contra la maldad de Changmin. ¿Cómo pretende que haga yo para robar la llave siendo yo, majestad? Lo más cerca que he podido estar de él es cuando me…-tragó saliva y un escalofrío lo recorrió, - y eso sucede de espaldas. ¿Qué podría hacer yo para robar la llave sin que me mate?
Yunho reflexiono unos segundos.
-¿Qué? – insistió Junsu. Estaba desesperado.
-No lo sé- se resignó el castaño.
- Grandioso. Y ahora el rey no quiere ni verme – murmuró, jugando con una paja del suelo.
-Espera a que se le pase. Conozco a mi hermano. Las rabietas se le pasan en un día o dos, dependiendo la gravedad.
-Pues está enojado porque mató a su amante. ¿Cuánto tiempo cree que necesite para recuperarse?
Yunho tragó saliva. No lo había visto de esa manera. ¿Cuánto tiempo necesitaría él para recuperarse de haber asesinado a Jaejoong?
-Tampoco lo sé. Como te dije, tendremos que esperar. Aún más.

Efectivamente pasaron días y días y Junsu seguía bajo el régimen de lechuga con el que el rey pretendía matarlo de hambre. Mientras tanto Yunho esperaba en su celda el momento en que Junsu volvería triunfante con la llave para liberarlo. En cuanto al rey… día tras día en su habitación, saliendo muy poco a comer, a veces a cazar, o simplemente a pasear, pero volviendo siempre, muy temprano. Cerraba la puerta con llave y se acostaba en la cama, de lado, mirando a Yoochun. Acariciaba su cabello, besaba su frente, sus labios y lo abrazaba, se recargaba en su pecho hasta que se quedaba dormido, a veces llorando un poco. Había días en los que Changmin mandaba un mensaje al médico para que ayudara a conservar a su poeta. Para él no estaba muerto, o al menos procuraba repetirse que no lo estaba, que sólo dormía. Pero no siempre funcionaba.
-Yoochun. Y yo creía que el único que podía hacerme feliz. Que me podías ayudar a ser menos…yo. Y ahora ya no estás conmigo. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Claro que sabía por qué. Pero jamás se echaba la culpa a sí mismo, sino al capitán. Jamás reconocería que su sed por la sangre y por el dolor ajeno lo había cegado tanto que había asesinado a Yoochun sin darse cuenta que era él y no el capitán a pesar de las miles de diferencias que había entre ellos. No. Era culpa del capitán por huir en dejar a Yoochun disfrazado de militar para engañarlo. Lo peor era que el cobarde se había suicidado, impidiéndole vengarse. Sólo le quedaba recostarse al lado de su poeta y fingir aún que dormía.
Incluso una vez Junsu entró a la habitación y, al verlo tan destrozado, abrazando el cuerpo de Yoochun, intentó convencerlo de que dejara a Yoochun en paz.
-Majestad. Él está muerto. Debe dejarlo ir.

Por toda respuesta el rey le arrojó cuanto encontró a la mano, desde el contenido de un cajón hasta el propio cajón de madera. Resignado, Junsu se alejó rápidamente de la habitación. Fúrico, Changmin entró al baño para refrescarse lavándose la cara. Se encontró con su reflejo al mirar al frente y por alguna razón se sintió incómodo y aún más enojado. Tanto que golpeó el espejo a puño cerrado, como si golpeara el otro rostro que lo miraba frente a él, para luego seguir golpeando el resto de la superficie. Ignoró la sangre que brotaba de sus dedos. Una vez deshizo el espejo del baño continuó con el resto de las superficies reflejantes de toda la habitación. Con el alboroto llegaron unos cuantos soldados y el consejero.
Lo regresaron a su cama y el pelirrojo se encargó de curarle las manos. ¿Masoquista? En realidad Junsu quería saber dónde estaba la llave, si el rey la tenía o no.
-Debe calmarse señor – intentó Junsu por innumerable vez. Changmin sólo se dio la vuelta en el colchón, dándole la espalda.
-Le daré un consejo, uno de verdad esta vez, - se le ocurrió, - recuerde los buenos tiempos con Yoochun, nada más. Eso le ayudará.
Dicho esto Junsu salió de la habitación. Changmin volvió a girarse y miró al poeta tendido cerca de él. Cerró sus ojos con fuerza, mojándose de nuevo las mejillas, y esperó hasta que se quedó dormido.

Poco después despertó al sentir una mano en su cabello. Abrió los ojos y encontró el oscuro iris de los ojos de Yoochun frente a él, llenos de luz.
-Yoochun, ¿eres tú?
-¿Quién más podía ser, majestad? – le sonrió con esos labios rosados e hinchados que le encantaban. Aún no salía de su sorpresa cuando sintió esos labios sobre los suyos. Cerró sus ojos y le correspondió.
-Majestad, hace mucho que no lo hacemos – lo sorprendió con una mano entre sus piernas, - ya lo extraño.
Aliviado de ver a su amante de nuevo, el rey se abandonó a las caricias que le proporcionaba en su piel después de quitarle cada prenda de ropa, muy despacio.
-Yoochun…ah…
Extrañaba sus manos sobre toda su carne, especialmente en esa zona de su cuerpo que ahora vibraba por más. Y por supuesto su poeta no lo defraudó y le dio más, introduciendo su miembro en su boca.
-Chunnie…ah… hagámoslo ya, te necesito…
Sonriendo, Yoochun se quitó toda su ropa y se tendió sobre él, moviendo su cadera, provocando una exquisita sensación al rozar su miembro con el del rey. Changmin se aferró a su espalda, jamás se lo había hecho así. Esto era casi un sueño, uno del que no quería despertar. Tener a su poeta entre sus piernas otra vez, acariciándolo, besándolo, vivo… aún no podía creer lo que veía. Cerró los ojos, gimiendo, disfrutando la sensación, y luego los volvió a abrir.

-¿Yoochun? – se sentó, sobresaltado. Yoochun ya no estaba encima de él. Miró en derredor y lo encontró a su lado, acostado, inerte. Había sido sólo un sueño. Pero había sido tan real. Incluso su hombría estaba despierta. Sintió cómo su pecho empezaba a temblar otra vez y cómo su respiración se alteraba, mientras sus mejillas volvían a mojarse. Gritando volvió a abrazar su cuerpo con fuerza. Alguien tenía que pagar por hacerlo sufrir así.
Yunho. Toda la culpa era de su hermano mayor. Él siempre había sido el favorito de su padre, él iba a ser el rey y Changmin no. Él tuvo un amante mucho antes que Changmin y encima todas las chicas lo volteaban a ver cuando salían a pasear. Y era un experto en el arte de la espada. Yunho, el perfecto, el favorito, el único de los dos que lo había tenido todo y le había robado todo al menor. Yunho tenía que pagar por todo eso, que ciego había sido Changmin al no darse cuenta antes y limitarse a drogarlo en lugar de matarlo. Depositando a Yoochun devuelta sobre el colchón se levantó y buscó la cadena colgando de su cuello. No la encontró. Qué extraño. Pero si quería ejecutar a Yunho necesitaba esa llave para sacarlo del calabozo y llevarlo a la guillotina, a la horca o a la hoguera. O a todas juntas. Se levantó de la cama y buscó en todos los cajones y en toda su ropa. Nada.

-¡Junsu!
El pelirrojo llegó frente a él tan rápido como pudo. Sabía que en la inestable condición del rey no era conveniente hacerlo enojar.
-¿Has visto una cadena con una llave? – le preguntó el rey. Junsu lo miró, extrañado. ¿La cadena con la llave de las cadenas de Yunho? ¿No la tenía?
-No señor, no he visto una cadena así.
-¿Seguro? Es de plata y la llave igual.
-Seguro, señor. No la he visto.
Changmin resopló. Tenía que controlarse. Tanía que encontrarle el mejor lado a eso. Lentamente volvió a sonreír mientras la solución llenaba su mente. Despidió a Junsu de su habitación y partió escaleras abajo hasta los calabozos.
-Hola, Yunho – le saludó en cuanto llegó frente a su celda.
-Changmin –murmuró el príncipe prisionero.
-Adivina qué. Me deshice de la llave que te daría libertad. Así que ahora te pudrirás en esta celda por el resto de tus días. Es mucho mejor que mandarte ejecutar, ¿no crees?
Riendo triunfante salió del calabozo, dejando atrás a un Yunho histérico que agitaba con fuerza sus brazos, intentando zafarse de las cadenas.
Regresó a su habitación y se acostó al lado de su poeta, acariciando su cabello negro y su mejilla.
-Todo irá mejor para nosotros, Yoochun. Ya verás.
Besó sus labios fríos y se volvió a dormir.

****
Ya entrada la noche, Junsu bajó a los calabozos.
-Señor, le tengo una mala noticia.
-No me digas, Changmin se deshizo de la llave.
-¿Eso le dijo?
Yunho asintió frustrado.
-Pues a mí me preguntó por ella, muy preocupado. No creo que se haya deshecho de ella si la estaba buscando. La perdió.
Yunho reflexionó.
-Ahora que lo plateas así, es probable que la haya perdido el día que Yoochun murió.
-Tal vez. ¿Quiere decir que quizás Yoochun consiguió robar la llave antes de morir?
-Quizás. Tendrás que revisarlo.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Junsu.
-¿A un muerto?
-Es nuestra única opción, Junsu.
-No creo que la tenga, señor. Changmin se habría dado cuenta, rara vez se aleja de él. Si la tuviera en la mano o en alguna parte ya lo habría descubierto.
-Tienes razón. Entonces sólo puede estar en un lugar.
-¿Dónde?
-En el mismo sitio en el que murió Yoochun.
Junsu retrocedió, cayendo de sentón en el suelo al tropezarse con un barril.
-¿En el Edificio Gris?
Yunho asintió.
-Te lo vuelvo a decir, Junsu. Es nuestra única opción – resaltó con fuerza la palabra única, - lo haría yo pero como puedes ver no puedo, no sin esa llave.
Yunho tenía razón. Junsu tragó saliva, tranquilizándose y armándose de valor.
-Está bien. Iré a buscarla de inmediato.
-Así se habla –sonrió Yunho, - buena suerte.

****
-Iré a buscarla de inmediato – se imitó Junsu mientras caminaba fuera del palacio con una antorcha en la mano, - de inmediato, en medio de la noche, al Edificio en el que Changmin torturó y asesinó a tantas mujeres y a Yoochun. Claro, iré de inmediato por una llave ahí. ¿Por qué no?
Era una noche helada, silenciosa, lo único que escuchaba eran sus pasos sobre la tierra y el crujir de las ramitas consumidas por la flama de la antorcha. Pasó al lado de la caballeriza y de la armería y se encontró a escasos metros del Edificio Gris. Tragó saliva.
-Bien, Junsu, ya llegaste hasta aquí, no es momento de acobardarse.
Se acercó y empujó la puerta de entrada. Estaba cerrada pero no con llave. La abrió y se adentró al pequeño pasillo que precedía el caos.
-¿Junsu?
Escuchó una voz detrás de él. La piel se le erizó y lentamente volteó. Yoochun estaba frente a él. Dejando caer la antorcha saltó para abrazarlo y se encontró de bruces en el piso.
-¡Auch!
Miró atrás y Yoochun seguía ahí, de pie frente a él, mirándolo.
-¿Por qué te moviste cuando te iba a abrazar?
-No me moví. Me traspasaste.
Junsu se heló.
-¿Eres...eres un…fantasma?
Yoochun asintió.
-¿Qué otra cosa podría ser?
-Bueno, al menos no vas por los pasillos del palacio asustándonos a todos.
-Créeme, ganas no me faltan.
-¿Pero?
-Sería una pérdida de tiempo. Aún tengo asuntos pendientes, por eso sigo aquí.
-Ya veo – comprendió Junsu, levantándose.
-Te guiaré a donde se quedó la llave.
-¿De verdad?
Yoochun asintió.
-Sígueme.
Junsu recogió la antorcha y siguió al fantasma de Yoochun, que flotaba lentamente sobre el piso, hacia el interior del edificio, al cuarto de torturas. La imagen de un fantasma entre los distintos aparatos era demasiado aterradora, pero Junsu procuró mantenerla lejos de su mente y, parecido a lo que hacía Changmin, suponer que seguía a un Yoochun vivo.
-Ahí está – señaló Yoochun bajo un aparato que Junsu no se tomó la molestia en mirar con detalle. Agachándose encontró la llave y la sacó de ahí.
-Gracias Yoochun – sonrió Junsu, mirando la llave de plata en su mano.
-Por nada.
-Espera, ¿por qué sigues aquí? ¿Qué no al resolver el asunto que tenías pendiente deberías de dejar la tierra e irte al cielo?
-Sí.
-¿Y luego? Ya me diste la llave. ¿No era ése tu asunto pendiente?
-Eso creía yo también.
-Bueno, Supongo hay algo más que tienes pendiente. Iré a llevarle la llave a Yunho, ¿si?
-Espera Junsu.
-¿Qué pasa?
-No me dejes aquí.
Junsu lo miró, perplejo.
-¿Cómo puedo no dejarte aquí? Es decir, ¿cómo te sacó de aquí? ¿No me puedes seguir?
-No. Necesitaría algo mío para poder seguirte. Los fantasmas sólo nos podemos mover libremente cerca de las cosas que nos pertenecieron o cerca del lugar en que morimos.
-Ya veo. Iré por una de tus plumas de poeta y te la traeré.
-Gracias Junsu – sonrió Yoochun.
Y tal como prometió, el consejero fue temprano en la mañana a la que había sido la habitación de Yoochun, tomó una de las plumas del poeta y regresó a la entrada del Edificio, para luego regresar al palacio con Yoochun flotando cerca de él. Ahora eran tres contra Changmin, y eso le daba gran valor al pelirrojo.









Dreams on Fire capítulo 14: La Anciana
Nota: por fin!! Siento el retraso, pero ya saben, crisis de escritor. Disfrútenlo!
Ah y "Ahjuma" significa señora n.n

XIV: La Anciana

Terminó la noche y llegó la mañana. Junsu dormía profundamente en su cama, abrazando dos de sus almohadas, cuando la luz del sol lo despertó lentamente. Abrió los ojos despacio y encontró a Yoochun de pie frente a él, mirándolo. Por un momento se sobresaltó, pero luego recordó todo lo que había pasado el día anterior. Se rascó la cabeza al nivel de la nuca y sintió la cadena que guardaba la llave, colgando de su cuello. La había recuperado y ahora estaba segura con él. Pero no estaba seguro si era el momento de liberar a Yunho o no. Lo mejor sería preguntarle al propio príncipe.
-Buenos días – saludó primero que nada a Yoochun, sentándose.
-Buenos días – respondió el fantasma, - Junsu, ¿puedes llevarme con el rey?
-¿Eh? – Junsu dejó de tallarse los párpados con los dedos para mirarlo, confundido, - ¿quieres que te lleve con Changmin?
Yoochun asintió.
-¿Por qué? Él fue quien te…
-¿Qué? – lo interrumpió Yoochun. ¿Qué no recordaba su propia muerte?
-No importa. ¿Por qué quieres verlo?
-Es complicado. Sólo sé que quiero verlo otra vez.
-Aish – se resignó Junsu, levantándose de la cama, -está bien. Me bañaré e iremos a verlo, ¿está bien?
Yoochun asintió y esperó hasta que Junsu estuviera bañado, vestido y peinado para ir a ver a Changmin, llevando consigo la pluma del poeta por supuesto. Llegaron frente a la habitación del rey y Junsu dudó.
-Te lo advierto, es probable que no te guste lo que encuentres.
-Me arriesgaré.
-Está bien.

El pelirrojo abrió la puerta y ambos entraron a la habitación. Changmin estaba despierto, acostado con la sábana cubriéndolo hasta la cintura, de lado, mirando el cuerpo que yacía a su lado. El fantasma del pelinegro no lo podía creer. Quien yacía al lado de Changmin era él mismo. O más bien su cuerpo. Junsu sólo se quedo observando como el rey miraba a su poeta, acomodándole el cabello y tocando su mejilla.
-Yoochunie…
Lo escuchó susurrar.
El fantasma del poeta se alejó de al lado de Junsu y se acercó al rey.

-Majestad.
Changmin no volteó.
-Changmin –Yoochun intentó tocar su hombro pero lo traspasó. Por un segundo se había olvidado de su calidad etérea.
-Señor – habló de repente Junsu. Changmin volteó.
-¿Qué haces aquí, Junsu?
-Quería preguntarle si quería hacer algo en especial hoy o algo.
Changmin negó. Miraba fijamente a Junsu aunque Yoochun estaba flotando justo frente a él, entre él y Junsu. Yoochun se acercó más. Aún así Changmin miraba fijamente a Junsu.
-¿No me ve? – se preguntó Yoochun en voz alta. Changmin no le respondió. Junsu lo miró y negó con la cabeza.
-¿En verdad no quiere hacer nada, majestad? – preguntó el pelirrojo.
-No. ¿Cómo te lo tengo que hacer entender? – respondió el rey con amargura.
-Bueno, es que no me parece sano que se quede aquí todo el tiempo, al lado de…él – añadió Junsu. Changmin se levantó de la cama, hastiado y se acercó a Junsu.

Yoochun lo vio levantarse, caminar hacia él y… lo sintió traspasarlo. Fue como si le hubiesen vaciado un balde de agua helada y le hubiesen tapado la boca y la nariz con fuerza, todo al mismo tiempo. Aún siendo un fantasma pudo sentir todo eso.
-No me ve…
Junsu miró a Yoochun detrás de Changmin. Se sentía mal por él.
-No quiero hacer nada – le decía Changmin al mismo tiempo que Yoochun se encogía literalmente detrás de él, - absolutamente nada más que quedarme aquí, en mi cuarto. A solas. ¿Me estás escuchando, Junsu?
-Sí, señor – mintió Junsu. Había escuchado la mitad.
-Entonces toma tu molesto cuerpo pelirrojo y lárgate.
El consejero asintió y salió de la habitación, despacio, esperando que el fantasma lo siguiera. Se quedó fuera de la habitación, frente a la puerta esperando un rato.
Adentro, Changmin volvió hacia su cama, atravesando por segunda vez a Yoochun sin siquiera notarlo.
De nuevo invadió al poeta esa sensación de vacío, frío y ahogo. Vio al rey sentarse al lado de su cuerpo y no lo resistió más. Salió de ahí, traspasando la puerta y siguió flotando hasta la que había sido su habitación.

-¡Yoochunie! – Junsu lo siguió y lo encontró sentado sobre la que había sido su cama.
-Él no puede verme, Junsu. Tú lo haces. Changmin ni siquiera me escucha.
Junsu simplemente lo observaba.
-Lo sé, me di cuenta.
-Como algo que no se puede ver. Como algo que no se debería ni siquiera de oír. Me sentí ignorado. Inclusive pasó a través de mí.
-Quizás debiste hacer algo más para que te notara. Hacer más ruido, hablar más fuerte.
-¿Pero qué podría haberle dicho? ¿“Majestad, míreme, soy el fantasma de su poeta, el único que le amó de verdad aunque fuera lo que es”? ¿Algo así?
El pelirrojo no sabía qué responderle.
-Debí haberme ido en cuanto pude. En cuanto le di la bofetada debí salir corriendo hasta llegar a otro pueblo como era mi costumbre. Pero me quedé como un idiota. Y ahora estoy… estoy…
-Muerto.
-Sí. Muerto. Y ni siquiera puedo pasar al cielo o al infierno por mis pecados. Estoy atorado en el limbo sin saber cómo hacer para atravesarlo y la única persona por la que me quedaría ni siquiera nota mi presencia.
Junsu se sintió algo excluido pero no era el momento de reproches.
-Lo siento – fue lo único que se le ocurrió decir.
-Ojalá el rey pudiera decir lo mismo que tú – el pelinegro volteó a verlo, - Perdona. No es que tú no seas importante para mí. Somos amigos. Pero el rey…
-No importa. Lo comprendo, Yoochun. No necesitas explicarme.
Se quedaron en silencio. Junsu se preguntaba si Yoochun ya no recordaba cómo había muerto. Porque hablaba del rey como si él también fuera inocente de lo que había pasado. Quizás… había escuchado a la anciana que cuidaba ahora del capitán decir que algunos espíritus no recuerdan su muerte, normalmente porque ésta fue tan atroz que prefieren bloquearla, tal como pasa con la mente humana de los vivos.
-Quizás ése sea mi asunto.
-¿Perdón? – la repentina voz de Yoochun lo tomó por sorpresa.
-Quizás hacer que Changmin me vea es mi asunto pendiente.
-Suena razonable – calibró Junsu.
-Me ayudarás, ¿cierto?
- Por supuesto – sonrió el pelirrojo, - y de hecho tengo idea de quién podría orientarnos en ese aspecto del mundo espiritual. Sígueme.

****
Aprovechando que el rey pensaba quedarse encerrado en su habitación, consejero y fantasma salieron de los terrenos del palacio hacia el pueblo. Yoochun se sentía tan mal, estaba tan deprimido, que su forma fantasmal tenía la mitad del tamaño de Junsu, quien cabalgaba a su lado, sin decir nada. Llegaron al pueblo. Sus calles estaban de nuevo llenas de gente. Al parecer la gente, al darse cuenta de que el rey no tenía ganas de salir a visitarlos como antes, había recuperado un poco de su alegría habitual. El cielo estaba muy azul, con algunas nubes que quizás darían algo de lluvia, había niños y animales jugando junto a los puestos de comida… el mundo exterior parecía mil veces más feliz que aquél que vivía Junsu dentro del castillo, mismo que había acabado con Yoochun.

Pronto llegaron frente a la casa en la que el consejero había dejado al capitán. La muchacha que Junsu había visto ese día estaba afuera, tejiendo un arreglo de flores, mientras Jaejoong sostenía algunas de ellas. Aún tenía la mirada perdida, pero se veía más vivo que antes, por decirlo así. Además, su cabello ahora era negro.
“Menos mal”, pensó Junsu al verlo, “él la está pasando mejor que nosotros”. Bajó del caballo y se dirigió hacia la chica, Yoochun flotando tras él. La chica lo saludó y luego miró a Yoochun.
-¿Puedes verlo? – le preguntó el pelirrojo al notar su mirada sobre el poeta.
-Sí. Mi familia es sensible a este tipo de cosas.
-Que interesante – sonrió.
-Oppa, ¿a qué has venido?
-A visitarlas a ti y a tu abuela y al capitán. Veo que está mejor.
-Sí, se ha recuperado un poco. Aunque aún no vuelve a hablar y camina con torpeza. Es como un niño pequeño.
-Puedo preguntar, ¿por qué el pelo negro?
-Para que le sea más difícil a la gente reconocerlo. Es mejor para él y para nosotras que nadie sepa de dónde vino.
-Entiendo – suspiró Junsu, mirando al capitán, quien miraba las flores, perdido en otro universo mejor que éste.
- ¿Quieres que llame a mi abuela, oppa? – le preguntó la chica.
-Sí, por favor. Necesitamos su ayuda.

Un rato después la chica los hizo pasar a la casa y luego trajo al ex capitán también adentro. La anciana los recibió en una pequeña sala, escasamente amueblada, pobre, pero muy limpia.
-Hija, ofrécele algo de sopa a nuestra visita – dijo la anciana.
Ya que Junsu tomó un plato de sopa y empezó a probar el segundo, cortesía de la anciana, la mujer volvió a hablar.
-Es sobre ése fantasma, ¿cierto?
Junsu se atragantó.
-¿Cómo lo sabe?
-Usted me lo acaba de confirmar, jovencito. ¿Qué necesitan?
-Bueno…
-Señora, -dijo Yoochun, - me gustaría que me ayudara a resolver mi asunto pendiente para poder irme de este mundo en paz.
-Ya veo. ¿Tienes alguna idea de cuál es tu asunto pendiente, poeta?
-Bueno, creo que debo lograr que el rey me vea. Junsu me ve, usted y su nieta me ven. Él ni siquiera me escucha.
-Qué extraño. ¿Sentías algo por él?
Junsu miró a Yoochun, intrigado.
-Sí. Creo que sí.
-Más raro aún, -reflexionó la anciana, - debería de poder verte, a menos que…
-¿Qué’ ¿Hay alguna explicación para que no pueda verme el rey Changmin?
-Dos en realidad. Pero no le gustará oírlas.
-Dígame, por favor nuna. Necesito saberlo.
-¿Nuna? – rió la mujer, - niño, tengo edad para haber sido tu abuela.
-Ahjuma. Ahjuma-nim entonces. Dígamelo. Necesito saberlo.
-Está bien. La primera razón es que el rey no te corresponda en ese afecto.
Yoochun se encogió una vez más.
-Eso no puede ser, ahjuma – intervino Junsu, - el rey se pasa los días abrazando el cuerpo de Yoochun porque lo extraña. Dudo que no sea correspondido.
-¿Su cuerpo? ¿Aún lo conserva?
-Sí. Y sin ofender, Yoochun, pero ya empieza a oler…
-Necesitarán embalsamarlo bien. Yo podría hacerlo.
-¿De verdad? Gracias, ahjuma.
-¿Cuál es la otra opción? – repuso Yoochun, rogando que fuera mejor que la primera.
-La otra opción es que el sujeto en cuestión que no puede verte no lo merezca.
-¿Pero por qué?
-Puede ser que su alma sea impura o que haya tenido que ver con tu muerte o ambas.
Yoochun se encogió aún más, del tamaño de un muñeco de trapo. Acto seguido salió de la habitación traspasando la pared.
-Yoochun…
Una voz que hasta entonces no se había escuchado pronunció su nombre. Las dos mujeres y Junsu voltearon a ver a Jaejoong.
-Parece que lo reconoció – dijo la mujer.
-Incluso él puede verlo – reflexionó Junsu, - disculpe, ahjuma, donsaeng. Iré a hablar con Yoochun.

-¿Estás bien? – le preguntó Junsu, sentándose en la barda, al lado de donde el fantasma del poeta flotaba.
-No. No puedo creer que Changmin me haya asesinado. No entra en mi entendimiento.
-Lo lamento, Yoochun, pero así fue. Accidentado, pero sucedió. El rey pensó que era el capitán y…lo siento.
-Ya debería de admitirlo, Junsu. Changmin no me quiso como yo a él. Sólo fui y aún soy su capricho, por eso ni siquiera entierra mi cuerpo ni me ve.
-Sí. Deberías renunciar ya a él. Sólo así estarás en paz.
-¿Y si de todas formas no logro irme a descansar al más allá? ¿Y si en verdad mi asunto pendiente es hacer que Changmin me vea?
-De ser así tendremos que encontrar la manera de que te vea. Incluso Jaejoong hyung te ve.
-¿De verdad?
Junsu asintió.
-Hijos míos – los llamó la anciana, - ya deberían de volver al palacio. Mañana pasen por mí para que vaya a conservar el cuerpo del poeta.
-Está bien. Gracias, ahjuma.

****


-Señor, creo que es necesario que alguien venga a ayudarle a conservar a su poeta – le sugirió Junsu una vez que Changmin le permitió entrar y cedió a escucharlo.
-Está bien. Ve mañana a buscar a alguien que pueda hacer eso.
Junsu asintió y salió de la habitación. Ésa vez Yoochun prefirió esperarlo afuera. Era menos pesado que sentir como la mirada de Changmin lo traspasaba.
-Vamos a descansar y mañana iremos por la anciana, Yoochun.
-Está bien.
Mientras el resto del palacio y del reino dormían, Yoochun pasó la noche en vela, observando las estrellas.
-Fui un tonto. Aún soy un tonto.

A la mañana siguiente, mientras los gallos del pueblo cantaban, Junsu se levantó, se dio un veloz baño, se vistió y salió de nuevo a caballo con Yoochun a su lado. Cuando llegaron a la casa de la anciana ella ya los estaba esperando afuera con un morral lleno de medicamentos y pociones hechas con flores y hierbas. Junsu descendió del caballo y le ayudó a subir para luego montar detrás de ella y cabalgar de vuelta al palacio.

-Majestad, ésta mujer es chamana y dice que puede conservar al poeta – la introdujo Junsu al llegar a la habitación del rey. La mujer se acercó con sigilo e inclinó la cabeza hacia el rey.
-Está bien. Espero que haga un buen trabajo, por el bien de los dos.
-Lo haré, majestad, - repuso la anciana, - ahora, si me permite, necesito que me dejen sola con el cuerpo.
Junsu insistió y Changmin por fin se alejó de su poeta. Ya que ambos salieron de la habitación, la mujer empezó a purificar el cuerpo de Yoochun, limpiándolo con aceites y cremas. El espíritu del poeta la observaba, a un lado.
-Quedará como nuevo – sonrió la anciana.

Mientras, afuera, Changmin esperaba, impaciente, y Junsu lo observaba caminar de un lado al otro del pasillo. Un par de horas después, la anciana se asomó fuera de la habitación y llamó al rey. Ansioso, Changmin regresó a su habitación y miró impresionado el cuerpo de su poeta. Ahora sí parecía que estaba simplemente dormido.
-¿Le gusta?
-Hizo un excelente trabajo.
-Y tendré que repetirlo una vez al mes para que siga así.
En cuanto Yoochun vio entrar a Changmin, regresó al lado de Junsu.
-Vamos, mientras la anciana habla con el rey hay que ir con el príncipe. Tenemos que resolver el asunto de la llave.

Juntos descendieron una vez más a los calabozos, Junsu cargando un plato de comida, el cual pasó entre los barrotes y acercó al joven príncipe. Al ver la comida, Yunho se apresuró a devorarla.
-¿Qué ha pasado? ¿Por qué no habías vuelto, Junsu? – preguntó una vez terminó de comer.
-Pues, tenía unos asuntos que arreglar…
Yunho dirigió su mirada al lado de Junsu y sus ojos se abrieron por completo.
-¿No me dijiste que Yoochun estaba muerto?
-Sí, lo está, -repuso Junsu, -¿puede verlo?
Yunho asintió.
-¿Es un fantasma?
-Sí.
-Increíble, inclusive usted puede verme, - murmuró Yoochun, deprimido.
-¿A qué se refiere? – preguntó Yunho, pero Junsu le hizo una seña para que no indagara más.
-Luego le explico.
- Bueno. ¿Tienes la llave?
-Sí. Yoochun me ayudó a recuperarla – dijo Junsu, mostrándosela.
-Ya. Gracias, poeta.
-Por nada.
-¿Ahora qué haremos, majestad? –preguntó Junsu.
- Liberarme y huir de aquí. Una vez lejos pensaremos qué hacer para quitar a mi hermanito del trono y retornar las cosas a como deberían de ser.
-¿Cree que ahora es el momento?
-¿Por qué no?
-No lo sé. Changmin está aún deprimido por lo de Yoochun, pero…si se da cuenta de que no estamos seguramente nos mandará buscar y fusilar en el acto- explicó el pelirrojo.
- Quizá. Pero si nos tardamos más, será peor.
-¡Por Dios!

Los tres hombres voltearon hacia la entrada de los calabozos. La anciana chamana estaba ahí, de pie, mirando a Yunho llena de sorpresa, misma que contagió a los otros tres al verla ahí. El mayor secreto del palacio había sido descubierto.
-Ahjuma… - dijeron Junsu y Yoochun.
-¿En verdad es el príncipe Yunho quien está ahí?
-Sí, buena mujer. Soy yo – respondió Yunho. ¿Qué otra cosa podían hacer ahora más que decirle la verdad? De pronto se le ocurrió una idea.
-Está vivo- dijo la anciana.
-Sí, ahjuma. Siempre estuvo vivo – explicó Junsu.
-No comprendo.
-Changmin lo mantuvo prisionero – añadió Yoochun, - igual que a nosotros.
-No puedo creerlo. ¿El rey mató al poeta y mantuvo prisionero a su hermano, diciéndole al pueblo que estaba muerto? ¿Qué otras atrocidades ha hecho ése mocoso tirano?
“No tiene idea…” pensó Junsu.
-Por favor no se lo diga a nadie, ahjuma, - dijo Yunho, - guarde el secreto de que sigo vivo.
- Está bien. No lo diré. Se los prometo – se resignó la anciana, - pero no comprendo para qué quieren mantenerlo en secreto.
-Es demasiado arriesgado que el pueblo se entere de la verdad, ahjuma. Por eso – continuó Yunho.
-Cómo quieran – accedió la mujer. Después Junsu y Yoochun la acompañaron de vuelta a su hogar.
-De verdad, ahjuma, gracias por ayudarnos. Pero prometa que no dirá nada de lo que vió en el calabozo.
-Lo prometo – reafirmó la anciana.
-Gracias.
Sin embargo, en cuanto entró a su casa la mujer le contó a su nieta todo lo que había visto y oído en el palacio. Ésta, al día siguiente, se lo contó a una amiga suya, quien se lo contó a su novio, quien se lo contó a sus amigos del mercado… pronto el pueblo se llenó de un murmullo inconforme.
Mientras tanto, en el palacio, Junsu y Yoochun regresaron con Yunho, preocupados sobre lo sucedido con la anciana.
-Majestad, ¿cree que la mujer guarde el secreto? – le preguntó Junsu.
-No. Y en realidad espero que lo divulgue por todo el pueblo.
-¿Eh? – Junsu no comprendió.
Yunho sonrió con picardía. Su plan era enfurecer al pueblo con la verdad. Así no serían sólo dos hombres y un fantasma contra Changmin, sino todo el reino. Cuando la ola de rebelión comenzara a reventar, sería el momento perfecto para destrozar al rey Changmin.








Dreams on Fire Capítulo 15: ¡Fuego!
XV. ¡Fuego!

Pasaron los días, las semanas. El pueblo hervía de rumores. Se escuchaba de todo.
-Yo escuché que el rey degollaba a sus concubinas y se bebía su sangre.
-¿En serio? Yo escuché que las violaba y luego se las comía en un acto de canibalismo.
-A mí me contaron que se cansó de las faldas y empezó a buscar chicos a los cuales montar.
-Yo oí que una vez se comió a uno de sus niños chefs.
-A mi me dijeron que colecciona serpientes, escorpiones y otras fieras y que duerme con ellas. Que es tan malvado que ya es inmune a su veneno.
-¡A mí me dijeron que su alma es tan diabólica que con agua bendita se puede morir!
-¡Que se muera!

Precisamente durante uno de esos diálogos colectivos Junsu se encontraba entre la gente y escucho gran parte de las quejas. Yunho le había dejado en claro que, si iba al pueblo por comida y a visitar al capitán, de paso le echara más paja a la flama de sublevación que ya ardía entre la gente.
-¡Alguien tiene que detener a ése rey! –gritó alguien, - ¡Es un servicio al verdadero rey, el príncipe Yunho que está prisionero!
-¡Para mí no sería sólo un servicio al príncipe! Tengo algo – gritó, seguro de que nadie sabría de dónde había venido esa voz ya que entre la multitud todos se confunden aunque también todos se escuchan, - ¡Me quitó mi casa y después la incendió, asesinando a mi familia que seguía adentro!
-¡Hay que matarlo! –chilló una mujer en alguna parte del gentío.
-¡Alguien mátelo!

Yoochun se mantenía al margen de todo esto. Sabía que Changmin se lo merecía, que a pulso se lo había buscado, pero…no quería verlo morir. No de esa manera. Dejando atrás a una multitud iracunda, Junsu regresó al palacio, Yoochun detrás de él, para comunicarle a Yunho los avances de lo que el príncipe llamaba “Ola de rebelión”.
-Falta muy poco para que estallen, señor. Yo le calculo que en ésta semana caerán a las puertas del palacio si no todo el pueblo, la mayoría, armados y todo.
-Perfecto. Entonces nosotros también nos tenemos que armar, Junsu.
-Lo entiendo, príncipe.
-Por eso necesitare que de nuevo consigas una llave. Esta vez de la armería.
-No creo que sea más difícil que la llave de sus esposas, majestad – sonrió Junsu.
-Yo tampoco, pero ten cuidado de todas maneras.
-Lo tendré.
-Yoochun podría ayudarte… ¿dónde está?
Junsu volteó tras él. Yoochun ya no estaba a su lado como cuando entró al calabozo.
-No sé. Estaba aquí…

Changmin se había metido a bañar. Lo hacía cada dos días o algo así, cuando se acordaba de su higiene y se decidía por alejarse al menos un rato del cuerpo de su poeta. Estaba con medio cuerpo sumergido en el agua, pensando en la nada, sin saber que era observado atentamente por el fantasma de Yoochun.
-Siento que me duele aquí – dijo para sí, tocándose el pecho, - y no me gusta. Nada. Puedo entenderlo con mi cerebro pero algo aquí adentro –casi rasguñó la piel de su propio pecho, - no lo comprende y me sigue doliendo. Y lo peor es que una voz dentro de mí me dice que es mi culpa. Quiero olvidarme de eso, es estúpido.
-Yo también debería de olvidarme de esto, borrar los recuerdos o jamás podré descansar en paz – Yoochun sentía de nuevo ese cubetazo de agua fría, - Él quiere olvidarse de mí, quiere vivir feliz ignorando que yo sigo aquí esperando a que pueda verme…
El fantasma del poeta estiró su mano hacia la cara del rey, quien había cerrado los ojos. “ojalá pudiera hacer lo mismo que tú y olvidarte”. En cuanto “tocó” la frente del rey, desapareció, los ojos de Changmin se abrieron tanto como le era posible a sus párpados y luego cayó inconsciente, su cabeza recargada en la orilla de la bañera.

Dentro de sus propios pensamientos, Changmin se vio a sí mismo, entrando a su habitación para encontrar a Yoochun esperándolo, sentado en la silla que siempre usaba para escribir poesía.
-Majestad – el pelinegro se levantó de su asiento al verlo.
-Yoochun – el rey se acercó hasta él a punto de echársele encima, pero se detuvo, limitándose a poner un brazo sobre el hombro de su poeta, - regresaste.
-Apenas puedo creer que…- Yoochun dejó de hablar cuando sintió una mano entre sus piernas, apretándolo sobre su pantalón. Changmin lo miraba con intensidad a los ojos.
-Changmin…-los labios del castaño cayeron sobre los suyos con la misma intensidad que su mirada. Pocos segundos después se alejaron, muy poco tiempo como para que Yoochun le hubiese correspondido.
Changmin no estaba seguro si debía seguir o no, temía que fuera otro sueño y nada más. Estaba a punto de retroceder cuando los labios de Yoochun cayeron sobre los suyos, con la misma intensidad con la que él lo había besado y en aumento. Entonces sus manos empezaron a desabotonar su camisa para descubrir la blanca piel y acariciarla con ansiedad para luego cubrirla de besos. Mientras las manos de Yoochun revolvían su cabello, esperando que hiciera lo que tanto había anhelado mientras las manos morenas acababan de desnudarlo por completo. El de piel blanca se sentía desfallecer mientras la boca de su rey se ocupaba en atenderlo. Cuando se sintió demasiado excitado lo apartó con delicadeza y se hincó frente a él para volver a besarlo, un poco vulgar y necesitado. A tirones le quitó la capa y la camisa y cuando sus manos iban a descender hacia su pantalón Changmin lo detuvo. Yoochun se alejó de sus labios, mirándolo, perplejo. Changmin se levantó y bajo la atenta mirada de su poeta se desabrochó el pantalón y se lo bajó, pasando sus pies fuera de él para quitarlo, sus facciones desprendiendo sólo un poco de la excitación que el resto de su cuerpo sentía. Yoochun no pudo resistir relamerse y sujetándolo de la cintura lo introdujo en su boca, succionando y humedeciendo con sus labios. Mirando el techo, Changmin no dejaba de gemir.

-¡Yoochun! ¡Suficiente!
Yoochun se levantó despacio, recorriendo a besos la línea desde el miembro erguido de Changmin hasta su barbilla y éste lo sujetó con fuerza entre sus brazos, inclinándose un poco para reclamar sus labios, desesperado. Yoochun le correspondió el beso y un poco apresurado lo empujó hasta caer ambos en la cama. Separando sus piernas poco a poco volvió a invadirlo, empezando con sus dedos, sintiendo como la carne de Changmin se ensanchaba contra su tacto. A su vez, Changmin masajeaba la excitación de Yoochun, apretándola con su mano entera, acariciando su base con sus dedos.
-Cha…Changmin…no puedo más…- la voz del pelinegro estaba enronquecida de lujuria.
-Házmelo, Yoochun. Estoy listo.

Acomodando su cintura entre las piernas del moreno, el poeta poco a poco lo invadió, llenándolo con toda su extensión en segundos. Empezó el juego de cuerpos. Las embestidas del pelinegro llenaron pronto de sudor las pieles de ambos cuerpos abrazados, desesperados. Empezaron a gemir y a jadear al mismo tiempo. “Escucho su corazón”, pensó Yoochun, “galopa igual que el mío…espero que también escuche el mío”.
-Chunnie…ah...de…déjame…montarte…
Yoochun accedió y, tomándolo de la cintura, giró sobre la cama, colocando al rey encima de él. Apoyando sus manos en el pecho de Yoochun y dándole pequeños pellizcos en sus pezones de vez en cuando, Changmin se movió sobre él, haciendo que llegara cada vez más veces hasta el fondo, tocando su punto más sensible.
Yoochun se estremecía bajo su cuerpo, estaba al borde del orgasmo y eso volvía loco al rey.

Siguió moviéndose frenéticamente, sin darse cuenta en qué momento su habitación se empezó a oscurecer. Sintiéndose a punto de llegar, cerró los ojos. Al abrirlos ya no estaba en su habitación del palacio, sino en una habitación oscura, apenas iluminada por antorchas. Miró en derredor y a duras penas distinguió siluetas de otros muebles de distintos tamaños a su alrededor. Sus ojos se dilataron por el horror al darse cuenta dónde estaba. Tragó saliva antes de mirar abajo a su amante. Yoochun tenía la cabeza ladeada, había estado moviéndola de lado a lado por las oleadas de placer hasta que la detuvo unos segundos hacia la izquierda. Cuando volteó hacia él, su piel estaba azul, sus labios negros y sus ojos apagados y vidriosos. Changmin empezó temblar de horror y gritó con todas sus fuerzas.

Abrió los ojos y se encontró de nuevo en la bañera. Estaba mojado pero no sólo de agua, también el sudor frío recorría su frente. Esa visión… sólo quería decir una cosa y no quería aceptarlo. “No lo hice. Yo no maté a Yoochun…", pensó, saliendo del agua. “Sí, lo hiciste”, le respondió otra voz en su cabeza. “No lo hice. Sí lo hiciste. No lo hice. Sí lo hiciste”. Desesperado se recargó en el lavamanos. “Cálmate Changmin, tú no lo mataste” “Si lo hiciste”. Asustado se miró en el espejo.
-No lo hice.
Increíblemente, el otro Changmin frente a él lo miraba con desaprobación.
-Sí lo hiciste – lo reprendió.
-No lo hice.
-Sí lo hiciste.
-No.
-Sí.
-¡No!
-Sí
-¡NO! ¿A quién le estoy hablando? – se sujetó la cabeza con fuerza, tirando de su cabello. El rey Changmin definitivamente estaba acabando de perder la razón.

A su vez, Yoochun salió disparado fuera de la mente de Changmin y siguió volando lejos.
-¡Junsu! – gritó hasta que dio con él en su habitación.
-Ahí estás Yoochun. Creí que estabas conmigo en el calabozo. ¿Qué pasó? ¿Sucede algo?
-Lo vi. Vi como Changmin me asesinó. No quería creerlo pero…lo vi.
-¿En dónde? – para Junsu las cosas no se podían poner más extrañas.
-En su mente. Lo toqué y de alguna manera entré. Fue extraño. Y doloroso cuando me vi ahí, en sus brazos, muriendo…
-Lo siento, Yoochun hyung. ¿Ahora me crees?
Yoochun asintió.
-Había pensado impedirles la rebelión pero… creo que no tiene caso.
-De verdad lo siento, Yoochun. Ojalá no te hubieras enamorado de él.
Yoochun suspiró.

Pasó el resto del día y mientras Changmin se bebía un té de belladona para los nervios, Junsu y Yoochun aprovechaban que no salía de su habitación para conseguir la llave de la armería.
-Yoochun, ve a donde están esos guardias y a ver si encuentras en alguno de ellos la llave – le pidió Junsu una vez llegaron al cuartel. Yoochun asintió y flotó hasta donde estaban los soldados. Pronto encontró un manojo de llaves atado al cinturón de ese soldado. Usando mucha energía fantasmal, logró tomar el manojo de llaves y quitarlo del ganchito por el que se ataba al cinturón del soldado sin que éste se diera cuenta.
-¿Escuchaste, compañero? –dijo de repente el solado al otro. Yoochun se quedó inmóvil.
-¿Qué cosa? – le preguntó el otro.
-Lo que dicen en el pueblo. Se quieren rebelar.
-¿Ah sí? ¿Por qué?
Yoochun prestó atención.
-Porque dicen que el príncipe Yunho es el verdadero rey y que está vivo.
-¿Y tú les crees?
-Pues no sé, pero si se arma la rebelión, tenemos que estar preparados para proteger el palacio y al rey.

Rápidamente Yoochun regresó a Junsu con las llaves y le contó lo que había escuchado.
-Hay que avisarle a ya sabes quién cuanto antes, Yoochun.
-Vamos.
Descendieron juntos al calabozo una vez más y le contaron a Yunho lo que los soldados habían dicho.
-Perfecto. Quiere decir que entre hoy y mañana se rebelan. Hay que armarnos de inmediato y estar listos para liberarme y salir de aquí.
-Sí, majestad. ¿Quiere que vaya ahora a buscar las armas?
-¿Ya se está poniendo el sol?
-Eso creo.
-Ya casi oscurece – afirmó Yoochun.
-Entonces ve por las armas ahora, y trae la llave de mis esposas contigo.
-Siempre la traigo conmigo, señor –sonrió Junsu.
-Perfecto. Todo terminará pronto, ya verán.

****
Entrar en la armería fue sencillo. Los guardias estaban ocupados cenando cuando Junsu fue sigilosamente hasta ahí para sacar un par de espadas y llevárselas hacia el calabozo.
-El príncipe puede usar la más delgada.
-Pero Junsu, ¿sabes pelear con espada? – le preguntó Yoochun.
-Más o menos. Cuando era chiquito mi papá me enseñó un poco y estas últimas semanas he estado practicando lo que recuerdo en mis tiempos libres.
-Ah…- Yoochun no estaba muy convencido, pero ya no había vuelta atrás. Rápidamente Junsu aseguró la espada a su cinturón y comprobó que podía sacarla de su vaina fácilmente antes de correr de vuelta escaleras abajo hasta el calabozo.
-¿Todo listo?
-Sí, príncipe Yunho. Yo aquí tengo una espada, y aquí está la suya.
-Perfecto. Entra aquí y libérame.
Junsu rápidamente tomó las llaves de la celda de la pared de entrada a los calabozos, junto a la puerta. Estaban ahí sólo para poder alimentar a los presos, aunque en este caso el único allí era Yunho y para liberarlo hacía falta más que ésas llaves, sino la que Changmin había llevado en el cuello y que ahora tenía Junsu.
-Sólo que no tengo ni idea de cuál de todas estas es la llave de la reja, señor – explicó Junsu, mirando las diez o quince llaves en sus manos.
-Date prisa y pruébalas todas hasta que encuentres la que abra mi celda. Espero sea una de las primeras tres.
Desgraciadamente, no fue ninguna de las primeras tres ni cinco.
-Apresúrate, Junsu,- lo apresuró Yoochun, mirando por la ventana, - ya está oscuro.
-Eso intento – exclamó desesperado el pelirrojo, probando una llave más en la cerradura. Por fin la decimo-algo hizo ceder a la cerradura y la puerta se abrió.
-Listo. Ahora le soltaré esas cadenas, majestad – sonrió Junsu, entrando a la celda y sacando la llave de debajo de sus ropas. Estaba por introducir la llave en el primer cerrojo cuando la voz de Changmin resonó por el castillo entero.
-¡JUNSU!
-Oh no. Algo le sucede y si no me aparezco frente a él en unos segundos, todo el plan se irá al demonio.
-Suéltame sólo el brazo derecho y déjame la espada y la llave, Junsu. Con él libre puedo soltar mi otro brazo, mis manos y mis pies. Apresúrate.
-Sí – Junsu obedeció y soltó el brazo derecho del príncipe, sujeto por debajo del hombro contra la pared de la celda por un pesado grillete de metal. Aparte de esos grilletes, sus muñecas estaban encadenadas al suelo por medio de una cadena que sólo permitía que en todo caso el prisionero comiera.
-Perfecto, ahora vete. ¡Vayan los dos, corran! – los apresuró Yunho, tomando la llave en su mano. Junsu y Yoochun asintieron y corrieron escaleras arriba, buscando a Changmin.

****


Al fin, asomado por el balcón en el cual lo habían coronado y que estaba al lado de la sala del trono, estaba Changmin. Miraba con desprecio hacia abajo.
-¿Me llamó majestad? – habló Junsu, acercándose.
-Míralos – respondió Changmin, secamente. La taza del té de belladona temblaba en sus manos, llena, - masa de estúpidos. Creen que pueden rebelarse.
Junsu se asomó por el balcón, al lado de Changmin, mientras Yoochun se mantenía a distancia. Abajo, si no todo el pueblo gran parte de él se había reunido, justo como Yunho había predicho. Estaban armados con antorchas, palos, instrumentos de labranza, y básicamente de todo cuanto pudieran utilizar como armamento. Los más fuertes empujaban contra la puerta del palacio, amenazando con derribarla.
-Baja y diles que se larguen – dijo Changmin.
-¿Disculpe?
-Eras chico de pueblo, hablas su idioma y seguramente les has de seguir cayendo bien. Ve y diles que se dejen de tonterías y se regresen a sus casas o me harán sacar a toda la guardia.
Junsu estaba a punto de obedecer por inercia cuando recordó las instrucciones de Yunho. Además, él mismo estaba armado.
-No.
Changmin volteó a verlo, sorprendido.
-¿Qué dijiste?
-Dije que no, majestad- respondió Junsu, desenvainando su espada y amenazando al rey con ella. Changmin miró la hoja resplandecer cerca de sus ojos, cínico.
-Me imagino que tú los azuzaste para que vinieran aquí a hacer el tonto. ¿Pues te digo qué? Tu pueblecito vino sólo a morir, Junsu. ¡Igual que tú! – Changmin le arrojó la taza a la cabeza y echó a correr hacia el trono. Junsu se tambaleó por el golpe, que afortunadamente había sido en su hombro, y lo siguió.

Cuando lo alcanzó Changmin ya había desenvainado su propia espada, que había dejado en el trono, y le hizo frente. Empezaron a lanzarse espadazos. Junsu se defendía tan bien como podía y lo atacaba tan bien como sabía, pero Changmin tenía más años de práctica y mucha más malicia. Por más ganas que tuviera Junsu de matarlo no le salía hacer alguna trampa para obtener la ventaja. El rey en cambio, en cuanto veía oportunidad intentaba patear a Junsu o golpearlo con cuanto encontraba a su paso. Pelearon por toda la sala del trono, dando vueltas, corriendo, Junsu esquivando todos los ataques que a Min se le ocurrían e intentando responderle a espadazos. Yoochun se había mantenido al margen, mirándolos pelear, hasta que concluyó que era mejor ayudarle Junsu. Después de todo Changmin era un asesino y por más que le doliera debía dejar de amarlo. Volando tan rápido como podía siguió a Junsu, usando su energía fantasmal para protegerlo de los diversos objetos que Min le arrojaba, como un escudo invisible. Airado, enloquecido de ira, Changmin agarró las lámparas de aceite y las arrojó también contra Junsu. El pelirrojo saltó lejos, esquivándolas, pero las cortinas por obvias razones no pudieron hacer lo mismo y empezaron a quemarse poco a poco. Antes de que Junsu pudiera levantarse Changmin ya estaba junto a él, y alzando la espada pateó lejos la que Junsu tenía en la mano.
-¡Te voy a matar, Junsu! ¡Te voy a matar como debí matarte hace mucho!- los ojos de Changmin estaban dilatados, su sonrisa demasiado cruel. Junsu lo miraba desde el suelo con horror. La espada del rey empezó a descender a toda velocidad pero poco antes de que atravesara la cabeza del pelirrojo éste vio un relámpago.
-¡Tú! – gimió Changmin.
-Espero no me hayas extrañado más de lo necesario, hermanito.
Yunho estaba de pie, al lado de Junsu, protegiéndolo del letal golpe que iba a darle Changmin con su propia espada. Mientras Junsu había peleado con Changmin, el príncipe había forcejeado con sus cadenas para soltar sus manos, luego su otro brazo y sus pies, para luego tomar la espada que el consejero le había traído y correr escaleras arriba. Por el camino había escuchado a los soldados salir en tropel y gritar que había rebelión, cosa que hizo que Yunho empezara a subir las escaleras de tres escalones en tres hasta llegar a la sala del trono, justo a tiempo.

-¿Qué eres ahora, Changmin?
-Soy lo que tú me hiciste ser. Lo que todos ustedes me hicieron ser. Soy el rey que nuestro padre debió ser, pero que jamás se atrevió a ser. Y soy todo lo que tú tuviste miedo de ser.
-¿Miedo? El único que está temblando de miedo aquí eres tú, Minnie, - sonrió Yunho, -Y siempre lo has tenido, o no me habrías drogado y luego encerrado ni habrías hecho todo lo que hiciste hasta ahora.
-¡Yo soy quien merecía ser rey y no tú! – gritó Changmin, lanzándose a la batalla otra vez. Junsu se levantó, mirando la pelea entre los hermanos, atónito. De repente sintió un tirón de su camisa y miró a Yoochun a su lado.
-Fuego – dijo el fantasma.
Efectivamente, las cortinas se habían incendiado por completo y habían transmitido las flamas a las demás cortinas y al tapiz. Además, el aceite hirviendo de las lámparas rotas estaban en el suelo y varias de las chispas que se desprendían de la pared habían hecho que ardiera también.
-¡Fuego! – gritó Junsu, pero ni Yunho ni Changmin lo escucharon, demasiado ocupados intentando quitarle la vida al otro al mismo tiempo que esquivaban las flamas, hasta que llegaron al balcón. Junsu no sabía si seguir al pendiente de ellos o del fuego.
Abajo, la gente había conseguido entrar a los jardines del palacio y habían empezado a enfrentarse a los guardias, sin mucho éxito.
-Esto se está poniendo demasiado feo – se dijo Junsu. Yoochun asintió.

-Tenías tanto que perder, Yunho. Y yo no tenía nada. Por eso te lo quité todo – le dijo Changmin, lanzándole una estocada a su hermano.
-Quizás. Pero también te quitaste a ti mismo lo que más te importaba – respondió el otro, defendiéndose del ataque con su espada.
Changmin palideció. Nuevamente pasó por su mente esa espantosa escena en el Edificio Gris, sus brazos sosteniendo el cuerpo agonizante del capitán que luego se transformó en Yoochun.
-¡Mentira! ¡Tu capitán me lo quitó!
-Sabes que eso no es verdad. Te lo llevaste a ése edificio de torturas y ahí lo perdiste.
-¡Mientes! – lleno de ira, Changmin se dejó ir contra Yunho cuando de repente el suelo del balcón tembló.
El fuego se había esparcido por casi todos los muebles y el piso, y el calor de las llamas poco a poco había quebrado el concreto, base del palacio, hasta llegar a quebrar también el mármol de su exterior. El balcón retumbó una vez más y empezó a romperse en dos, creando un agudo desnivel. Los hermanos rivales perdieron el equilibrio y cuando el suelo se precipitó más hacia abajo, ambos rodaron hacia el abismo. Junsu corrió tras ellos.
-¡Majestad! – gritó, mirando desde el otro lado del balcón, aquél que aún se sostenía por completo del resto del palacio. Afortunadamente Yunho había logrado sujetarse de uno de los barrotes que componían la barda del balcón, y debajo de él Changmin se había sujetado de la capa de su hermano.

-¡Hyung! –gritó el menor.
Yunho volteó a verlo. A pesar de todo era su hermano. No merecía una muerte como esa. Intentó soltar una mano para ayudarle pero al hacerlo sintió que resbalaba y volvió a sujetarse. El movimiento provocó que el peso de Changmin se balanceara y la capa se empezó a desgarrar.
-¡Sujétate! – le gritó Yunho. Así lo hizo Changmin e intentó alcanzar, soltando una mano, otra de las vigas del balcón, pero no pudo. Nuevamente el movimiento de péndulo causó otro desgarre en la tela de la capa. Afortunadamente se sujetaba de los hombros de Yunho y no de su cuello o lo habría ahorcado.
-¡Traeré una soga! –se escuchó el grito del pelirrojo desde arriba, -¡Resista, majestad!

Yunho miró abajo. La multitud, ahuyentada por la violencia de los ataques de los guardias, había huido y algunos de ellos habían dejado caer tras de sí sus antorchas, incendiando la hierba y los árboles que habían debajo del balcón y creado un pequeño infierno. Pronto el humo empezó a ascender, provocando que ambos chicos tosieran, Changmin primero pues estaba más abajo. El calor del incendio de abajo también ascendía, acalorándolos, debilitándolos. Ojalá Junsu se diera prisa con la cuerda.
-Sujétate, Changmin.
-Hermano, no me dejes caer… ¡no quiero morir!
El miedo había regresado a Changmin a su estado más vulnerable. A ése Changmin conocía Yunho, al que le pedía que le ayudara con las tareas, que lo ayudara a sostener bien la espada, a sujetarse con fuerza de la rama de un árbol cuando jugaban, y ahora le pedía que lo ayudara a salvarse.
-¡Aquí está! – gritó Junsu, regresando de nuevo al borde del balcón. Ambos chicos voltearon hacia arriba. Changmin se heló. Al lado de Junsu, flotando, mirándolos con la misma preocupación que el consejero, estaba Yoochun.
-Yoochun…-Changmin alargó su mano, intentando tocar al poeta que veía unos cuatro metros más arriba de él. Se escuchó un siseo bastante fuerte y la capa se terminó de romper.
-¡Changmin! – imposible saber quien había gritado más fuerte, el hermano, el fantasma o Min al caer.







Dreams on Fire! - Capítulo 16: El Final no siempre es el inicio.
XVI. El Final no siempre es el inicio.

Su capa se terminó de romper. Había cedido con el peso y Changmin había caído entre las llamaradas, no pudo ver en dónde, o si había llegado a tocar el piso después de caer.
Lo único cierto era que se habría chamuscado, era imposible que sobreviviera. Yunho logró trepar de vuelta al balcón semi-destruído gracias a la cuerda que le había lanzado Junsu. Jadeaba, el humo, el calor de las llamas y la intensidad de la batalla lo habían dejado exhausto. Se levantó con trabajos, ayudado por el consejero, la capa rota colgando aún de sus hombros. Miró alrededor. Muchos soldados ya se habían apresurado a apagar las llamas en el interior del castillo, aunque no todas. Caminó, pensando en todo lo que había pasado hacía solo unos segundos. Había perdido a su hermano. Aunque hubiera dicho que sí, no lo quería. Pronto los soldados terminaron de extinguir el fuego, Junsu y Yunho les ayudaron. Una vez la armada fue enviada abajo a apagar el resto del incendio, Yunho miró a Junsu.
-Lo siento, señor.
Desechable
*****

Después del fuego, todo el pueblo se dispersó y se iniciaron las celebraciones. A fin de cuentas, nadie lamentaba a un ser malvado que hubiese muerto. Al fin ése rey maldito se había ido. Habría paz en el reino a partir de entonces. La buena noticia se divulgó hasta aquéllos que no habían asistido a la revuelta y pronto en la plaza se armó una gran fiesta. Todos bailaban y cantaban, reían, los niños por fin salían de sus casas a correr con las mascotas, las mujeres jóvenes se paseaban seguras por las calles.

Por supuesto, el ambiente en el palacio era muy distinto. Las llamas habían sido extintas y la guardia se había reorganizado como debía ser. Yunho se había cambiado de ropas, dispuesto a tomar el control del reino que siempre debió ser suyo. A su lado, Junsu lo acompañaba.
-¿De verdad se fue? – se preguntó el pelirrojo, en voz alta.
-Eso creo. Cayó en las llamas.
-Supongo. Incluso Yoochun desapareció. Supongo que…se reunieron.
Por la mente de Junsu pasó un escenario infernal, una habitación compuesta por muebles de roca roja y una cama con sábanas del mismo color. En ella estaban Changmin y Yoochun teniendo una fiesta en honor a lo libidinoso y el placer. Incluso se imaginó un dialogo entre ellos, un poco cursi pero lleno de frases sucias y en general sin mucho sentido.
-Quién sabe –Yunho sacó al pelirrojo de sus pensamientos, - Dicen que los malvados viven y mueren solos. Aunque…
-No se lo desea, ¿verdad?
Yunho negó. Después de todo, había sido su hermano menor, y hasta la muerte de su padre siempre habían sido unidos, se habían tenido cariño. O así lo había creído él.
-¿No te han dicho nada los soldados sobre lo que hayan encontrado en los escombros de allá abajo?
-No. Dicen que fuera de piedras y cenizas, no encontraron nada más.
Yunho tragó saliva. En el pueblo decían que nadie lloraba por los malvados, que ni siquiera se les dejaba flores en sus tumbas, si las había. Yunho se sentía la excepción a esa regla.


*****

Demasiados años. ¿Por qué el pasado no se moría nada más? Ojalá estuviera de vuelta. Ojalá nunca hubiera tenido que decir “adiós”. Ojalá. Se le iba la vida con esa sencilla palabra. Terminó la carta, la repasó con su vista cansada, la enrollo y le ató un listón rojo. Luego se levantó con pesadez. Pronto Junsu acudió en su auxilio. Había sido su consejero después de lo que había pasado con Changmin. Aún recordaba ése día…

-Ya puedes volver a casa, Junsu. Te agradezco todo, y por eso no te esclavizaré aquí.
-Gracias, majestad. Lo haría, pero ya no tengo a dónde volver. ¿Podría quedarme aquí?
-Por supuesto – intentó sonreír, aún le pesaba la partida de Changmin, así como la lejanía de su Jaejoong - me gustaría que fueras mi consejero. Pero de verdad para consejos.
-Por supuesto, majestad. ¡Ue kyang kyang kyang!

Yunho sonrió ligeramente por ese recuerdo. Sosteniéndose del brazo de Junsu caminaron hacia la puerta, despacio. El más conservado, por así decirlo, era el rey. Por haber estado bajo los efectos de la droga tanto tiempo, su cuerpo se había adormecido; de ésta manera le había pasado como si lo hubiesen congelado un año o dos: tardó en envejecer, al menos físicamente. Así los dos parecían de la misma edad. Llegaron abajo y se encontraron con la nieta de la chamana. A su lado estaba Jaejoong en una improvisada silla de ruedas. Jamás se recuperó del todo, pero al menos seguía vivo y la mujer le leía todas las cartas que Yunho le escribía. El rey sonrió al verlo y se acercó a entregarle la carta que acababa de escribirle.
-Creo que ésta vez quiere que usted se la lea, majestad – le explicó la mujer.
Yunho miró el rostro también arrugado de Jae. Le sonreía.
-Está bien.

Mientras Yunho le leía a Jaejoong Junsu esperaba pacientemente a alguien más, y pronto llegó. Una bella mujer mayor, vestida con humildad y cargando a un patito llegó a su encuentro, escoltada por un par de soldados. Hacía veinticinco años se había enamorado de la chica que había cuidado de sus patitos mientras estuvo prisionero en la prisión, y pocos meses después, con la autorización del nuevo rey Yunho, se había casado con ella y ahora estaba frente a él.
-Mira, querido. Salió del cascarón esta mañana – le dijo, sonriendo.
-Está muy sano. ¿Ya se lo enseñaste a Junho?
-Tu hijo vive más entre vacas que entre patos y lo sabes.
-Tienes razón, se me olvida que ya se casó también, ue kyang kyang.

Después de la amena tarde con las personas queridas y de despedirlas en la puerta del palacio, llegó el momento triste del día: visitar el cementerio. Nuevamente Junsu le ayudó al rey a caminar, despacio, hasta el camposanto construido detrás del palacio, afuera. Ahí estaban sepultados los abuelos de los abuelos de los padres de Yunho, y desde hacía veinticinco años el cuerpo de Yoochun les hacía compañía. También habían hecho un mausoleo para Changmin, porque aunque no se había encontrado ningún cuerpo, merecía que se le recordara como el hermano que había sido. Además Yunho le siguió teniendo cariño y le había dolido perderlo. Junsu fue a dejarle flores a la lápida del poeta mientras Yunho, con respeto, se acercó al mausoleo de su hermano menor e inclinándose dejó un ramo de flores blancas ahí. Iba a levantarse pero se detuvo, atónito. El resto de los ramos de flores que le habían dejado no sólo estaban marchitos, sino rotos y desperdigados por todas partes.
-Junsu – llamó el rey, - mira esto.
Junsu se acercó y observo a su vez el desastre de las flores.
-Qué extraño. Las flores de la lápida de Yoochun están intactas y de hecho hay unas nuevas que yo no puse.
Yunho tomó su brazo y lo acompañó a la lápida de Yoochun.
-Es cierto.
Sintió un escalofrío en su espalda y volteó. Sólo había árboles a su alrededor, detrás de la reja que cercaba el cementerio.
-¿Sucede algo, señor?
-Nada. Vámonos al palacio, Junsu.
-Está bien.

Un par de ojos, menos ancianos y llenos de rencor, seguían desde los árboles a los dos viejos caminando fuera del cementerio y de vuelta al palacio.
Había caído entre las llamas, pero no encima de ellas, por lo tanto no lo habían convertido en cenizas. Había caído sobre su cadera contra unas rocas y rodado unos dos metros lastimándose severamente una pierna, y las llamas habían alcanzado su ropa y quemado su piel en muchos lugares, deformando sobre todo sus manos y parte de su cara y su torso, pero no lo habían matado. Al alzar la vista, sintiendo el dolor de la caída y las quemadas y tras haber escuchado como algo en su cadera se quebraba y en su brazo se rajaba, encontró a su poeta frente a él, inmune, inmaculado, inmortal, etéreo. Un fantasma. Dentro de su sinrazón, aquél ser translúcido era lo más real que tenía. Éste le ayudo a levantarse y a salir de ahí, esquivando las llamas, antes de que los soldados llegaran a apagar el fuego y a buscarle.
Mala hierba nunca muere. Su brazo y las lesiones menores habían sanado del todo mientras su rostro, su torso y sus manos se habían cubierto de una especie de cuero de un rojo intenso casi negro; su cadera era lo único que no había tenido remedio y le seguía doliendo todos los días, pero no le impedía caminar. Y no estaba solo. Ahora Yoochun lo seguía a todos los lugares a los que iba, y siendo un fantasma era el único de los dos que aún se veía joven mientras él ya presentaba arrugas bajo su ojo sano y múltiples canas en su cabello castaño.
Fastidiado escupió en el piso.
-Ojalá se mueran ustedes dos pronto, malditos – murmuró, - junto con ése ex capitán.
Y se alejó igualmente del cementerio, su poeta abrazado a su espalda, sin soltarlo y haciendo que se encorvara un poco mientras caminaba, cojeando por la lesión permanente de su pierna.

Para Changmin, el final no siempre era el inicio, sino una continuación.






FIN.



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